HERÁLDICA VATICANA ACATÓLICA
Para interpretar con corrección y religiosidad la intención y el contenido de estas reflexiones, acudo al diccionario de la RAE, fijando la atención en estas palabras: “Heráldica” o “arte de explicar y describir los escudos de armas”; “Escudos de armas”: “superficie u objeto con la forma de armazón en el que se pintan las figuras o piezas que son distintivo –blasón- , de un reino, ciudad o persona”; “Armas” (ofensivas o defensivas):”instrumentos o máquinas que sirven para atacar o para defenderse”. Las hay “blancas”, “de fuego” o “de doble filo”. “Presentar armas”, “alzarse en armas”“velar armas” o “de armas tomar”, son frases de fácil y estimable comprensión en el lenguaje popular. También lo es “hacer blasón”, que equivale a “hacer ostentación de algo en alabanza propia”.
. Equipados –“armados”- con estas significaciones y desde motivaciones estrictamente religiosas, es decir, sagradas, tengo presente heráldicamente el “escudo de armas” del Estado del Vaticano que, por ejemplo, campea en todos los ejemplares de su periódico “L´Osservatore Romano”, y en los documentos.
. Los elementos oficiales del escudo son la “tiara” o “gorro alto usado por el papa, formado por tres coronas y rematado con una cruz sobre un globo”. La tiara –“tri-regnum”, hace referencia “al gobierno de las regiones del cielo, tierra y mundo subterráneo, o de los tres continentes clásicos de Europa, Asia y África, poblados por los descendientes de Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé”. “La Iglesia militante, purgante y triunfante, está así mismo simbolizada en la tiara, con remembranza a la que llevara Darío III, emperador de los persas, en el mosaico pompeyano que representa la batalla con Alejandro “El Magno”. La condición de “dueño y señor del mundo entero, de la cristiandad y de la Iglesia de Roma” está pontificalmente señalada y descrita en la tiara, hoy discretamente retirada de las funciones litúrgicas `por solemnes que sean.
. Las dos frases latinas, por supuesto, que merecen destacarse en el escudo son “Unicuique suum”, es decir, “a cada uno lo suyo”, sin especificar quién es “cada uno” y si entre estos se contabilizan también los no cristianos, y tampoco se explicita qué es, significa y exige ser “suyo”, y si esto implica la idea de exclusión, también en materia religiosa. La otra frase latina, pese a su resonancia evangélica -“non praevalebunt” –“no prevalecerá”- (“dominar o tener superioridad o ventaja”), es tan multicolor y misteriosa, que resultaría ocioso, y atrevido, cualquier intento de interpretaciones, por benevolente que fuera.
. En general, el mundo –y menos, la Iglesia- no está hoy para “escudo de armas” y de frases latinas fulminantes y anatematizadoras. Su heráldica, en el caso en el que lo exijan los protocolos, tradiciones e historias, lo será siempre de pan, de paz, de igualdad, de puertas abiertas y de integración. Nada de coronas ducales y menos cuando estas, de alguna manera, han de rememorar las coronas de espinas.
. A las mitras, “aurifrigiatas” o no, con sus ínfulas -filacterias, de presunción y soberbia, se las puede y debe calificar de ignorantes y supinos símbolos de paganía y emblemas, propicios a suscitar el humor y la risa, entre los medianamente cultos, que comienzan ya a ser mayoría entre los cristianos. De evangelio, de religiosidad y de autenticidad, nada de nada.
. Con signos y símbolos como estos, están de más, y habrán de jubilarse, los posibles enemigos de la Iglesia y de los mensajes de redención y de vida que han de encarnar sus representantes oficiales en el ejercicio de su ministerio, interpretado y predicado este, con gestos y señales como los aquí referidos.
. ¿Qué hace, o hará, el papa Francisco ante panorama tan desolador y desedificante?. Amante y decidido reformador de la Iglesia, sus proyectos de renovación están luminosamente claros, anunciados y enunciados por él en repetidas ocasiones. Los heraldistas tendrán la palabra. Esta no habrá de demorarse, dado que el pueblo fiel nutre su fe y religiosidad sobre todo con la aportación y exposición de imágenes y símbolos, es decir, de parábolas.
