No estaremos muy lejos de la realidad si describimos nuestra sociedad como un tanto tanatofóbica, es decir, caracterizada por un persistente, anormal e injustificado miedo a la muerte o a morir. El miedo del ser humano a la muerte
La muerte, tanto la de otros como la propia, es una de las experiencias más significativas y proveedoras de sentido en la vida de los seres humanos, pero a la vez, constituye el gran tabú de la época contemporánea.
El miedo a la enfermedad y a la muerte son ancestrales. Por mucho desarrollo científico y tecnológico que se produce en algunas latitudes de la tierra, traducido en grandes avances sanitarios que permiten prolongar la vida de unos pocos, no nos protegen ni del miedo ni de la muerte.
Es posible que nuestros abuelos, que vivían en más en el ámbito rural, vivieran la muerte y el morir con más naturalidad. Conforme pasa el tiempo estamos consiguiendo sustituir vidas más cortas y muertes más tempranas y rápidas por vidas más largas y muertes más lentas, prolongadas por intervención médica y tecnología. Pero es posible que nos estemos distanciando también a nivel subjetivo de la experiencia del vivir el morir como última etapa de la vida.
No estaremos muy lejos de la realidad si describimos nuestra sociedad como un tanto tanatofóbica, es decir, caracterizada por un persistente, anormal e injustificado miedo a la muerte o a morir.
Muerte y morir no son sinónimos. La muerte es la cesación absoluta de todas las funciones vitales, mientras que el morir es el proceso por el que se llega a la muerte. Pero no solo. Acostumbramos a hablar de la muerte cuando filosofamos, generalizamos, consideramos la finitud de la condición humana… Hablamos del morir cuando tenemos en mente y corazón un proceso más próximo, más personalizado de seres queridos, de pacientes, de nosotros mismos.
Algunos pensadores han pasado a la historia precisamente por su gran capacidad de reflexión sobre la muerte, como es el caso de Sartre.
Miedo y angustia ante la muerte y el morir
El miedo a la muerte tiene mucho que ver con el miedo al cambio, dice Rosa Montero. La inseguridad ante el cambio se intensifica al pensar en la muerte como algo desconocido, al reflexionar sobre ella como una amenaza desbordante, incontrolable e irreversible. Quizás con más propiedad podríamos hablar de angustia.
Angustia ante la muerte
Francisco Alonso-Fernández presenta una diferenciación del concepto de angustia que me parece interesante. Se hace eco de otros que han presentado este tema, como Heidegger, Tillich, Kierkegaard, Jaspers. La angustia normal, como también la patológica, es siempre un presentimiento de la nada, que amenaza al ser de diferentes maneras:
En cuanto muerte. Amenaza la afirmación óntica del ser. Es la angustia existencial (que describe especialmente Heidegger). Surge en el yo corporal y supone la experiencia de una reducción de la libertad del sujeto frente a sí mismo. Hace referencia al futuro que se hace presente y tangible en el propio cuerpo.
Se trata de la amenaza de la afirmación del ser, producida por la conciencia de tener que morir, de estar "herido de muerte". Esta conciencia viene dada tanto más cuanto más se es consciente de la proximidad de la misma, sea por haber sido informado o por cuanto se experimenta mediante las "pequeñas muertes", es decir, mediante la experiencia de las diversas pérdidas y ante la observación del propio cuerpo.
En el fondo, es la incertidumbre la que está en la base del sentimiento de amenaza de destrucción, de muerte. La seguridad del enfermo está totalmente herida por estar sometida a una especie de lotería en la que su vida está en juego. Está condenado a vivir en adelante con una incertidumbre de fondo.
Esta inseguridad está teñida de certeza de que la cosa no irá bien, de que, en todo caso, la destrucción del propio ser tendrá lugar, pues se vive la continua reducción de las fuerzas e indicadores de autonomía. Esta anticipación de la muerte (más que la muerte en sí misma) es la que inspira terror.
