EDUCAR EN LA MENTIRA

Sin adentrarnos en excesivas profundidades e indagaciones, “educar” referido a una persona,, es “hacer que desarrolle o perfeccione facultades intelectuales o morales”, al igual que “verdad” es “la correspondencia entre lo que se manifiesta y lo que se sabe , se cree o se piensa”. Consecuentemente “mentira” –“distorsión de la mente-, es la expresión o manifestación de algo distinto de lo que se sabe, se cree o se piensa, e “inducir a error”, aunque si se le adjunta el adjetivo “piadosa” –“mentira piadosa”- se haga “con la intención de no causar disgusto o pesar”.. “Educado”, con referencia a las normas estrictas de urbanidad o de cortesía, por ahora, no tiene lugar en estas reflexiones.

Por supuesto que los términos “educación” y “verdad” establecieron de siempre y en todas las culturas, relaciones de confraternización indeleble, lo que la torna indisoluble. Sin que la verdad, y solo la verdad, sea la que trace y justifique caminos, procesos, metas y fines de su presencia y actividad, a la educación habrá que llamársela de manera diametralmente distinta. Educación es verdad y verdad es educación. Uno y otro concepto destierran a perpetuidad al de la mentira, con todas sus consecuencias por “piadosas” e “impiadosas” que sean.

Pero, ¿puede ser verdad tanta belleza?. Con desdichada tristeza es obligado tener que reconocer que, con frecuencia, y aún sistemáticamente, no lo es… La mentita suplanta a la verdad, con lo que se distorsionan las elementales normas de la educación integral de cada persona y sus posibilidades de establecer y mantener toda convivencia entre los humanos y en la relación con la naturaleza y con Dios.

Ni se nos educa ni educamos para la verdad. Es la mentira la que suele primar, pontificar y definir cuantiosas porciones de lo que realmente se es, o se desea ser. Es la mentira lo que nos hace ser infantiles a perpetuidad, sin serias aspiraciones a ejercer de personas adultas. La mentira impide crecer “en edad, saber y gobierno”, no permitiendo equivocarse y actuar por su cuenta y riesgo. La mentira les despoja y arrebata a los seres humanos la posibilidad de ser libres y, por tanto, hijos de Dios.

Las áreas en las que educación y mentira se aposentan y actúan con predilección, eficacia y engaño, son muchas. Prácticamente todas, en las que se enmarca la vida en su diversidad de versiones, de tiempos y de circunstancias.

Apunto en primer lugar al ámbito de la educación religiosa, y en ella destaca el dato de que interesadamente, o no tanto, es la mentira su guía y mentor principal, en ocasiones, con el rango de “palabra de Dios” o de alguna otra connotación semi dogmática. Tomar al pié de la letra todos y cada uno de los versículos de la Biblia, sin más explicación y sin contar con la desinformación que caracteriza al educando en la fe y en materias religiosas en general, es un atrevimiento imperdonable, impropio de personas cultas. Por ejemplo, los capítulos relacionados con la mujer y el hombre-varón, no tiene más explicación que la de la minoría de edad y sumisión en la que quisieran estos –los hombres-varones-, hacer perdurar por definición.

El miedo con el que se educa, y se nos mete en el cuerpo y en el alma en relación con la imagen de Dios, es frecuentemente inmoral. Algo similar a lo que acontece con el pecado, el infierno, los castigos eternos, el progreso, las “vidas y milagros” de los santos y santas ya instalados oficialmente en los calendarios litúrgicos y santorales, la justificación de determinadas penitencias, la identificación exclusiva de los actos de culto –ceremonias y ritos- con el verdadero y auténtico sentido del servicio, el poderío y las riquezas poseídas “en el nombre de Dios”, las fantasías de los paramentos sagrados, la infinita satisfacción de sentirse cristianos con desestima o desprecio de quienes no lo sean, tantas actitudes hipócritas y la disonancia entre - lo que se dice –predica- y se hace por parte de la misma jerarquía, insta a despotricar de cuanto se presenta como religioso, y más cuando en el evangelio, Jesús se autodenomina y presenta con todo derecho, además de como VERDAD, como Camino y Vida.

En la política, en las relaciones familiares y sociales, civiles, culturales, de ocio… la mentira despliega a sus anchas, alas de hipocresías y fariseísmo, y los valores a los que los devotos les rinden culto y veneración, a consecuencia de la educación recibida, carecen de sustantividad y consistencia, con lo que se imposibilita la convivencia y la solidaridad.

La conciencia de haber sido, y seguir siendo, educados para vivir en la mentira y no en la verdad, frustra cualquier posibilidad de hacer habitable, decente y feliz la estancia en el mundo. Educar en la mentira, tanto religiosa como civil, equivale a elegir y preparar campos de batalla en los que “por los siglos de los siglos” serán vencedores los fariseos y los hipócritas.
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