¿CREER EN LOS CURAS?
El tema lo dictan y lo justifican el sentido común y la iteración con la que en el Pueblo de Dios, y fuera del mismo, se plantea y se exige. En cualquier conversación en la que lo religioso como reflexión se hace presente, la coincidencia es mayoritaria al proclamar “yo creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia y, por supuesto, en los curas”. Es posible que las siguientes sugerencias aporten alguna luz para el planteamiento de tan importante cuestión.
. Si la expresión “no creo en los curas, pero sí en Jesucristo “ no encubre intenciones maliciosas y, por infundadas, frívolas, y da a entender una cierta recapacitación sobre la figura de Cristo y la historia de la Iglesia, el diagnóstico puede ser ciertamente positivo. Del mismo habrán de aprovecharse y estar agradecidos todos los miembros de la jerarquía eclesiástica, con el correspondiente examen de conciencia y propósito de enmienda en todas sus latitudes y niveles.
. Para que tal examen resulte claro, eficaz y preciso, es imprescindible que los representantes oficiales de la Iglesia, con preferente mención para los más encumbrados, se ejerciten en el trato- diálogo con el Pueblo de Dios, facilitándoles su acercamiento y su integración en sus vidas. Ni los Papas en general, ni sus Curias, ni los obispos y, en no pocos casos, ni los mismos curas que “ministerialmente pastorean la grey del Señor” saben, o apenas si saben , “de la misa la media “, incapacitados para conocer y dejarse conocer.
.Es lógico y evangélico pensar que si los estamentos eclesiásticos conocieran de verdad el caudal y realismo de insatisfacciones que expresa la frase de la increencia en lo clerical relacionada con la creencia en la figura de Cristo Jesús, la reacción de todo el estamento eclesiástico habría de ser diametralmente distinta.
. El propósito de enmienda habrá de partir de la intensificación del trato- diálogo con los miembros del Pueblo de Dios, para lo que no sirven los procedimientos al uso. Las audiencias –“acto de oír las personas de altas jerarquías u otras autoridades, previa concesión, a quienes reclamen, exponen o soliciten algo” – imposibilita a la clerecía en sus más altas esferas a participar de la realidad de la vida, en el texto y contexto de sus opciones y preocupaciones.
. Lo mismo en órbitas pontificales, como episcopales, propósito y ocupación de los cargos intermedios son, y serán siempre, preparar lo más confortablemente posible contactos y entrevistas –“audiencias”-, con el fin de que las “autoridades” se lleven las mejores impresiones, sin importarles en demasía si estas son reales o ficticias . En los “salones del trono”, audiencias masivas y desde plataformas y “papamóviles” pontificios, es absurdo y quimérico pretender percibir y enterarse de cuanto acontece en nuestro alrededor, por mucha gracia de Dios que se afirme que acompaña y dota a determinados cargos eclesiásticos.
. A los confesantes de no creer en la Iglesia, les basta y les sobra con observar y percatarse de la lejanía que se cultiva en la institución, de su falta de transparencia, de la burocracia que la define con tan eximia precisión y detalles, de la palabrería que se emplea, de los atuendos personales e institucionales, propios de tiempos y formas irreversiblemente fenecidos, de su ordenamiento diplomático y ritual, extraño ya hoy en países-estados y en instituciones y organismos civiles o profesionales de más alto rango y representación .
. Con el convencimiento de que “la Iglesia no es Iglesia de Cristo, si no es, ejerce y actúa al servicio de los demás”, y cuando son tantos los signos y las pruebas de que “no siempre ni mucho menos es verdad tanta belleza”, no cabe otra solución que la de facilitar al máximo caminos de encuentros dentro y fuera de la misma, aún contando con las dificultades que será necesario superar.
. En tan positivo empeño, será de provecho profundizar en todo lo que signifique y requiera ejercer la autocrítica, con explícita invocación a la Virgen bajo la advocación de “Nuestra Señora de la Autocrítica, rogad por nosotros, Amén “
. Si la expresión “no creo en los curas, pero sí en Jesucristo “ no encubre intenciones maliciosas y, por infundadas, frívolas, y da a entender una cierta recapacitación sobre la figura de Cristo y la historia de la Iglesia, el diagnóstico puede ser ciertamente positivo. Del mismo habrán de aprovecharse y estar agradecidos todos los miembros de la jerarquía eclesiástica, con el correspondiente examen de conciencia y propósito de enmienda en todas sus latitudes y niveles.
. Para que tal examen resulte claro, eficaz y preciso, es imprescindible que los representantes oficiales de la Iglesia, con preferente mención para los más encumbrados, se ejerciten en el trato- diálogo con el Pueblo de Dios, facilitándoles su acercamiento y su integración en sus vidas. Ni los Papas en general, ni sus Curias, ni los obispos y, en no pocos casos, ni los mismos curas que “ministerialmente pastorean la grey del Señor” saben, o apenas si saben , “de la misa la media “, incapacitados para conocer y dejarse conocer.
.Es lógico y evangélico pensar que si los estamentos eclesiásticos conocieran de verdad el caudal y realismo de insatisfacciones que expresa la frase de la increencia en lo clerical relacionada con la creencia en la figura de Cristo Jesús, la reacción de todo el estamento eclesiástico habría de ser diametralmente distinta.
. El propósito de enmienda habrá de partir de la intensificación del trato- diálogo con los miembros del Pueblo de Dios, para lo que no sirven los procedimientos al uso. Las audiencias –“acto de oír las personas de altas jerarquías u otras autoridades, previa concesión, a quienes reclamen, exponen o soliciten algo” – imposibilita a la clerecía en sus más altas esferas a participar de la realidad de la vida, en el texto y contexto de sus opciones y preocupaciones.
. Lo mismo en órbitas pontificales, como episcopales, propósito y ocupación de los cargos intermedios son, y serán siempre, preparar lo más confortablemente posible contactos y entrevistas –“audiencias”-, con el fin de que las “autoridades” se lleven las mejores impresiones, sin importarles en demasía si estas son reales o ficticias . En los “salones del trono”, audiencias masivas y desde plataformas y “papamóviles” pontificios, es absurdo y quimérico pretender percibir y enterarse de cuanto acontece en nuestro alrededor, por mucha gracia de Dios que se afirme que acompaña y dota a determinados cargos eclesiásticos.
. A los confesantes de no creer en la Iglesia, les basta y les sobra con observar y percatarse de la lejanía que se cultiva en la institución, de su falta de transparencia, de la burocracia que la define con tan eximia precisión y detalles, de la palabrería que se emplea, de los atuendos personales e institucionales, propios de tiempos y formas irreversiblemente fenecidos, de su ordenamiento diplomático y ritual, extraño ya hoy en países-estados y en instituciones y organismos civiles o profesionales de más alto rango y representación .
. Con el convencimiento de que “la Iglesia no es Iglesia de Cristo, si no es, ejerce y actúa al servicio de los demás”, y cuando son tantos los signos y las pruebas de que “no siempre ni mucho menos es verdad tanta belleza”, no cabe otra solución que la de facilitar al máximo caminos de encuentros dentro y fuera de la misma, aún contando con las dificultades que será necesario superar.
. En tan positivo empeño, será de provecho profundizar en todo lo que signifique y requiera ejercer la autocrítica, con explícita invocación a la Virgen bajo la advocación de “Nuestra Señora de la Autocrítica, rogad por nosotros, Amén “