CATECISMO PARA “EMÉRITOS”
Con eso e que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad” y, por tanto, los índices de vida alcanzan cotas impensables hace unos –poco- años, el hecho es que el número de “eméritos” en el estamento clerical es ciertamente espectacular, con posibilidades consistentes y laudables de un crecimiento aún mayor y más sostenido. Párrocos, obispos, cardenales y aún Papas,están a la búsqueda de residencias, estancias, refugios, asilos, casas religiosas, casas sacerdotales y, en definitiva, acomodos, en los que pasar sus últimos años de vida, habiendo eliminado ya el Código de Derecho Canónico, casi en su totalidad, el término de “vitalicio” – “que dura desde que se obtiene el cargo, la “dignidad” o el honor, hasta el fin de la vida”. El docto y benéfico diccionario de la RAE le reserva a “emérito” el significado de “se dice de la persona que se ha retirado de su empleo con haber pasivo”. La historia refiere que ciudades romanas como Mérida –“Patrimonio de la Humanidad” en su conjunto arqueológico- fue precisamente fundada por el emperador Augusto como residencia y premio para sus soldados “eméritos”.
. Ni ascética, ni teológica, ni psicológica, ni pastoral, y ni siquiera en los territorios de la economía, lo que vulgarmente se dice “de tejas abajo”-, a los miembros de la clerecía se les educa para la jubilación y el retiro. No solo la formación recibida, sino su vivencia y sus signos ayudan, sino todo lo contrario, a irse haciendo a la idea, a aceptarla y aún a adelantarla, de que el cese en la actividad jerárquica es el servicio y ministerio más congruente y apreciado al servicio de la Iglesia. “Hasta que Dios quiera”, integrado con vocación de perennidad vitalicia, suele ser advocación y programa, lo que carece de consistencia ascética a la luz del sentido común y de la pastoral mas elemental.
. En tal esquema de vida, pese a los recortes canónicos establecidos de los 75 años de edad, es comprensible que para muchos sea un drama su retiro, y que efectúen esfuerzos inimaginables para conseguir su aplazamiento. Por otra parte, tampoco están previstas instituciones eclesiásticas, o para-eclesiásticas, diocesanas para albergar a sus “eméritos” en conformidad con el estilo y forma de vida que su celibatería les exigiera, junto con el convencimiento y aceptación de sus limitaciones propias de la edad, desaparecidos, o reciclados, ya los familiares con los que habitualmente hubiera convivido en los tiempos más o menos fastuosos de sus ordenancismos litúrgicos y administrativos.
. Los títulos, hábitos, privilegios, prerrogativas, capisayos, eminencias, “sagrada púrpura cardenalicia”, anillos pastorales, lejanías, escudos y lemas latinos, de alguna manera imprimen carácter, por lo que es forzoso reconocer que el solo intento de vivir y convivir de “emérito” requiere replanteamientos poco o nada asequibles para algunos. Desde tal convicción, es preciso juzgar las reacciones y comportamientos del ex arzobispo de Madrid, por citar un ejemplo, y sus alegaciones públicas de que su condición de Cardenal y su “dignidad” como Presidente de la Conferencia Episcopal Española así lo exigiera, y lo exigirá, “por los siglos de los siglos, Amén”.
. Así las cosas, los “eméritos”, hoy por hoy, han de pasarlo muy mal en la Iglesia, en mayores proporciones a como en tantas otras esferas de la vida política, civil o social. Visitarlos, ser comprensivos con sus apetencias y “necesidades creadas”, reconocer sus méritos en el marco real del ejercicio jerárquico parroquial o diocesano, o “supra”, es –será- una obra de misericordia infinita y reconfortante, justa y reparadora.
. Esto no obsta para que de idénticas, y aún de superiores adjetivaciones elogiosas, sean merecedores los intentos de redactar algo así como un “Catecismo para “eméritos”, en el que se expongan, recuerden y expliquen con humildad y veracidad sincera qué es eso de “servir” a la Iglesia –“ministerio”, al margen de cualquier actitud liviana de “servirse de la Iglesia” – “carrerismo”- para su medro y satisfacción personales, o del grupo que dicen, o creían, ser representantes preclaros.
. “Hablar a lo llano, a lo liso y a lo no intrincado” es feliz y edificante consejo cervantino, que también en cuanto se relaciona con los méritos eclesiásticos es de capital importancia, si además se tiene sagradamente en cuenta que a no pocos sacerdotes “eméritos” les espera una vejez poco apetecible en el marco legal de los asilos, hoy remozados, pero sin la galardonante presencia de familiares directos. Menos mal que Don Quijote y sus personajes están entrañados en la vida española, y también, aquí y ahora, se escucha el eco de las palabras de uno de ellos:” no ha de vivir el hombre en hoto –cobijo o protección-, de otro, sino de Dios”.
