FRANCISCO HIGIENIZA LA IGLESIA
Tristes, tristísimas y lacerantes preguntas se formulan las exalumnos del colegio-seminario de La Bañeza y de Astorga “decepcionados tras la sentencia contra el sacerdote Ramos Gordón, quien fue el que cometió los “ abusos”, sin afectar para nada a quienes los consintieron durante años tan largos, con más o menos aquiescencia. Y la pregunta es esta:”¿pero qué es lo que tiene, o no tiene, que hacer un cura, o alguno de los miembros de su jerarquía, para que los excomulgue la Iglesia”?
A quienes la formulan, padecieron, y siguen padeciendo, las consecuencias inherentes al término “abuso” que, en conformidad con declaraciones y testificaciones, también judiciales, su sola enunciación haría chirriar de asco y de dolor todas y cada una de las sílabas que componen las palabras de esta información, es posible que les sean de utilidad y consolación mis apreciaciones, urgiendo destacar que algunas de ellas fueron vividas en carne propia y hasta sus penúltimas consecuencias.
. A mí me tuvieron “suspenso a divinis” –y “a humanis”- durante algún tiempo, por el hecho de haber denunciado parte de la corrupción existente en los Tribunales Eclesiásticos, con aquello de las “nulidades- anulaciones” matrimoniales, cuando no había ley de divorcio en España. Demostrada en la jurisdicción penal la veracidad de mis denuncias, por fin me levantaron tal “anatema”, sin que los protagonistas curiales, con sus títulos y capisayos, fueran sancionados de ninguna manera o procedimiento canónico.
. Lo importante para quienes representaban, y siguen representando, a Nuestra Santa Madre la Iglesia, era y es, que se crea y practique que ellos, solo ellos, y por su “sagrada” condición, son siempre, y en todo, santos, a la vez que los demás –laicos y “sacerdotillos”, son de por sí, “pecadores”.
. Lo que por encima de todo es preciso –imprescindible- cuidar y salvar, es el buen nombre de la institución, en esta caso, la Iglesia y la curia, por lo que la prensa, “ impía y blasfema” por más señas, habrá de rendirse a su pies a perpetuidad con sus “prudentes” silencios o “inocentes” informaciones, que no enturbien la buena “fama” aureolada de adjetivaciones protocolarias canónicas o litúrgicas.
. El daño moral, sicológico y religioso, irreparable la mayoría de las veces, causado por educadores o “pastores” de la Iglesia, interesó poco o nada. Aún más, con los siete sellos bíblicos se les cerró la boca a las víctimas, condenándolas en esta vida y en la otra, en el inverosímil caso de que se les escapara algún comentario y pudieran hacerse públicas algunas de las indecentes e innobles fechorías por ellos cometidas, a veces, poniendo a Dios por testigo de que, “lo que ellos hacían, o consentían, no era malo,”…
. Resulta increíble que, por ejemplo, sabedores determinadas autoridades episcopales, de la redomada y viciosa inclinación hacia la pederastia de cierto sacerdote, su “castigo” se limitara a procurar su traslado a otra actividad “pastoral” y, en un caso concreto, mientras no dispusiera de casa propia para la familia, se le facilitara y acondicionara su estancia en el internado de un colegio de monjas dedicadas a la enseñanza…El colegio en cuestión, como tantos otros, disponía de otra perta por la que tenían acceso las niñas que entonces pertenecían a la clase de “gratuitas”.
. Tal y como literalmente se ha referido por parte de algún miembro de la jerarquía de que “gracias a Dios prescribieron determinados procesos”, los comentarios que a esta “satisfacción” se han hecho y se harán, enrojecerán de vergüenza la faz de aquellos cuyas cabezas siguen coronando las cornúpetas mitras. A Dios no es posible “darle gracias” por la perdularia pereza burocrática que, más o menos interesadamente, inficiona el ritmo de ciertos procesos de carácter eclesiástico. Precisamente habrá que pedirle perdón por tal dejadez que perjudica a la justicia y al bien integral de los débiles o pobres.
. En resumidas cuentas, y contestando a parte de la pregunta formulada por las víctimas de los abusos sexuales, en la determinación de no excomulgarlos de la Iglesia, la hipocresía, la “buena fama” y el “buen nombre de la institución”, fue lo que activó los resortes humanos y divinos para impedirlo.
