Guerra Entre Santos
Guerras ha habido, y desgraciadamente habrá, muchas. Las historias de la humanidad cuentan con capítulos escalofriantes e indignos de ser y llamarse “historia” y “humanidad”. En historial tan desdichado destacan los correspondientes a las guerras caracterizadas como “santas”, y a las que cualquier otra motivación ajena a la santidad fue su justificación y motivo. “Las “cruzadas” fueron, y son, prueba fehaciente en todos los frentes de la concepción e interpretación de la religiosidad, en la que, por ejemplo, los petrodólares son sus argumentos más predilectos. Por supuesto que también la Iglesia fue marco real y “catecismo” de adoctrinamiento y prácticas beligerantes. La misma terminología “evangelizadora” y ascética es muestra de la “militancia” que caracterizaron y definieron aún a Órdenes y Congregaciones “Militares”, con el patrocinio y protección celestiales de santos, entre los que destacaron los Apóstoles, y la misma Santísima Virgen, con la advocación de “Nuestra Señora de las Batallas, ¡rogad por nosotros, Amén¡”
Las guerras- guerrillas, a las que me refiero en esta ocasión, son las declaradas, o sin declarar, entre pueblos, ciudades, países, Órdenes y Congregaciones religiosas, “Obras de Dios”, estamentos, clases sociales, profesiones y oficios, con inclusión primordial de las ideas- ideales que las definen, en el pugilato de superación para engrosar el Santoral con sus nuevos nombres y apellidos. En los últimos tiempos eclesiásticos, beatificaciones y canonizaciones se están haciendo, con indebida frecuencia, solemnes y espectaculares noticias, que al mismo pueblo de Dios le da la impresión de no estar inspiradas precisamente por el testimonio veraz de sus candidatos a ocupar sitiales de privilegio en el Santoral, en calidad de mediadores -intercesores- entre los hombres y Dios.
. La Curia romana prosigue todavía con la desedificante tarea de seleccionar como aspirantes al “honor de los altares” a cristianos a los que el pueblo- pueblo jamás recordó como tales, y menos invocó, y pretendió imitar, como ejemplos de vida. A este mismo pueblo les escandaliza la comprobación de los gastos a invertir en los procedimientos curiales y en la celebración de las fiestas. Le sorprende constatar cómo en algunos casos se prescinde de los tiempos y los requisitos canónicamente establecidos, alegando que “así conviene a la causa de Dios y al bien de la Iglesia”.
. El asombro y sorpresa rebasan toda medida, al tomar conciencia de que prevalecen los nombres de santos/as adscritos a tendencias “religiosas” sempiternamente inmovilistas, identificadas con las conservadoras a ultranza, sin que la renovación y modernidad se hagan presentes con signos e imágenes que evidencien que el santoral – Año Cristiano- no es patrimonio de ideologías concretas de Iglesia.
. Al pueblo de Dios –y aún a sus camaradas y afines- les admira y les sobrecoge comprobar, entre otras cosas, por qué y cómo se interpretan “a gusto del consumidor” determinados hechos como “milagrosos”, a la luz de la ciencia y de las posibilidades ignotas de la propia naturaleza humana. Les abochorna verificar que todos los Papas de los últimos tiempos, con excepción de uno de ellos, estén ya inscritos en el listado oficial de los beatos y santos, mientras que de las lectura de tantos capítulos de la historia, pasada y aún presente, de los Romanos Pontífices, las conclusiones tengan que ser totalmente distintas. La “patrimonialización” de la santidad precisamente por parte de los Papas no es de recibo. Hoy la gente sabe ya mucho de historia y de historias.
. La Curia romana es también responsable de que el pueblo- pueblo de Dios tache de su santoral y devocionario privados, los nombres de quienes jamás tuvieron más referencia que la social o política, con absoluto desconocimiento y experiencia de hechos excepcionalmente santos, que son los que, por sí solos, canonizan a sus protagonistas. Por citar un ejemplo de radiante actualidad, se preguntan muchos ¿cómo, y en qué virtudes, podremos imitar, cristiano de a pie, -ni “fundadores”, ni “co-fundadores”-, al próximo beato, ya venerable, Mons. Álvaro del Portillo, cuyas ceremonias solemnes masivas se celebrarán, -Deo volente”- en el mes de septiembre en Madrid, con las consabidas, refrendadas y purpúreas presencias cardenalicias? Con humildad y humanidad sagradas, sugiero que, antes de tal acontecimiento, nos adoctrinen al pueblo fiel para que la capacidad evangelizadora de tan caro, -en su doble acepción de “querido” y “costoso”-, resulte lo más rentable posible para la edificación de la Iglesia.