En cuanto absurdidad de la existencia. Amenaza la afirmación espiritual del hombre con la posibilidad de falta de sentido. Es la angustia espiritual (que estudia especialmente Tillich). Surge en el seno de la espiritualidad, se presenta como un poderoso estímulo para el desarrollo y la maduración de la personalidad.
Es inevitable que la persona enferma se plantee la pregunta sobre el sentido de cuanto le está sucediendo y sobre el sentido de su vida, ahora que percibe que se encuentra al final de la misma. La enfermedad se convierte en una ocasión privilegiada para plantearse la pregunta última, la pregunta por el sentido.
Pero de una forma especialmente dramática surge la pregunta por el sentido de la lucha para el enfermo próximo a la muerte. ¿Qué sentido tiene luchar contra una concreta infección o tumor o lo que sea que amenaza la vida, cuando se sabe y se experimenta que, en el mejor de los casos, según va pasando el tiempo, la “batalla” está perdida? A veces estamos ante una experiencia similar, en cierto sentido a la de Sísifo, personaje de la mitología griega que fue castigado con la pena de subir una piedra a la cima de la montaña, piedra que, fatalmente, caía apenas llegado a la cima, escena repetida en continuidad sin fin. Camus dice del mito: "Si este mito es trágico es porque su héroe es consciente. (...) Cuando las imágenes de la tierra están demasiado ligadas al recuerdo, cuando el reclamo de la felicidad se hace demasiado intenso, sucede que nace en el corazón la tristeza: es la victoria de la piedra misma. El inmenso duelo es demasiado pesado. Son nuestras noches de Getsemaní”.
Ayuda a agravar la situación la conciencia de la profunda soledad, es decir, la conciencia del hecho de que la muerte no puede ser compartida con nadie, que nadie llevará la propia piedra a la cima de la montaña, por más que intente hacerlo.
En esta situación de la enfermedad, ante la angustia, no falta quien recurre a la ironía como recurso –presentado con frecuencia en las películas de guerra- en forma de humor negro.
En cuanto culpa o condenación. Amenaza la afirmación metafísica o religiosa. La angustia religiosa se experimenta ante el pecado y la posible consiguiente condenación. (Ha sido estudiada especialmente por Kierkegaard y Jaspers).
Es la angustia en cuanto culpa o condenación. La enfermedad es ocasión de revisión de la propia vida. Con frecuencia la propia responsabilidad se siente llamada al banquillo del propio tribunal en el que, en principio, el enfermo es juez y acusado.
Si bien es cierto que no hay que exagerar los sentimientos de culpa, tampoco hay que trivializarlos totalmente. Ante la proximidad de la muerte o, en cualquier caso, ante su anticipación en la enfermedad, el mosaico emotivo es distinto según haya sido el pasado. El modo en que se muere depende, en no poca medida, de las posibilidades que la persona ha tenido de conseguir sus propias metas, de realizarse de manera plena y sensata, con sentido.
Y puede comprenderse mejor teniendo en cuenta que en nuestro inconsciente, la muerte nunca es posible con respecto a nosotros mismos. Para nuestro inconsciente, es inconcebible imaginar un verdadero final de nuestra vida aquí en la tierra, y si esta vida nuestra tiene que acabar, el final siempre se atribuye a una intervención del mal que viene de fuera. En términos más simples, en nuestro inconsciente solo podemos ser matados; nos es inconcebible morir por una causa natural o por vejez. Por lo tanto, la muerte de por sí, va asociada a un acto de maldad, es un acontecimiento aterrador, algo que exige pena y castigo.
Miedos ante el morir
Además de la angustia ante la muerte, las personas experimentamos miedos más cotidianos. Miedo a resfriarnos (incluso si la muerte está próxima), miedo a una nueva infección, a un descontrol de esfínteres…
Son muchos los estudios que subrayan el hecho de que lo que produce temor en la mayoría de las personas no es tanto el hecho de la muerte en sí, sino los acontecimientos impredecibles previos a ella, es decir, el proceso de morir y no la muerte misma.