. La nueva y sacrosanta disciplina pastoral higienizadora, inaugurada por el papa Francisco en relación con la que él mismo llamó “cueva del clericalismo”, contribuye ya a contestar cuantas preguntas legítimas se formulan las pobres victimas de las acciones o de los silencios culposos de quienes se revisten de ornamentos y de títulos que, en ocasiones, hasta rondan las irisaciones purpúreas.
A quienes la formulan, padecieron, y siguen padeciendo, las consecuencias inherentes al término “abuso” que, en conformidad con declaraciones y testificaciones, también judiciales, su sola enunciación haría chirriar de asco y de dolor todas y cada una de las sílabas que componen las palabras de esta información, es posible que les sean de utilidad y consolación mis apreciaciones, urgiendo destacar que algunas de ellas fueron vividas en carne propia y hasta sus penúltimas consecuencias.
. A mí me tuvieron “suspenso a divinis” –y “a humanis”- durante algún tiempo, por el hecho de haber denunciado parte de la corrupción existente en los Tribunales Eclesiásticos, con aquello de las “nulidades- anulaciones” matrimoniales, cuando no había ley de divorcio en España. Demostrada en la jurisdicción penal la veracidad de mis denuncias, por fin me levantaron tal “anatema”, sin que los protagonistas curiales, con sus títulos y capisayos, fueran sancionados de ninguna manera o procedimiento canónico.
. Lo importante para quienes representaban, y siguen representando, a Nuestra Santa Madre la Iglesia, era y es, que se crea y practique que ellos, solo ellos, y por su “sagrada” condición, son siempre, y en todo, santos, a la vez que los demás –laicos y “sacerdotillos”, son de por sí, “pecadores”.
. Lo que por encima de todo es preciso –imprescindible- cuidar y salvar, es el buen nombre de la institución, en esta caso, la Iglesia y la curia, por lo que la prensa, “ impía y blasfema” por más señas, habrá de rendirse a su pies a perpetuidad con sus “prudentes” silencios o “inocentes” informaciones, que no enturbien la buena “fama” aureolada de adjetivaciones protocolarias canónicas o litúrgicas.
. El daño moral, sicológico y religioso, irreparable la mayoría de las veces, causado por educadores o “pastores” de la Iglesia, interesó poco o nada. Aún más, con los siete sellos bíblicos se les cerró la boca a las víctimas, condenándolas en esta vida y en la otra, en el inverosímil caso de que se les escapara algún comentario y pudieran hacerse públicas algunas de las indecentes e innobles fechorías por ellos cometidas, a veces, poniendo a Dios por testigo de que, “lo que ellos hacían, o consentían, no era malo,”…
. Resulta increíble que, por ejemplo, sabedores determinadas autoridades episcopales, de la redomada y viciosa inclinación hacia la pederastia de cierto sacerdote, su “castigo” se limitara a procurar su traslado a otra actividad “pastoral” y, en un caso concreto, mientras no dispusiera de casa propia para la familia, se le facilitara y acondicionara su estancia en el internado de un colegio de monjas dedicadas a la enseñanza…El colegio en cuestión, como tantos otros, disponía de otra perta por la que tenían acceso las niñas que entonces pertenecían a la clase de “gratuitas”.
. Tal y como literalmente se ha referido por parte de algún miembro de la jerarquía de que “gracias a Dios prescribieron determinados procesos”, los comentarios que a esta “satisfacción” se han hecho y se harán, enrojecerán de vergüenza la faz de aquellos cuyas cabezas siguen coronando las cornúpetas mitras. A Dios no es posible “darle gracias” por la perdularia pereza burocrática que, más o menos interesadamente, inficiona el ritmo de ciertos procesos de carácter eclesiástico. Precisamente habrá que pedirle perdón por tal dejadez que perjudica a la justicia y al bien integral de los débiles o pobres.
. En resumidas cuentas, y contestando a parte de la pregunta formulada por las víctimas de los abusos sexuales, en la determinación de no excomulgarlos de la Iglesia, la hipocresía, la “buena fama” y el “buen nombre de la institución”, fue lo que activó los resortes humanos y divinos para impedirlo.
. La nueva y sacrosanta disciplina pastoral higienizadora, inaugurada por el papa Francisco en relación con la que él mismo llamó “cueva del clericalismo”, contribuye ya a contestar cuantas preguntas legítimas se formulan las pobres victimas de las acciones o de los silencios culposos de quienes se revisten de ornamentos y de títulos que, en ocasiones, hasta rondan las irisaciones purpúreas.