¡QUÉ CLERIGALLA¡
Con cierta e “impiadosa falta de aprecio”, la RAE apunta la palabra “clerigalla” como “el grupo social formado por clérigos” y sucedáneos. Como en tantas otras esferas de la vida, las generalizaciones las tenemos vedadas, con esmerado respeto y admiración para tantas personas –mayoría o no-, que cumplen a la perfección, y ejemplarmente, con los cometidos profesionales o vocacionales de sus respectivos ministerios. Sensibilizados con los hechos y noticias “eclesiásticas” constadas con toda clase de datos y argumentos, redacto las siguientes sugerencias.
. La Iglesia no se merece la presencia en la misma de determinados cardenales, no pocos de ellos al frente todavía de responsabilidades y actividades –dicasterios, y a los que el mismo papa Francisco repetidamente dedica su atención y su tiempo sagrados a favor de su renovación, remoción o reforma. La existencia de colegio san sagrado, considerando además de que del mismo y su Cónclave, dependerá un día la sucesión pontificia, hace dudar a muchos acerca de la veracidad de la reforma por la que apuesta con toda clase de esperanzas y sufrimientos, este papa “venido de allende los mares”.
Muy recientemente el cardenal Robert Sirah advertía que “ordenar a los hombres casados tendría consecuencias serias en la Iglesia, y supondría romper definitivamente con la tradición apostólica. Estaríamos creando un sacerdocio según nuestra dimensión humana, sin perpetuar el sacerdocio de Cristo, obediente, pobre y casto”.
. De los obispos es obligado subrayar y lamentar constataciones idénticas. Ellos –la imagen más cercana de la Iglesia jerárquica-, demandan renovación urgente y profunda. Ni pueden ni deben ser “nombrados- designados”, como hasta el presente Los criterios de los Nuncios, de sus asesores, corte o cohorte, no son de verdad y siempre religiosos. Son y están más cercanos a los políticos y a los terrenales. No son pastorales. Sus nombramientos, al margen y, a veces, en contra de los “pastoreados, –sacerdotes y el resto del pueblo de Dios-, está en flagrante desacuerdo con el evangelio, con los usos y costumbres de la primitiva Iglesia y hasta con los medios y métodos de la convivencia cívica y ciudadana, para la que la democracia ha de ser, y es, principal inspiradora.
. La carrera eclesiástica, ni es ni será jamás, ni carrera ni eclesiástica. El “carrerismo” dentro de la Iglesia es una de sus más nefastas lacras, tal y como el papa Francisco lamenta con tan triste y desoladora frecuencia. El “carrerismo” es totalmente ajeno y distinto a cuanto pueda tener relación alguna con la vocación sacerdotal o religiosa. Una noticia reciente ha difundido el sentir de unos 250 clérigos que se declaran en total disconformidad con el papa, desde el convencimiento de que parte importante de su doctrina y comportamiento pontificios rondan los límites de la heterodoxia. Estos clérigos y tantos otros, olvidaron que de la Iglesia no se vive. Se vive para ella y, mientras esta sea más pobre y de los pobres, con mayor, más santo, sano y sabio entusiasmo. A la Iglesia se sirve, y a nadie le será clericalmente lícito y digno servirse, por muchos capisayos, símbolos y sinecuras que se ostenten.
. El tema de las vocaciones sacerdotales apenas si alcanza la categoría de problema grave en la mente, consideración y praxis de la jerarquía eclesiástica. Da la pagana impresión de que, ante el mismo, cierra conscientemente los ojos, con la excusa sacramentalizada de que “Dios proveerá, aún comprobando cómo los edificios de los seminarios y noviciados han de dedicarse a otros menesteres, mientras que las necesidades del pueblo de Dios, como tal, son desatendidas por falta de “ministros del Señor”.
. Con las homilías, Cartas Pastorales y exhortaciones, discursos, novenas, triduos y quinarios, catequesis y asignaturas de religión en centros docentes, no es factible dotar de principios seriamente religiosos a los catecúmenos y a los bautizados. El “caos doctrinal” y la “santidad con cara de estampitas”, son diagnósticos hoy certera y tristemente ”católicos”. Si además de estos comportamientos de jerarcas y de cristianos de a pié, la corrupción y la pederastia, por acción u omisión, son frecuentes noticias constatadas en los medios de comunicación, los obispos siguen dedicados a sus “cosas” y “en el mejor de los mundos”, puede y debe asegurarse que el futuro de la institución eclesiástica no es nada halagüeño.
. En la Iglesia y sus extrarradios, se echa de menos una intensa y extensa revisión de la teología, liturgia, ministerios, dogmas, pecados, virtudes, cielo e infierno, mandamientos de Nuestra Santa Madre la Iglesia, “Nihl Obstat” e “Imprimatur”, ascética, milagros y milagrerías, riquezas propias y ajenas, apariciones, beatificaciones y canonizaciones, ecumenismo, otras religiones e Iglesias, clericalismos “et supra”, celibato eclesiástico, la hipocresía y el fariseísmo…claman por su remoción o replanteamiento a la luz del evangelio y en consonancia con las necesidades, sensibilidades y urgencias de los nuevos tiempos.
. Esencial y especialísima atención demanda el problema del machismo –así, con todas sus letras-, patrimonio de la Iglesia. Para la Iglesia y su jerarquía, santos, teólogos, la mujer es –sigue siendo- “pecado” y objeto y sujeto de placer. Es “cosa” y posesión del hombre, con todas sus nefastas, anticristianas y antihumanas consecuencias, y a su servidumbre, que por eso y para eso bíblicamente Dios la creó de una de sus costillas. El patriarcalismo vigente e imperante hoy en la liturgia, en el Código de Derecho Canónico, influye y hasta ahorma comportamientos sociales, laborales, culturales y, por demás, y sobre todo, familiares. Escamotearle a la mujer, por mujer, los mismos derechos que tiene el hombre, por hombre, es impropio de cualquier institución, y menos si esta es, o se dice, religiosa.
