“LOS HIJOS QUE DIOS QUIERA”

En relación con la sexualidad y su periferia, en la pluralidad de sus acepciones, es urgente y profundamente serio el planteamiento de reflexiones a la luz de la fe y en presencia y con actividad del santo evangelio. Vaya por delante que el tema es uno de los que definieron y definen los índices más significativos del compromiso con lo religioso y, por supuesto, con lo católico, apostólico y romano, y de modo singular y eminente en relación con los hijos.

. En estricta conformidad con los mandamientos de la Ley de Dios, el referido a la sexualidad, no es el primero, ni el segundo, ni el tercero… Por supuesto, que no es el único, tal y como se da la frecuente impresión adoctrinadora en manuales catequísticos, prédicas, exhortaciones, homilías y diversidad de formulas y formas de predicación y educación en la fe.

. Seguir considerando la encíclica “Humane Vitae” promulgada por el papa Pablo VI, como exclusiva o fundamental referencia ético- moral cristiana actual, no tiene consistencia. Ya en el mismo tiempo de su elaboración y difusión, teólogos, antropólogos, expertos y especialistas en la materia, cuestionaron su redacción y conclusiones, aún con la anuencia de papas posteriores y argumentos bíblicos, además de los sociológicos.

. Tomar alpie de la letra, y por lo que respecta a la procreación humana, las frases de “los hijos que Dios quiera”, “creced y multiplicaos” y otras similares, aceptadas con carácter casi dogmático y con el anuncio de castigos eternos para los incumplidores de tales preceptos “divinos”, es bastante más que un atrevimiento y una falta de sensatez y de religión, impropia, e inaplicable a personas y a colectivos humanos.

. Admitidas como incuestionables tales formulaciones ético-morales, y a la vista de índices tan supinos de la natalidad, por ejemplo, en España, que es el más bajo que se registra en el mundo, hubiera sido ya demandado y preciso declararla como país reduplicativamente pagano por todos sus costados, además de sin propósito de enmienda y sin redención posible para los adeptos y comprometidos de alguna manera con la fe cristiana. Aseveración tan rotunda posiblemente que, pese a todo, no sería avalada por los fieles, ni menos, por su jerarquía.

. La mujer por mujer, ni el hombre por hombre, no conforman por su matrimonio, aún sacramentalizado, algo así como un taller o una fábrica de hijos. Aunque tal frase resulte hasta insultante, tal fue, y algunos quisieran que siguiera siendo, la definición ideal de la familia cristiana, con citas a veces bíblicas, pletóricas de poesía si se quiere, pero que la realidad laboral, profesional y las condiciones de vida hoy no la favorecen y ni siquiera la consienten. Antes que madre o que padre, una y otro son y han de ejercer de personas.

. El número de hijos no es, de por sí ni menos por antonomasia, “santo y seña” para calificar de cristianos a padres, a madres y a las familias en general. Algunos “movimientos” con denominación de origen “religiosa”, son y se consideran cristianos en función del número de hijos “que se sientan alrededor de la mesa”, dándole gracias a Dios por el pan compartido y que, merced a excepcionales “milagros”, ha sido posible que se saciara el hambre de la pequeña, o gran, comunidad familiar, célula primera de la Iglesia.

. Dada la importancia que tal comunidad familiar tiene para todos y cada uno de sus miembros, con inclusión de los padres, es de rigor haberse preparado antes para tal vocación y ejercicio. Ni para madre ni para padre se educó en cristiano y ni siquiera en humano. Tampoco se educó, ni se educa, para ser y ejercer de hijos y de hermanos. Todo se improvisa, se deja en manos de Dios y “sea lo que Dios quiera”. A veces -frecuentemente- se excluye la posibilidad de tal preparación, “dado que para traer hijos al mundo no hay que estudiar demasiado, porque basta y sobra con seguir el instinto de la naturaleza…”

. De modo especial hay que agradecerle al papa Francisco las lecciones que imparte, relacionadas con la familia y la sexualidad, con evangelio, lógica, sensibilidad, poesía y sentido común.

Sí, “los hijos que Dios quiera”, “creced y multiplicaos”… Pero no por instinto. Con el corazón -amor- y con la cabeza, es decir, religiosamente, y teniendo presentes también las circunstancias socio- laborales en las que padres e hijos han de ejercer su sacrosanta misión …Aquello de que “cada hijo nace con un pan bajo el brazo”, necesita el complemento existencial de que “no solo de pan vive el hombre”…El milagro de la multiplicación de los panes y peces, no dejará jamás de ser, eso, un milagro, aunque en el recuento bíblico de sus comensales “no necesiten contarse ni las mujeres ni los niños”.
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