CARDENALA “IN PÉCTORE”
Con precisión, oportunidad, teología y ascética y mística se preparan los programas de los actos conmemorativos del ya próximo quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Huelga cualquier ponderación de la “vida y milagros” del personaje abulense, por su condición de santa, de mujer, de escritora y de reformadora de la Iglesia, avalada esta condición con las serias amonestaciones dictadas por los “doctos” impenitentes miembros de los tribunales de la “Santa” Inquisición, en uno de los más “fervorosos” periodos de su denigrante historia.
En tiempos eclesiásticos como los actuales, relacionados con la presencia y actividad de la mujer dentro de la institución, encauzados a título de ejemplo, en la necesidad- conveniencia del posible nombramiento de algunas mujeres como “cardenalas”, las siguientes reflexiones podrían se provechosas, precisamente por ser otros tantos motivos de humildad para algunos, con respetuosa y directa mención para la jerarquía.
. Al desarrollo y profundización de la teología de la mujer, los estudios teresianos que justifique el programa del quinto centenario habrán de significarle aportaciones muy serias, inteligentes y actuales. La historia, la Sagrada Escritura – su misma traducción y sus comentarios- , la concepción de la Iglesia, la interpretación “oficial” de la idea de la mujer – y de la mujer “ideal”, como miembro de la Iglesia-, rezuman misoginia por todos sus flancos, pese a edulcorantes y normalmente forzadas galanterías.
. La identificación bíblica de la mujer con la “tentación” y con el “pecado”, y el complacido reconocimiento de su situación de minoría de edad a perpetuidad, son mandamientos y notas características representativas de la condición “religiosa” femenina, predicada y evangelizada dentro de la Iglesia. Los “malos tratos” de los que la mujer fue –y es- sujeto y objeto en la Iglesia, superaron a los recibidos en cualquier otro orden e institución de tipo social, laboral, profesional, político o civil. El sobrenombre de la Iglesia como último –o penúltimo- bastión del machismo, sigue vigente.
. El tono de desconsideración y aturdimiento traspasa límites impensables cuando su marco es el monástico, propio de las Órdenes- Congregaciones femeninas. La subordinación- sometimiento fundacional “religioso” a sus “protectores” masculinos, sería hoy incomprensible, inconcebible e inaceptable. Hace tiempo que el Código de Derecho Canónico - Reglas e Instituciones-, debieran haber cercenado, no pocas demasías “colonizadoras.”
. Santa Teresa de Jesús, “Doctora de la Iglesia Universal”, aportará con el recuerdo de su centenario, vivos y firmes elementos de renovación, de los que tan necesitada sigue estando la Iglesia, precisamente a cuenta de la pasividad y de la ominosa exclusión “pecaminosa” a la que estuvo y está todavía sometida la mujer, inconsciente algunas veces la jerarquía, pero plenamente consciente otras, en el cristianismo y en la mayoría de las religiones, ante el temor a que ella –la mujer- irrumpa en sus estructuras con ímpetu, gracia de Dios y sabiduría mayor que hasta ahora lo hicieron los nombres. Los intereses son en mayor proporción del género masculino que del femenino, y el hombre por hombre es, se comporta y se cree mucho más Dios que la mujer, por mujer.
. Destaca como significativo en la vida de Santa Teresa el hecho de su actividad y prudencia reformadoras, con decisiva influencia dentro y fuera de los monasterios. Ella logró, por ejemplo, que el libro de “La perfecta casada” escrito por el ínclito Fray Luis de León, de la Orden de San Agustín, no tuviera la difusión que se esperaba, al seguir adscribiéndole a la mujer -“la perfecta casada”- los sempiternos roles “cristianos”, coincidentes con la sumisión plena al marido, siempre a sus órdenes, sierva o esclava, agradecida de por vida a sus imposibles concesiones o detalles, y además, “en casa y con la “pata quebrada”, en conformidad con lo establecido en la Biblia –“palabra de Dios”, y en consonancia con las doctrinas patrísticas y conciliares.
. No es que la posible condición de “cardenala” constituya un reconocimiento cortés y galante para la mujer católica, muchas de ellas con méritos doctorales cumplidamente teológicos, canónicos y otras disciplinas hasta ahora anejas en exclusiva a la clerecía. De estas galanterías “pasan” ya las mujeres sensatas, católicas o no. La historia, la justicia, los evangelios, el sentido común y la concepción de la Iglesia de Cristo demandan estilos, vivencias y estructuras en las que la mujer se haga activamente presente, al menos como ya lo hace en los ámbitos civiles y convivenciales.