. “Los tiempos adelantan “que es una barbaridad”. Los niños los jóvenes y muchos adultos, ni están ni estarán ya para mitras, tiaras, báculos, sillas gestatorias, “papamóviles”, cáligas y capas magnas cardenalicias con cinco -¡cinco¡- metros de cola cuyos colorines parecen seleccionados para ilustrar las fotos de revistas frívolas de la alta sociedad, protagonizando bodas y bautizos de ricos y nobles, con invitaciones exornadas de sus respectivos “escudos de armas”.
. Equipados –“armados”- con estas significaciones y desde motivaciones estrictamente religiosas, es decir, sagradas, tengo presente heráldicamente el “escudo de armas” del Estado del Vaticano que, por ejemplo, campea en todos los ejemplares de su periódico “L´Osservatore Romano”, y en los documentos.
. Los elementos oficiales del escudo son la “tiara” o “gorro alto usado por el papa, formado por tres coronas y rematado con una cruz sobre un globo”. La tiara –“tri-regnum”, hace referencia “al gobierno de las regiones del cielo, tierra y mundo subterráneo, o de los tres continentes clásicos de Europa, Asia y África, poblados por los descendientes de Sem, Cam y Jafet, hijos de Noé”. “La Iglesia militante, purgante y triunfante, está así mismo simbolizada en la tiara, con remembranza a la que llevara Darío III, emperador de los persas, en el mosaico pompeyano que representa la batalla con Alejandro “El Magno”. La condición de “dueño y señor del mundo entero, de la cristiandad y de la Iglesia de Roma” está pontificalmente señalada y descrita en la tiara, hoy discretamente retirada de las funciones litúrgicas `por solemnes que sean.
. Las dos frases latinas, por supuesto, que merecen destacarse en el escudo son “Unicuique suum”, es decir, “a cada uno lo suyo”, sin especificar quién es “cada uno” y si entre estos se contabilizan también los no cristianos, y tampoco se explicita qué es, significa y exige ser “suyo”, y si esto implica la idea de exclusión, también en materia religiosa. La otra frase latina, pese a su resonancia evangélica -“non praevalebunt” –“no prevalecerá”- (“dominar o tener superioridad o ventaja”), es tan multicolor y misteriosa, que resultaría ocioso, y atrevido, cualquier intento de interpretaciones, por benevolente que fuera.
. En general, el mundo –y menos, la Iglesia- no está hoy para “escudo de armas” y de frases latinas fulminantes y anatematizadoras. Su heráldica, en el caso en el que lo exijan los protocolos, tradiciones e historias, lo será siempre de pan, de paz, de igualdad, de puertas abiertas y de integración. Nada de coronas ducales y menos cuando estas, de alguna manera, han de rememorar las coronas de espinas.
. A las mitras, “aurifrigiatas” o no, con sus ínfulas -filacterias, de presunción y soberbia, se las puede y debe calificar de ignorantes y supinos símbolos de paganía y emblemas, propicios a suscitar el humor y la risa, entre los medianamente cultos, que comienzan ya a ser mayoría entre los cristianos. De evangelio, de religiosidad y de autenticidad, nada de nada.
. Con signos y símbolos como estos, están de más, y habrán de jubilarse, los posibles enemigos de la Iglesia y de los mensajes de redención y de vida que han de encarnar sus representantes oficiales en el ejercicio de su ministerio, interpretado y predicado este, con gestos y señales como los aquí referidos.
. ¿Qué hace, o hará, el papa Francisco ante panorama tan desolador y desedificante?. Amante y decidido reformador de la Iglesia, sus proyectos de renovación están luminosamente claros, anunciados y enunciados por él en repetidas ocasiones. Los heraldistas tendrán la palabra. Esta no habrá de demorarse, dado que el pueblo fiel nutre su fe y religiosidad sobre todo con la aportación y exposición de imágenes y símbolos, es decir, de parábolas.
. “Los tiempos adelantan “que es una barbaridad”. Los niños los jóvenes y muchos adultos, ni están ni estarán ya para mitras, tiaras, báculos, sillas gestatorias, “papamóviles”, cáligas y capas magnas cardenalicias con cinco -¡cinco¡- metros de cola cuyos colorines parecen seleccionados para ilustrar las fotos de revistas frívolas de la alta sociedad, protagonizando bodas y bautizos de ricos y nobles, con invitaciones exornadas de sus respectivos “escudos de armas”.