MÁS- MENOS OBISPOS “TALIBANES”
Por aquello de que, tanto fonética como semánticamente, la palabra “talismán”, de origen persa y griega, hace referencia a “rito u objeto mágico o religioso”, es preciso acelerar el paso y advertir que no es “talismán”, sino “talibán”, lo que en nuestro caso adjetiva a más o menos de nuestros obispos. Y “talibán”, según la RAE, se refiere y significa “la labor y misión relativa a cierta milicia integrista musulmana, del Sur de Afganistán “, cuyos sinónimos castellanos más certeros son los de “ultra-conservadores”, “retrógrados” en doctrinas y comportamientos, “intolerantes y sumisos en todo y a todos”.
Salta a la vista que, al pié de la letra y en extensión, aplicar el adjetivo a cualquier gremio o colectivo, y menos al episcopal, además de una grave insensatez, sería una infamia y una injusticia. Pero salta asimismo a la vista que ni siquiera del colegio episcopal se ausentan determinados ejemplares que ejercen su ministerio –profesión u oficio- en conformidad con las notas que caracterizan a los talibanes, quienes en merecer tal connotación, invirtieron tantos y tan “religiosos” esfuerzos.
En los últimos tiempos, y con la decidida, evangélica y aseada actitud y actividad del papa Francisco, el colegio –los colegios- episcopales del orbe católico tienden a “destalibanizarse”, aunque todavía no en la proporción exigida, ni en la que el mismo papa quisiera y hubiera ya programado.
Obispos más o menos “talibanes” siguen registrados en los episcopologios correspondientes, y también en el hispano. Noticias fielmente constatadas, distribuidas día a día por los diversos medios de comunicación social, proclaman con claridad y sin posibles interpretaciones benevolentes y exculpatorias, que los “talibanes” ocuparon y ocupan puestos de responsabilidad en los distintos grados jerárquicos, al frente de diócesis, archidiócesis presidencias de Congregaciones Romanas y dicasterios curiales, revestidos de eminentísimos y purpúreos títulos cardenalicios.
Situaciones como estas, irreligiosamente escandalosas, -con consecuencias trágicas incuestionablemente repudiables desde cualquier perspectiva humana y divina-, dejaron y dejan, huellas indelebles. La Iglesia que patrocinan, encarnan, definen, “evangelizan” y dicen representar, carece de fiabilidad y de evangelio. Cualquier otra institución, por pagana y aún “atea” que presuma ser, y como tal se confiese, hasta puede ser menos dañina y perjudicial para la colectividad, que la que teóricamente debieran encarnar los hombres y organismos de la Iglesia. La sola y escueta cita de algunos de estos casos y comportamientos, sin comentarios de ninguna clase, ruboriza y avergüenza, por mucha devoción que se le tenga al Sermón de las Bienaventuranzas, y por caudalosas letanías de invocaciones “misericordiosas” relativas a la “fragilidad humana” y hasta al pecado original, que se invoquen y practiquen por motivos ascéticos…
Y es que, por ejemplo, a estas alturas pastorales, canónicas y teológicas, se hace imprescindible y urgente el cambio de procedimientos, sistemas, modos y maneras de pensar, en relación con el nombramiento de los obispos, en los que el evangelio y valores substantivamente eclesiales - y hasta cívicos- han de estar ausentes…El objetivo destierro del pueblo –pueblo de Dios-, con sus sacerdotes, laicos y laicas, se imponga “en el nombre de Dios” a la hora de la selección de sus episcopables, resulta impropio, extra- eclesial y anti-ciudadano en el contexto democrático en el que la misma jerarquía aconseja ser hoy modelo ideal de gobierno.
Implicar al Espíritu Santo en tan “sacrosanta” tarea, la mayoría de las veces fruto y consecuencia de tejemanejes, politiquerías e intereses personales o de grupos -por religiosos que sean y como tales se proclamen- ronda –sobrepasa- los límites del pecado, de la ofensa al sentido común y al “sensus fidelium”. La negativa a la participación activa del otrora “devoto sexo femenino”, por exigencias del dogma, es impropio de la teología, de la pastoral, de la sociología y de la voluntad de Dios.
¿Algunos casos concretos que justifiquen el planteamiento del ”talibanesco” de determinados obispos del entorno doméstico hispano, conocidos con tantas referencias en los medios de comunicación social?. De momento, y como más cercanos en el tiempo, los del obispo de Lérida, quien contra las mismas leyes,- también humanas- se niega a cumplimentar lo establecido judicialmente, en relación con el monasterio de Sigena. El arzobispo de Toledo, primado de las Españas, que prosigue en sus “trece” pontifical, reafirmándose en su “ordeno mando” anatematizador, de que la Virgen de Guadalupe, su santuario, museos y gazofilacio, no pertenezca ya a cualquiera de las diócesis de Extremadura de la que es su Patrona religiosa y “civil”, y siga perteneciendo eclesiásticamente a la de su diócesis ex imperial toledana.
