El abordaje del duelo parece que es reciente, que los modelos interpretativos del duelo empiezan con Freud y siguen por Neimeyer, y Parkes, y Bowlby, después de Kübler-Ross. Y ¡cuánto desconocimiento!
Nos olvidamos, y nos perdemos, por pura ignorancia, a Cicerón y a Séneca, y a Quintiliano, y su oratoria centrada en el consuelo: consolatio.
Y nos olvidamos de la riqueza de San Ambrosio y San Agustín, escritores que superan a cualquiera en profundidad psicológica y filosófica, con sus aportaciones humanizadoras en el campo del duelo, a partir sobre todo de su propia experiencia.
Y no digamos el silencio que abrimos en torno a Jesús de Nazaret y el mundo del duelo, en el que él mismo intervino, así como las grandes novedades históricas de la aportación cristiana en el acompañamiento en el duelo.
Estamos necesitados de humanización, y esta también consiste en no olvidar la historia, pero no solo por deber de memoria, sino por deber de sensatez y sabiduría. Necesitamos profesores de psicología y filosofía recuperando la sabiduría de la tradición para no perdernos la bondad de nuestro pasado y dar solidez a las reflexiones que presentamos como nuevas.