. La necesidad de la publicación de un catecismo para “eméritos” es –y lo será aún más-, artículo de primera necesidad, solicitado en todas las librerías religiosas en la pluralidad de sus versiones técnicas, con todos los “Nihil obstat” canónicamente establecidos y el plus de indulgencias de parte de quienes aspiran a serlo algún día. Los capítulos relativos a la humanidad, humildad, sencillez, misericordia, ternura, igualdad, naturalidad, afabilidad y llaneza demandan su planteamiento y redacción, escrupulosos cuidados.
. Ni ascética, ni teológica, ni psicológica, ni pastoral, y ni siquiera en los territorios de la economía, lo que vulgarmente se dice “de tejas abajo”-, a los miembros de la clerecía se les educa para la jubilación y el retiro. No solo la formación recibida, sino su vivencia y sus signos ayudan, sino todo lo contrario, a irse haciendo a la idea, a aceptarla y aún a adelantarla, de que el cese en la actividad jerárquica es el servicio y ministerio más congruente y apreciado al servicio de la Iglesia. “Hasta que Dios quiera”, integrado con vocación de perennidad vitalicia, suele ser advocación y programa, lo que carece de consistencia ascética a la luz del sentido común y de la pastoral mas elemental.
. En tal esquema de vida, pese a los recortes canónicos establecidos de los 75 años de edad, es comprensible que para muchos sea un drama su retiro, y que efectúen esfuerzos inimaginables para conseguir su aplazamiento. Por otra parte, tampoco están previstas instituciones eclesiásticas, o para-eclesiásticas, diocesanas para albergar a sus “eméritos” en conformidad con el estilo y forma de vida que su celibatería les exigiera, junto con el convencimiento y aceptación de sus limitaciones propias de la edad, desaparecidos, o reciclados, ya los familiares con los que habitualmente hubiera convivido en los tiempos más o menos fastuosos de sus ordenancismos litúrgicos y administrativos.
. Los títulos, hábitos, privilegios, prerrogativas, capisayos, eminencias, “sagrada púrpura cardenalicia”, anillos pastorales, lejanías, escudos y lemas latinos, de alguna manera imprimen carácter, por lo que es forzoso reconocer que el solo intento de vivir y convivir de “emérito” requiere replanteamientos poco o nada asequibles para algunos. Desde tal convicción, es preciso juzgar las reacciones y comportamientos del ex arzobispo de Madrid, por citar un ejemplo, y sus alegaciones públicas de que su condición de Cardenal y su “dignidad” como Presidente de la Conferencia Episcopal Española así lo exigiera, y lo exigirá, “por los siglos de los siglos, Amén”.
. Así las cosas, los “eméritos”, hoy por hoy, han de pasarlo muy mal en la Iglesia, en mayores proporciones a como en tantas otras esferas de la vida política, civil o social. Visitarlos, ser comprensivos con sus apetencias y “necesidades creadas”, reconocer sus méritos en el marco real del ejercicio jerárquico parroquial o diocesano, o “supra”, es –será- una obra de misericordia infinita y reconfortante, justa y reparadora.
. Esto no obsta para que de idénticas, y aún de superiores adjetivaciones elogiosas, sean merecedores los intentos de redactar algo así como un “Catecismo para “eméritos”, en el que se expongan, recuerden y expliquen con humildad y veracidad sincera qué es eso de “servir” a la Iglesia –“ministerio”, al margen de cualquier actitud liviana de “servirse de la Iglesia” – “carrerismo”- para su medro y satisfacción personales, o del grupo que dicen, o creían, ser representantes preclaros.
. “Hablar a lo llano, a lo liso y a lo no intrincado” es feliz y edificante consejo cervantino, que también en cuanto se relaciona con los méritos eclesiásticos es de capital importancia, si además se tiene sagradamente en cuenta que a no pocos sacerdotes “eméritos” les espera una vejez poco apetecible en el marco legal de los asilos, hoy remozados, pero sin la galardonante presencia de familiares directos. Menos mal que Don Quijote y sus personajes están entrañados en la vida española, y también, aquí y ahora, se escucha el eco de las palabras de uno de ellos:” no ha de vivir el hombre en hoto –cobijo o protección-, de otro, sino de Dios”.
. La necesidad de la publicación de un catecismo para “eméritos” es –y lo será aún más-, artículo de primera necesidad, solicitado en todas las librerías religiosas en la pluralidad de sus versiones técnicas, con todos los “Nihil obstat” canónicamente establecidos y el plus de indulgencias de parte de quienes aspiran a serlo algún día. Los capítulos relativos a la humanidad, humildad, sencillez, misericordia, ternura, igualdad, naturalidad, afabilidad y llaneza demandan su planteamiento y redacción, escrupulosos cuidados.