EL COLECCIONISTA DE BOTONES

En rigurosa conformidad con la RAE y su diccionario, José Luis Martín, autor de “En los pasillos del mundo”, acapara la más noble de las acepciones de la palabra “cuentista” descrita como “persona que suele narrar, o escribir, cuentos” o “narraciones breves de sucesos ficticios, especialmente las que van dirigidas a los niños”. Con la acepción de “cuentista” como “aquél que acostumbra a contar enredos, chismes o embustes, o que exagera la realidad”, jamás estableció relación alguna literaria estable el autor del nuevo libro publicado por la editorial “Liber Factory”, que acrecienta el listado de su colección en la que destacan, entre otros títulos, los de “Danzas, botargas y tarascas”, “Cuentos irracionales”, y “Loas, bailes, jácaras y mojigangas”.

Con soltura, pedagogía de la buena y esmerada expresión académica, José Luis Martín ejerce una vez más su sacrosanto oficio de “educador” de niños y mayores, en su calidad de escritor y periodista, conocedor puntual de las realidades que narran los medios de comunicación en su rica variedad técnica, con tiempo, a la vez, para la reflexión y el comentario propios de quien escribe e informa.

De modo similar a las palabras, los cuentos poseen una magia especial. difusa, misteriosa y siempre convincente. Ellos –los cuentos- reflejan la vida misma. Muestran y exponen los rasgos de la convivencia con los demás, y sus sentimientos y valores contrapuestos, junto a la posibilidad de elegir. Estimulan la reflexión entre lectores y oyentes e instan a aprender a tomar decisiones personales en orden a madurar la formación de chicos y grandes, inspirando la moraleja más o menos explícita, que justifica el cuento, como tal.

“Como anillo al dedo”, y con todas sus nítidas consecuencias, “viene a cuento” aquí la alusión a una anécdota que se narra en la vida de Einstein, a quien una mujer le preguntara un día qué hacer para que sus hijos fueran más inteligentes, respondiéndole el sabio: “Léales cuentos de hadas” A la re-pregunta de la mujer de “¿qué debo hacer, pues”, Einstein insistió: “pues léales más cuentos de hadas”.

Y es que los cuentos funcionan y sirven de mucho, y eficazmente, para la educación- formación de las personas. Llaman al corazón de sus lectores u oyentes. Su moraleja nos hace mejores. Y más felices. Aportarán detalles que configuren y determinen la formación verdadera. Sus fantasías desvelarán elementos misteriosos que perdurarán para siempre y que, a su tiempo, se tornarán éticamente salvadores, tanto personal como colectivamente. Los cuentos son hoy claves y efectivas “herramientas” que ayudan a recorrer caminos de realización integral como ciudadanos y como cristianos.

Los cuentos tuvieron pasado, pero en idéntica, o mayor, proporción, habrán de tener – y tienen- futuro, en el organigrama más elemental de la pedagogía familiar y social que tanto preocupa a doctos e indoctos. En el contexto bíblico y religioso –cristiano-, las parábolas, y no pocos episodios del Antiguo y Nuevo Testamento, tienen mucho –casi todo- de “cuentos”.

Hagan la prueba, atentos a “Las voces en los pasillos del mundo”, que acaba de antologarnos José Luis Martín en sus 360 páginas, buscando la amistad con personajes, como don Rómulo Simón Benito, Francis Dolomo, Aldeasica, Ambrosio de Bustamante, Adrián de la Bella Excusa, Manuelino, Florinda, Teermina , don Candongo, Rupertito, don Ruperto “el Cura”, Pacomio Gañán y doña Merceditas. ¡Por favor, no dejen de leer el cuento titulado “El coleccionista de botones”¡
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