. Como, pese a todo, no dejarán de ser “ejemplares” los ritos de las canonizaciones y beatificaciones, sugiero también que se inicie algún día el proceso canónico a de los Mártires de la Inquisición, que siguen estando a la espera “franciscana”, imparcial y documentada, de que sus nombres sean reivindicados y compensados por los horrorosos sacrificios que hubieron de afrontar en defensa del santo evangelio.
Las guerras- guerrillas, a las que me refiero en esta ocasión, son las declaradas, o sin declarar, entre pueblos, ciudades, países, Órdenes y Congregaciones religiosas, “Obras de Dios”, estamentos, clases sociales, profesiones y oficios, con inclusión primordial de las ideas- ideales que las definen, en el pugilato de superación para engrosar el Santoral con sus nuevos nombres y apellidos. En los últimos tiempos eclesiásticos, beatificaciones y canonizaciones se están haciendo, con indebida frecuencia, solemnes y espectaculares noticias, que al mismo pueblo de Dios le da la impresión de no estar inspiradas precisamente por el testimonio veraz de sus candidatos a ocupar sitiales de privilegio en el Santoral, en calidad de mediadores -intercesores- entre los hombres y Dios.
. La Curia romana prosigue todavía con la desedificante tarea de seleccionar como aspirantes al “honor de los altares” a cristianos a los que el pueblo- pueblo jamás recordó como tales, y menos invocó, y pretendió imitar, como ejemplos de vida. A este mismo pueblo les escandaliza la comprobación de los gastos a invertir en los procedimientos curiales y en la celebración de las fiestas. Le sorprende constatar cómo en algunos casos se prescinde de los tiempos y los requisitos canónicamente establecidos, alegando que “así conviene a la causa de Dios y al bien de la Iglesia”.
. El asombro y sorpresa rebasan toda medida, al tomar conciencia de que prevalecen los nombres de santos/as adscritos a tendencias “religiosas” sempiternamente inmovilistas, identificadas con las conservadoras a ultranza, sin que la renovación y modernidad se hagan presentes con signos e imágenes que evidencien que el santoral – Año Cristiano- no es patrimonio de ideologías concretas de Iglesia.
. Al pueblo de Dios –y aún a sus camaradas y afines- les admira y les sobrecoge comprobar, entre otras cosas, por qué y cómo se interpretan “a gusto del consumidor” determinados hechos como “milagrosos”, a la luz de la ciencia y de las posibilidades ignotas de la propia naturaleza humana. Les abochorna verificar que todos los Papas de los últimos tiempos, con excepción de uno de ellos, estén ya inscritos en el listado oficial de los beatos y santos, mientras que de las lectura de tantos capítulos de la historia, pasada y aún presente, de los Romanos Pontífices, las conclusiones tengan que ser totalmente distintas. La “patrimonialización” de la santidad precisamente por parte de los Papas no es de recibo. Hoy la gente sabe ya mucho de historia y de historias.
. La Curia romana es también responsable de que el pueblo- pueblo de Dios tache de su santoral y devocionario privados, los nombres de quienes jamás tuvieron más referencia que la social o política, con absoluto desconocimiento y experiencia de hechos excepcionalmente santos, que son los que, por sí solos, canonizan a sus protagonistas. Por citar un ejemplo de radiante actualidad, se preguntan muchos ¿cómo, y en qué virtudes, podremos imitar, cristiano de a pie, -ni “fundadores”, ni “co-fundadores”-, al próximo beato, ya venerable, Mons. Álvaro del Portillo, cuyas ceremonias solemnes masivas se celebrarán, -Deo volente”- en el mes de septiembre en Madrid, con las consabidas, refrendadas y purpúreas presencias cardenalicias? Con humildad y humanidad sagradas, sugiero que, antes de tal acontecimiento, nos adoctrinen al pueblo fiel para que la capacidad evangelizadora de tan caro, -en su doble acepción de “querido” y “costoso”-, resulte lo más rentable posible para la edificación de la Iglesia.
. Como, pese a todo, no dejarán de ser “ejemplares” los ritos de las canonizaciones y beatificaciones, sugiero también que se inicie algún día el proceso canónico a de los Mártires de la Inquisición, que siguen estando a la espera “franciscana”, imparcial y documentada, de que sus nombres sean reivindicados y compensados por los horrorosos sacrificios que hubieron de afrontar en defensa del santo evangelio.