IGLESIA Y HUMILDAD

En concordancia con lo que puntualizan y adoctrinan los diccionarios al uso entre los cristianos o no, el término “humildad” está definido como “actitud derivada del conocimiento de las propias limitaciones y que lleva a obrar sin orgullo” (“orgullo” equivale a “ exceso de estimación propia , o sentimiento que hace que una persona se considere superior a los demás”). El diccionario-catecismo de la doctrina cristiana se expresa de manera similar, aunque “a lo religioso” y, por tanto, menos inteligiblemente.

Y al claror de estas definiciones e interpretaciones por parte del pueblo-pulo, aparece con desconsoladora y rotunda frecuencia que la Iglesia no es humilde. Será lo que usted quiera, o lo que le manden creer, profesar, proclamar y hasta dar la vida en defensa de este idea eclesial. Pero de la Iglesia que tenemos, de la que se dice que es fotocopia fiel de la que fuera inspirada por Jesús en el Evangelio y por la que Él muriera y en Él tantos santos y santas, de humildad- humildad, la Iglesia no tiene mucho. Está falta y, en ocasiones, tiempos y situaciones claves, decisivas y determinantes, hasta “pasa” de ella.

Y cuando en los cenáculos de la convivencia doméstica o amistosa, se hace referencia a la Iglesia, que conste que sus protagonistas no son ni solo ni fundamentalmente los miembros de la jerarquía quienes normalmente son presentados como Iglesia, única o por antonomasia. La referencia es ciertamente más amplia y abarca a la mayoría de los adscritos a ella, a la institución como tal, a sus organismos, lugares sagrados, y aún a no pocos de sus planteamientos que se dicen teológicos con acento para los que se registran en manifestaciones pías, sacramentos y sacramentales, que “tranquilizan” tanto o más las conciencias “religiosas”, que el amor y la entrega al prójimo, que es lo que de verdad hace ser Iglesia a la Iglesia.

Y esta, de por sí, ni es, ni nos la presentan-predican y evangelizan- como humilde, en conformidad con lo que vemos, vivimos y convivimos. El testimonio que, por cristianos, se le aporta a la sociedad en su diversidad de versiones y estamentos, pensamientos, sentimientos y ocupaciones, no difiere  de los del resto del común de los mortales, ciudadanos y ciudadanas, instalados en sus respectivas labores, profesiones u oficios, o simplemente apuntados en las listas del paro.

La jerarquía, que de modo tan preclaro y referencial es “La Iglesia”, ni es, ni podrá aparentar ser humilde., aunque a veces lo sean algunos de sus miembros en lo más recóndito de sus conciencias. Avecindados en palacios, revestidos de pontifical, y aún de personas “normales”, con mitras, báculos, inciensos, y signos tan raros e incomprensibles , misteriosos y paganos, homilías ajenas al pueblo, con conciencia de “casta”, sabiendo que precisamente tales condiciones los elevaron a la “sede catedralicia”, no es posible que se les desaten las cadenas de la soberbia , del orgullo y del convencimiento semi-dogmático y bíblico, de que son “cabeza” y de que sus antecesores por línea directa fueron nada menos que los mismos Apóstoles .

A los cristianos de a pie les asalta  de manera similar la tentación de que la humildad difícilmente puede ser compañera de sus vidas. La condición de “católicos, apostólicos y romanos” los torna distintos a los no privilegiados con tal condición. Lo que “fuera de la Iglesia -católica- no hay salvación,” sigue teniendo aún vigencia, pese a que en su día fuera tachado de insensato, irreverente, impiadoso, e ilógico.

A quienes fonéticamente hayan podido confundir  el término “humildad” con el de “humanidad”, con Concortados o sin ellos, aprovecho la oportunidad “franciscana” para destacarles que tampoco de “humanidad” están sobrados no pocos de los que jerárquicamente nos la presentan y representan… Estamos a la espera de que pronto también sean las mujeres quienes legítimamente ejerzan tal ministerio hasta sus últimas consecuencias. Estas, por mujeres, son más madres, y tanto o más “humanas” que “humildes”

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