. La Iglesia no se merece la presencia en la misma de determinados cardenales, no pocos de ellos al frente todavía de responsabilidades y actividades –dicasterios, y a los que el mismo papa Francisco repetidamente dedica su atención y su tiempo sagrados a favor de su renovación, remoción o reforma. La existencia de colegio san sagrado, considerando además de que del mismo y su Cónclave, dependerá un día la sucesión pontificia, hace dudar a muchos acerca de la veracidad de la reforma por la que apuesta con toda clase de esperanzas y sufrimientos, este papa “venido de allende los mares”.
Muy recientemente el cardenal Robert Sirah advertía que “ordenar a los hombres casados tendría consecuencias serias en la Iglesia, y supondría romper definitivamente con la tradición apostólica. Estaríamos creando un sacerdocio según nuestra dimensión humana, sin perpetuar el sacerdocio de Cristo, obediente, pobre y casto”.
. De los obispos es obligado subrayar y lamentar constataciones idénticas. Ellos –la imagen más cercana de la Iglesia jerárquica-, demandan renovación urgente y profunda. Ni pueden ni deben ser “nombrados- designados”, como hasta el presente Los criterios de los Nuncios, de sus asesores, corte o cohorte, no son de verdad y siempre religiosos. Son y están más cercanos a los políticos y a los terrenales. No son pastorales. Sus nombramientos, al margen y, a veces, en contra de los “pastoreados, –sacerdotes y el resto del pueblo de Dios-, está en flagrante desacuerdo con el evangelio, con los usos y costumbres de la primitiva Iglesia y hasta con los medios y métodos de la convivencia cívica y ciudadana, para la que la democracia ha de ser, y es, principal inspiradora.
. La carrera eclesiástica, ni es ni será jamás, ni carrera ni eclesiástica. El “carrerismo” dentro de la Iglesia es una de sus más nefastas lacras, tal y como el papa Francisco lamenta con tan triste y desoladora frecuencia. El “carrerismo” es totalmente ajeno y distinto a cuanto pueda tener relación alguna con la vocación sacerdotal o religiosa. Una noticia reciente ha difundido el sentir de unos 250 clérigos que se declaran en total disconformidad con el papa, desde el convencimiento de que parte importante de su doctrina y comportamiento pontificios rondan los límites de la heterodoxia. Estos clérigos y tantos otros, olvidaron que de la Iglesia no se vive. Se vive para ella y, mientras esta sea más pobre y de los pobres, con mayor, más santo, sano y sabio entusiasmo. A la Iglesia se sirve, y a nadie le será clericalmente lícito y digno servirse, por muchos capisayos, símbolos y sinecuras que se ostenten.
. El tema de las vocaciones sacerdotales apenas si alcanza la categoría de problema grave en la mente, consideración y praxis de la jerarquía eclesiástica. Da la pagana impresión de que, ante el mismo, cierra conscientemente los ojos, con la excusa sacramentalizada de que “Dios proveerá, aún comprobando cómo los edificios de los seminarios y noviciados han de dedicarse a otros menesteres, mientras que las necesidades del pueblo de Dios, como tal, son desatendidas por falta de “ministros del Señor”.
. Con las homilías, Cartas Pastorales y exhortaciones, discursos, novenas, triduos y quinarios, catequesis y asignaturas de religión en centros docentes, no es factible dotar de principios seriamente religiosos a los catecúmenos y a los bautizados. El “caos doctrinal” y la “santidad con cara de estampitas”, son diagnósticos hoy certera y tristemente ”católicos”. Si además de estos comportamientos de jerarcas y de cristianos de a pié, la corrupción y la pederastia, por acción u omisión, son frecuentes noticias constatadas en los medios de comunicación, los obispos siguen dedicados a sus “cosas” y “en el mejor de los mundos”, puede y debe asegurarse que el futuro de la institución eclesiástica no es nada halagüeño.
. En la Iglesia y sus extrarradios, se echa de menos una intensa y extensa revisión de la teología, liturgia, ministerios, dogmas, pecados, virtudes, cielo e infierno, mandamientos de Nuestra Santa Madre la Iglesia, “Nihl Obstat” e “Imprimatur”, ascética, milagros y milagrerías, riquezas propias y ajenas, apariciones, beatificaciones y canonizaciones, ecumenismo, otras religiones e Iglesias, clericalismos “et supra”, celibato eclesiástico, la hipocresía y el fariseísmo…claman por su remoción o replanteamiento a la luz del evangelio y en consonancia con las necesidades, sensibilidades y urgencias de los nuevos tiempos.
. Esencial y especialísima atención demanda el problema del machismo –así, con todas sus letras-, patrimonio de la Iglesia. Para la Iglesia y su jerarquía, santos, teólogos, la mujer es –sigue siendo- “pecado” y objeto y sujeto de placer. Es “cosa” y posesión del hombre, con todas sus nefastas, anticristianas y antihumanas consecuencias, y a su servidumbre, que por eso y para eso bíblicamente Dios la creó de una de sus costillas. El patriarcalismo vigente e imperante hoy en la liturgia, en el Código de Derecho Canónico, influye y hasta ahorma comportamientos sociales, laborales, culturales y, por demás, y sobre todo, familiares. Escamotearle a la mujer, por mujer, los mismos derechos que tiene el hombre, por hombre, es impropio de cualquier institución, y menos si esta es, o se dice, religiosa.