JOYAS Y JOYEROS

La devoción, la piedad, la religiosidad y, en definitiva, la fe, se ha medido y se mide fervorosamente con módulos y procedimientos que mayoritariamente coinciden con las donaciones que se hacen a imágenes y advocaciones de Vírgenes, santos y santas. El número, calidad, arte y riqueza de las alhajas y piezas de orfebrería que las enjoyen en su pluralidad de versiones, suelen presentarse y ser exhibidas como otros tantos signos de veneración y de culto. Soy consciente de que la simple enunciación de este tema lleva consigo exponerse a interpretaciones impiadosas, profanas, volterianas y anticatólicas, aunque ya felizmente se comience a percibir que, tanto la pastoral, como la teología y catequesis general que predica, e intenta vivir, el Papa Francisco se proyecten en direcciones religiosas más sociales y menos cultuales.

Y es que, con humildad, sensatez y evangelio, es indispensable y preciso haber llegado ya a la conclusión de que a tantos signos, símbolos, palabras y gestos estimados y catalogados como otras tantas expresiones “cristianas”, a veces hasta supremas, les sobran quilates –“unidad de peso utilizada para las perlas y piedras preciosas, que equivale a 205 mg.”-, que solo así podrían tener cabida en el gazofilacio del templo de Dios. La asignatura de la educación- evangelización de la fe y del culto verdadero necesita reediciones mucho más conciliares y sin los “nihil obstat” tridentinos e inquisitoriales de tiempos todavía vigentes.

La reapertura del JOYERO DE LA VIRGEN DEL PILAR DE ZARAGOZA, por citar un ejemplo de relucientes devociones familiares y sociales, ha suscitado en cristianos, y en aspirantes a serlo, fundadas reacciones de admiración, pasmo y escándalo, con nula, o muy dudosa, ejemplaridad religiosa. La Iglesia, como tal y en nombre de Dios, de la Virgen y de los santos, de cuyos misterios, “vida y milagros”, es fiel administradora, no podrá mantener y fundamentar doctrinas que justifiquen la posesión de bienes convertibles en justas y proporcionadas soluciones para tantas y tan graves necesidades hoy existentes en el Pueblo de Dios y en sus aledaños. Cualquier doctrina que pretendiera tal justificación, no sería evangélica, aun cuando se revistiera con atuendos cristianos, y menos con ornamentos sagrados.

Consuela, aunque desconcierta a la vez, tener la seguridad de que, si los/as generosos/as donantes de joyas, coronas, custodias, obras de arte… hubieran sido educados/as en el convencimiento de que los pobres- pobres son de por sí los destinatarios religiosos de sus donaciones y agradecimientos, su generosidad hubiera sido idéntica, y aún mayor. Jesús, la Virgen y los santos y santas recusan toda clase de vanidades, y más las que generan las joyas, a veces encubridoras de vergonzosas injusticias y corrupciones laborales o sociales-

¡Papa Francisco¡, no deje de ser fiel inspirador de la “socialización” de lo “religioso”, única forma de adoración en la relación con Dios, Padre amoroso de todos.
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