Felicidades Francisco
Entre unos y otros, y con relevantes y documentadas acusaciones, también pontificias, el hecho triste es que hoy la Iglesia no se distingue precisamente por ser y ofrecerse como testimonio de Cristo. La faz de la Iglesia es bastante más que desaseada. Está sucia. Y enlodada. Con sobrehumana dificultad podría ser identificada por su mismo fundador, en multitud de funciones, actividades, principios y comportamientos, aún de quienes aseguran representarla oficial y jerárquicamente. En proporciones similares, o superiores, a las del resto de instituciones cívico- sociales en las que se enmarcan las relaciones humanas, el pecado es patrimonio eclesiástico y, a tenor de su odiosa e hipócrita perseverancia, sin recato, sin penitencia y, en consecuencia, sin arrepentimiento.
Hace por ahora un año, el Papa Francisco inició la tarea de reconversión de la Iglesia, abriendo de par en par ventanas y puertas “sagradas”,- y no tan “sagradas”- , con la gracia de Dios, la buena voluntad, sobre todo de los “cristianos de a pié”, y la aclamación y reconocimiento general hasta de los increyentes. Además de alentarle en tan salvadora misión en beneficio del pueblo, estas sugerencias centran su atención en subrayar algunas de las facetas y sectores, que muchos consideramos prioritarios, después de comprobar que todavía no se hallan en el punto de mira de sus más próximas intenciones renovadoras pontificias.
. La mujer, por mujer, se sigue encontrando radicalmente incómoda en el esquema de las previsiones reformadoras esbozado por el Papa. La mujer no aguanta ya, y menos “ en el nombre de Dios”, las discriminaciones tan graves y absurdas, como las que le supone la rotunda negativa al sacerdocio, y a cualquier otra responsabilidad en el organigrama de la Iglesia. La misoginia que caracteriza a esta es un atraso, una ofensa y una distorsión de valores humanos y divinos, ajenos a los principios filosóficos, teológicos, políticos, socio-económicos y culturales, hoy y siempre vigentes. La cerril e incivilizada “virilización –machismo” de la humanidad, y la versión patriarcal de la vida, junto con la visión y vivencia, machista en exclusiva, de Dios, es antievangélica y carece de categoría verazmente religiosa.
. La claridad y la transparencia son hoy elementos básicos en la edificación- reedificación de la Iglesia. A esta le sobran misterios. En el mantenimiento de la mayoría de ellos cimentó parte importante de su poderío, supremacía y autoridad, añadiéndole indebidamente caracteres jerárquicos. Misterios, los menos. A ser posible, ninguno. Los misterios acoquinan y asustan. Dan miedo, Deshumanizan, entontecen y desacreditan, más a quienes los imponen, que a quienes los padecen. La claridad es un don de la divinidad. Las tinieblas, lo son del demonio. La falta de claridad y de transparencia le causó a la Iglesia efectos superiores nefastos a los de las plagas de Egipto, pese a las explicables añoranzas posteriores del contenido y olor de sus ollas orondas.
. La “divinización” de personas, dicasterios, elementos, doctrinas, principios e instituciones, como “santa sede” , puramente naturales, enmarcados en lugares y tiempos “religiosos”, -empeño principal de los hombres de la Iglesia-, ha de corresponderse con la humanización de lo divino, sin establecer entre un y otr empeño, dicotomías inmorales, o al menos, amorales. Cristo Jesús es, y se nos presenta a la vez, como Dios y hombre verdadero. La “papalatría”, por poner un ejemplo, como el estatus jerárquico en general, es grave y torpe pecado.
. El progreso es una gracia de Dios. Jamás la Iglesia estará enemistada con él. Valorado como corresponde, la misión eclesial será acomodarlo evangélicamente en el contexto de la salvación integral de los seres humanos con predilección para quienes más lo precisen por su condición de pobres… Los ricos- ricos no son el principal legado patrimonial de la Iglesia. Habrán de serlo los pobres. Es principio que la pastoral, la liturgia, la moral y la eclesiología en general, olvidan con desdichada frecuencia, por lo que el recuerdo y su actualización por parte del Papa Francisco resultan en la actualidad tan evocadores y educadores en la fe, sin obviar los numerosos y graves riesgos, hasta de muerte, que entrañan misión y dedicación tan soberanamente evangélicas.
