IDEOLOGÍA DE GÉNERO Y MUERTES
Lisa y llanamente dicho y documentado, a mí me “suspendieron a divinis” (y en parte, “a humanis”), –después me aprobaron- , por haber publicado un libro en el que se llegaba a la conclusión de que la indisolubilidad del matrimonio era cosa de pobres…A los ricos- ricos, y a los ilustrados, una vez y las que hicieran falta, la Iglesia –curias diocesanas y romana-, les aplicaban los cánones correspondientes que les eximían del compromiso de la indisolubilidad contraído en sus respectivos matrimonios “sagrados”. Todo era cuestión de la pericia de los abogados matrimonialistas , de cheques al portador –en este caso altos y no tan altos funcionarios de los Tribunales Eclesiásticos en sus diversas esferas-, con el añadido efectivo de alguna que otra recomendación, mejor indulgenciada.
Es de utilidad reseñar que cuando acontecían estos atropellos contra la moral, el civismo y el dogma, en España no existía ley alguna civil del divorcio, por lo que, creyentes o no, habrían de volver al estado de la soltería pasando antes, por la Iglesia, bajo las “horcas caudinas”, que por lo visto estuvieron ubicadas en el camino de Capua a Benavento, en dirección a la ciudad de Cauda, en lo que hoy es la región italiana de Campania.
Precisamente en el entorno de la festividad de la Sagrada Familia, oyendo toda la ciudadanía los desoladores gritos de “¡Socorro, socorro, que mi papá acaba de matar a mi mamá¡” , el señor obispo de Córdoba hizo coincidir la publicación de su Carta Pastoral sobre la temática familiar de la “ideología de género” y sus consecuencias en la vida cívica y en la cristiana.
Los obispos “expertos” en temas familiares, con citas forzadas de palabras del papa Francisco, estarían intelectual y espiritualmente más “guapos” y presentables, si decidieran callarse. De la competencia y autoridad de ellos, representantes “oficiales” de la Iglesia como institución, se duda con toda clase de razonamientos teológicos, bíblicos y pastorales. De lo que no se duda es de la influencia que todavía ejercen al contribuir en el enraizamiento de la inferioridad de la mujer por mujer, en relación con el hombre-varón.
A la Iglesia, tal y como hoy sigue siendo “predicada” por obispos “cordobeses” y asimilados, en España, no es posible recurrir para que colabore con sus cánones y praxis pastoral con el Estado y con las fuerzas sociales y políticas, a la concienciación general de la ignominia y monstruosidad que entraña la educación discriminatoria con la que se ha adoctrinado, y adoctrina, en la actualidad.
El testimonio y el comportamiento de Jesús, y las enseñanzas de las que es fiel depositario el Evangelio, con interpretaciones mínimamente veraces y legítimas, instan a un cambio penitencial de mentalidad, radical, profundo y urgente, por exigencias de su propia condición humana y cristiana.
La influencia de la Iglesia en el organigrama de la educación en general, inspirada y llevada a la práctica por ella, en los colegios religiosos, catequesis, liturgia, Cartas Pastorales y aún encíclicas, fue y es importante, por lo que su responsabilidad en el tema es ineludible. Es una contradicción digna de estudios y de conmiseración, cómo la Iglesia, ni es, ni puede ser, hoy por hoy, respuesta de redención, de vida- resurrección para sus propios fieles y posibles adeptos. Discriminar de alguna manera a la mujer por mujer, a favor del hombre- varón, es antinatural, anticristiano y antievangélico.
Abochorna a propios y extraños, a la vez que anima e incita, pensar que en cuanto se relaciona con la mujer, leyes, instituciones y personas jerárquicas, se aprestan a defender los derechos femeninos, en mayor proporción, ardor y fervor que lo hacen los eclesiásticos en sus diversas esferas, sin ahorrarse invocar razonamientos y “evidencias” falaces, humanas y hasta “divinas”.
Es de utilidad reseñar que cuando acontecían estos atropellos contra la moral, el civismo y el dogma, en España no existía ley alguna civil del divorcio, por lo que, creyentes o no, habrían de volver al estado de la soltería pasando antes, por la Iglesia, bajo las “horcas caudinas”, que por lo visto estuvieron ubicadas en el camino de Capua a Benavento, en dirección a la ciudad de Cauda, en lo que hoy es la región italiana de Campania.
Precisamente en el entorno de la festividad de la Sagrada Familia, oyendo toda la ciudadanía los desoladores gritos de “¡Socorro, socorro, que mi papá acaba de matar a mi mamá¡” , el señor obispo de Córdoba hizo coincidir la publicación de su Carta Pastoral sobre la temática familiar de la “ideología de género” y sus consecuencias en la vida cívica y en la cristiana.
Los obispos “expertos” en temas familiares, con citas forzadas de palabras del papa Francisco, estarían intelectual y espiritualmente más “guapos” y presentables, si decidieran callarse. De la competencia y autoridad de ellos, representantes “oficiales” de la Iglesia como institución, se duda con toda clase de razonamientos teológicos, bíblicos y pastorales. De lo que no se duda es de la influencia que todavía ejercen al contribuir en el enraizamiento de la inferioridad de la mujer por mujer, en relación con el hombre-varón.
A la Iglesia, tal y como hoy sigue siendo “predicada” por obispos “cordobeses” y asimilados, en España, no es posible recurrir para que colabore con sus cánones y praxis pastoral con el Estado y con las fuerzas sociales y políticas, a la concienciación general de la ignominia y monstruosidad que entraña la educación discriminatoria con la que se ha adoctrinado, y adoctrina, en la actualidad.
El testimonio y el comportamiento de Jesús, y las enseñanzas de las que es fiel depositario el Evangelio, con interpretaciones mínimamente veraces y legítimas, instan a un cambio penitencial de mentalidad, radical, profundo y urgente, por exigencias de su propia condición humana y cristiana.
La influencia de la Iglesia en el organigrama de la educación en general, inspirada y llevada a la práctica por ella, en los colegios religiosos, catequesis, liturgia, Cartas Pastorales y aún encíclicas, fue y es importante, por lo que su responsabilidad en el tema es ineludible. Es una contradicción digna de estudios y de conmiseración, cómo la Iglesia, ni es, ni puede ser, hoy por hoy, respuesta de redención, de vida- resurrección para sus propios fieles y posibles adeptos. Discriminar de alguna manera a la mujer por mujer, a favor del hombre- varón, es antinatural, anticristiano y antievangélico.
Abochorna a propios y extraños, a la vez que anima e incita, pensar que en cuanto se relaciona con la mujer, leyes, instituciones y personas jerárquicas, se aprestan a defender los derechos femeninos, en mayor proporción, ardor y fervor que lo hacen los eclesiásticos en sus diversas esferas, sin ahorrarse invocar razonamientos y “evidencias” falaces, humanas y hasta “divinas”.