Los miedos más comunes a la muerte, según se suelen repetir como resultados de diferentes estudios son fundamentalmente estos:
A que vaya a sufrir mucho A que no vaya a recibir la atención adecuada A hablar con el ser querido A que su ser querido adivine su enfermedad A estar solo con el ser querido en el momento de la muerte A no estar presente cuando muera el ser querido
La muerte, vivida como proceso de continuas y acumulativas pérdidas progresivas, es una experiencia única, incluso cuando se ha pasado por otros procesos de pérdidas. La muerte, al fin y al cabo, es la posibilidad más peculiar de la vida humana.
Podríamos decir que el miedo a la muerte se conjuga en plural. Son miedos ante amenazas concretas y definidas que se van aproximando o de las que se va haciendo experiencia. Están en relación a los recursos de los que se dispone en la proximidad. Por eso, la confianza inspirada por seres queridos, profesionales y una atención adecuada, será el mejor antídoto de los mismos.
¿Exorcizar el miedo?
Si la angustia y los miedos ante la muerte y el morir son ancestrales, los mecanismos de exorcizarlos van cambiando a lo largo de la historia, según los contextos y las fuentes antropológicas, culturales, espirituales… de inspiración.
Sin duda, no es lo mismo el entorno franciscano de la hermana muerte del siglo XIII, que el del ars moriendi, del memento mori en que se movían en el siglo XV, que la cultura que se difunde fácilmente en nuestros días.
En los tiempos que corren, al ilustrar el miedo a la muerte, Zygmunt Bauman evoca la lucha de los habitantes de la casa del Gran Hermano por huir de la expulsión. Sí, estos cuentos morales de nuestro tiempo –dice él- son ensayos públicos de la muerte. Aldous Huxley se imaginó un mundo feliz en el que los niños eran condicionados, vacunados contra el miedo a la muerte, invitándoles a sus golosinas favoritas, mientras se les congregaba en torno al lecho de muerte de sus mayores. Nuestros cuentos morales tratan de vacunarnos contra el miedo a la muerte, banalizando la visión misma de la agonía. Son ensayos generales de la muerte, disfrazados de exclusión social, que llevamos a cabo con la esperanza de que, antes de que la muerte llegue en su forma más descarnada, nos hayamos habituado a la banalidad.
Quizás está sucediendo lo mismo con la difusión y la naturaleza de tantos videojuegos en los que con la muerte se juega y está tan domesticada que pierde su identidad y, por lo mismo, se deshumaniza.
Algo semejante puede sucedernos con la moda que está entrando en nuestro contexto de celebrar la fiesta de Halloween. Pueden ser ensayos de muerte inocua que exorcizan la angustia ante la muerte real, modos de subir el volumen, de dar intensidad a la muerte mediante la presentación en vivo y en directo, pero siempre es la de los otros, al estilo de la cultura mexicana que viste esqueletos con belleza artística durante el mes de noviembre por las calles, entre otras costumbres.
Conclusión
La muerte, tanto la de otros como la propia, es una de las experiencias más significativas y proveedoras de sentido en la vida de los seres humanos, pero a la vez, constituye el gran tabú de la época contemporánea.
También la medicina ha considerado tradicionalmente la muerte como su principal enemigo. La posible deshumanización del pensamiento médico –que construimos entre todos- tiende a configurar la muerte como un fenómeno teóricamente evitable y a considerar el fallecimiento como un fracaso. Los avances en investigación biomédica y el desarrollo tecnológico, nunca nos van a conceder la inmortalidad, de manera que para la medicina actual, ayudar a los seres humanos a morir en paz ha comenzado a ser tan importante como evitar la muerte. Esto acontece especialmente con el desarrollo de los cuidados paliativos y su potencial humanizador no solo a final de la vida, sino en todo su proceso.
El surgimiento de la medicina paliativa está contribuyendo a resocializar la muerte y el morir que, de no desarrollarse, cada vez más estarán echados del mundo público y refugiados en el privado. Pensar en paliativo tiene un gran poder humanizador y de esperanza ante el morir humano.