. No sobra referir que la concesión del título cardenalicio, y la pertenencia a tan “eminente” colegio, no contribuiría a restablecer su prestigio tan deteriorado a lo largo de la historia, algunos de cuyos escándalos se asoman en la antología poética del inconmensurable don Francisco de Quevedo y Villegas, haciendo rimar “ahorcado” con “colorado”, con directas referencias a un “paniaguado” valido de la corte de la España imperial católica de la época.
En tiempos eclesiásticos como los actuales, relacionados con la presencia y actividad de la mujer dentro de la institución, encauzados a título de ejemplo, en la necesidad- conveniencia del posible nombramiento de algunas mujeres como “cardenalas”, las siguientes reflexiones podrían se provechosas, precisamente por ser otros tantos motivos de humildad para algunos, con respetuosa y directa mención para la jerarquía.
. Al desarrollo y profundización de la teología de la mujer, los estudios teresianos que justifique el programa del quinto centenario habrán de significarle aportaciones muy serias, inteligentes y actuales. La historia, la Sagrada Escritura – su misma traducción y sus comentarios- , la concepción de la Iglesia, la interpretación “oficial” de la idea de la mujer – y de la mujer “ideal”, como miembro de la Iglesia-, rezuman misoginia por todos sus flancos, pese a edulcorantes y normalmente forzadas galanterías.
. La identificación bíblica de la mujer con la “tentación” y con el “pecado”, y el complacido reconocimiento de su situación de minoría de edad a perpetuidad, son mandamientos y notas características representativas de la condición “religiosa” femenina, predicada y evangelizada dentro de la Iglesia. Los “malos tratos” de los que la mujer fue –y es- sujeto y objeto en la Iglesia, superaron a los recibidos en cualquier otro orden e institución de tipo social, laboral, profesional, político o civil. El sobrenombre de la Iglesia como último –o penúltimo- bastión del machismo, sigue vigente.
. El tono de desconsideración y aturdimiento traspasa límites impensables cuando su marco es el monástico, propio de las Órdenes- Congregaciones femeninas. La subordinación- sometimiento fundacional “religioso” a sus “protectores” masculinos, sería hoy incomprensible, inconcebible e inaceptable. Hace tiempo que el Código de Derecho Canónico - Reglas e Instituciones-, debieran haber cercenado, no pocas demasías “colonizadoras.”
. Santa Teresa de Jesús, “Doctora de la Iglesia Universal”, aportará con el recuerdo de su centenario, vivos y firmes elementos de renovación, de los que tan necesitada sigue estando la Iglesia, precisamente a cuenta de la pasividad y de la ominosa exclusión “pecaminosa” a la que estuvo y está todavía sometida la mujer, inconsciente algunas veces la jerarquía, pero plenamente consciente otras, en el cristianismo y en la mayoría de las religiones, ante el temor a que ella –la mujer- irrumpa en sus estructuras con ímpetu, gracia de Dios y sabiduría mayor que hasta ahora lo hicieron los nombres. Los intereses son en mayor proporción del género masculino que del femenino, y el hombre por hombre es, se comporta y se cree mucho más Dios que la mujer, por mujer.
. Destaca como significativo en la vida de Santa Teresa el hecho de su actividad y prudencia reformadoras, con decisiva influencia dentro y fuera de los monasterios. Ella logró, por ejemplo, que el libro de “La perfecta casada” escrito por el ínclito Fray Luis de León, de la Orden de San Agustín, no tuviera la difusión que se esperaba, al seguir adscribiéndole a la mujer -“la perfecta casada”- los sempiternos roles “cristianos”, coincidentes con la sumisión plena al marido, siempre a sus órdenes, sierva o esclava, agradecida de por vida a sus imposibles concesiones o detalles, y además, “en casa y con la “pata quebrada”, en conformidad con lo establecido en la Biblia –“palabra de Dios”, y en consonancia con las doctrinas patrísticas y conciliares.
. No es que la posible condición de “cardenala” constituya un reconocimiento cortés y galante para la mujer católica, muchas de ellas con méritos doctorales cumplidamente teológicos, canónicos y otras disciplinas hasta ahora anejas en exclusiva a la clerecía. De estas galanterías “pasan” ya las mujeres sensatas, católicas o no. La historia, la justicia, los evangelios, el sentido común y la concepción de la Iglesia de Cristo demandan estilos, vivencias y estructuras en las que la mujer se haga activamente presente, al menos como ya lo hace en los ámbitos civiles y convivenciales.
. No sobra referir que la concesión del título cardenalicio, y la pertenencia a tan “eminente” colegio, no contribuiría a restablecer su prestigio tan deteriorado a lo largo de la historia, algunos de cuyos escándalos se asoman en la antología poética del inconmensurable don Francisco de Quevedo y Villegas, haciendo rimar “ahorcado” con “colorado”, con directas referencias a un “paniaguado” valido de la corte de la España imperial católica de la época.