. La renuncia a la jefatura de los todavía apodados “Estados Pontificios”, el celibato de los curas, el nombramiento de los obispos con intervención del pueblo, la profundización en la teología de la Iglesia – clérigos y laicos-, el divorcio y la recepción de los sacramentos, el ecumenismo, el IOR bancario, la desaparición de las mitras y otros ornamentos “religiosos”, cualquier estado o episodio de corrupciones eclesiásticas –divinales y “de tejas abajo”-, serán con el paso del tiempo fruta, cuya maduración acelerará el Papa Francisco con su decidida y humilde entrega a favor de los pobres, y como sublime acto de adoración al Dios verdadero.
Hace por ahora un año, el Papa Francisco inició la tarea de reconversión de la Iglesia, abriendo de par en par ventanas y puertas “sagradas”,- y no tan “sagradas”- , con la gracia de Dios, la buena voluntad, sobre todo de los “cristianos de a pié”, y la aclamación y reconocimiento general hasta de los increyentes. Además de alentarle en tan salvadora misión en beneficio del pueblo, estas sugerencias centran su atención en subrayar algunas de las facetas y sectores, que muchos consideramos prioritarios, después de comprobar que todavía no se hallan en el punto de mira de sus más próximas intenciones renovadoras pontificias.
. La mujer, por mujer, se sigue encontrando radicalmente incómoda en el esquema de las previsiones reformadoras esbozado por el Papa. La mujer no aguanta ya, y menos “ en el nombre de Dios”, las discriminaciones tan graves y absurdas, como las que le supone la rotunda negativa al sacerdocio, y a cualquier otra responsabilidad en el organigrama de la Iglesia. La misoginia que caracteriza a esta es un atraso, una ofensa y una distorsión de valores humanos y divinos, ajenos a los principios filosóficos, teológicos, políticos, socio-económicos y culturales, hoy y siempre vigentes. La cerril e incivilizada “virilización –machismo” de la humanidad, y la versión patriarcal de la vida, junto con la visión y vivencia, machista en exclusiva, de Dios, es antievangélica y carece de categoría verazmente religiosa.
. La claridad y la transparencia son hoy elementos básicos en la edificación- reedificación de la Iglesia. A esta le sobran misterios. En el mantenimiento de la mayoría de ellos cimentó parte importante de su poderío, supremacía y autoridad, añadiéndole indebidamente caracteres jerárquicos. Misterios, los menos. A ser posible, ninguno. Los misterios acoquinan y asustan. Dan miedo, Deshumanizan, entontecen y desacreditan, más a quienes los imponen, que a quienes los padecen. La claridad es un don de la divinidad. Las tinieblas, lo son del demonio. La falta de claridad y de transparencia le causó a la Iglesia efectos superiores nefastos a los de las plagas de Egipto, pese a las explicables añoranzas posteriores del contenido y olor de sus ollas orondas.
. La “divinización” de personas, dicasterios, elementos, doctrinas, principios e instituciones, como “santa sede” , puramente naturales, enmarcados en lugares y tiempos “religiosos”, -empeño principal de los hombres de la Iglesia-, ha de corresponderse con la humanización de lo divino, sin establecer entre un y otr empeño, dicotomías inmorales, o al menos, amorales. Cristo Jesús es, y se nos presenta a la vez, como Dios y hombre verdadero. La “papalatría”, por poner un ejemplo, como el estatus jerárquico en general, es grave y torpe pecado.
. El progreso es una gracia de Dios. Jamás la Iglesia estará enemistada con él. Valorado como corresponde, la misión eclesial será acomodarlo evangélicamente en el contexto de la salvación integral de los seres humanos con predilección para quienes más lo precisen por su condición de pobres… Los ricos- ricos no son el principal legado patrimonial de la Iglesia. Habrán de serlo los pobres. Es principio que la pastoral, la liturgia, la moral y la eclesiología en general, olvidan con desdichada frecuencia, por lo que el recuerdo y su actualización por parte del Papa Francisco resultan en la actualidad tan evocadores y educadores en la fe, sin obviar los numerosos y graves riesgos, hasta de muerte, que entrañan misión y dedicación tan soberanamente evangélicas.
. La renuncia a la jefatura de los todavía apodados “Estados Pontificios”, el celibato de los curas, el nombramiento de los obispos con intervención del pueblo, la profundización en la teología de la Iglesia – clérigos y laicos-, el divorcio y la recepción de los sacramentos, el ecumenismo, el IOR bancario, la desaparición de las mitras y otros ornamentos “religiosos”, cualquier estado o episodio de corrupciones eclesiásticas –divinales y “de tejas abajo”-, serán con el paso del tiempo fruta, cuya maduración acelerará el Papa Francisco con su decidida y humilde entrega a favor de los pobres, y como sublime acto de adoración al Dios verdadero.