El caso descorazonador del arzobispo de Oviedo con sus frustrados deseos de no haber substituido al anterior Cardenal de Madrid, con su decidido programa de “desinsectar” sus dominios astures de aquellas doctrinas “religiosas “ que no son de su agrado, me lo reservo para otra ocasión, por razones personales.
Salta a la vista que, al pié de la letra y en extensión, aplicar el adjetivo a cualquier gremio o colectivo, y menos al episcopal, además de una grave insensatez, sería una infamia y una injusticia. Pero salta asimismo a la vista que ni siquiera del colegio episcopal se ausentan determinados ejemplares que ejercen su ministerio –profesión u oficio- en conformidad con las notas que caracterizan a los talibanes, quienes en merecer tal connotación, invirtieron tantos y tan “religiosos” esfuerzos.
En los últimos tiempos, y con la decidida, evangélica y aseada actitud y actividad del papa Francisco, el colegio –los colegios- episcopales del orbe católico tienden a “destalibanizarse”, aunque todavía no en la proporción exigida, ni en la que el mismo papa quisiera y hubiera ya programado.
Obispos más o menos “talibanes” siguen registrados en los episcopologios correspondientes, y también en el hispano. Noticias fielmente constatadas, distribuidas día a día por los diversos medios de comunicación social, proclaman con claridad y sin posibles interpretaciones benevolentes y exculpatorias, que los “talibanes” ocuparon y ocupan puestos de responsabilidad en los distintos grados jerárquicos, al frente de diócesis, archidiócesis presidencias de Congregaciones Romanas y dicasterios curiales, revestidos de eminentísimos y purpúreos títulos cardenalicios.
Situaciones como estas, irreligiosamente escandalosas, -con consecuencias trágicas incuestionablemente repudiables desde cualquier perspectiva humana y divina-, dejaron y dejan, huellas indelebles. La Iglesia que patrocinan, encarnan, definen, “evangelizan” y dicen representar, carece de fiabilidad y de evangelio. Cualquier otra institución, por pagana y aún “atea” que presuma ser, y como tal se confiese, hasta puede ser menos dañina y perjudicial para la colectividad, que la que teóricamente debieran encarnar los hombres y organismos de la Iglesia. La sola y escueta cita de algunos de estos casos y comportamientos, sin comentarios de ninguna clase, ruboriza y avergüenza, por mucha devoción que se le tenga al Sermón de las Bienaventuranzas, y por caudalosas letanías de invocaciones “misericordiosas” relativas a la “fragilidad humana” y hasta al pecado original, que se invoquen y practiquen por motivos ascéticos…
Y es que, por ejemplo, a estas alturas pastorales, canónicas y teológicas, se hace imprescindible y urgente el cambio de procedimientos, sistemas, modos y maneras de pensar, en relación con el nombramiento de los obispos, en los que el evangelio y valores substantivamente eclesiales - y hasta cívicos- han de estar ausentes…El objetivo destierro del pueblo –pueblo de Dios-, con sus sacerdotes, laicos y laicas, se imponga “en el nombre de Dios” a la hora de la selección de sus episcopables, resulta impropio, extra- eclesial y anti-ciudadano en el contexto democrático en el que la misma jerarquía aconseja ser hoy modelo ideal de gobierno.
Implicar al Espíritu Santo en tan “sacrosanta” tarea, la mayoría de las veces fruto y consecuencia de tejemanejes, politiquerías e intereses personales o de grupos -por religiosos que sean y como tales se proclamen- ronda –sobrepasa- los límites del pecado, de la ofensa al sentido común y al “sensus fidelium”. La negativa a la participación activa del otrora “devoto sexo femenino”, por exigencias del dogma, es impropio de la teología, de la pastoral, de la sociología y de la voluntad de Dios.
¿Algunos casos concretos que justifiquen el planteamiento del ”talibanesco” de determinados obispos del entorno doméstico hispano, conocidos con tantas referencias en los medios de comunicación social?. De momento, y como más cercanos en el tiempo, los del obispo de Lérida, quien contra las mismas leyes,- también humanas- se niega a cumplimentar lo establecido judicialmente, en relación con el monasterio de Sigena. El arzobispo de Toledo, primado de las Españas, que prosigue en sus “trece” pontifical, reafirmándose en su “ordeno mando” anatematizador, de que la Virgen de Guadalupe, su santuario, museos y gazofilacio, no pertenezca ya a cualquiera de las diócesis de Extremadura de la que es su Patrona religiosa y “civil”, y siga perteneciendo eclesiásticamente a la de su diócesis ex imperial toledana.
El caso descorazonador del arzobispo de Oviedo con sus frustrados deseos de no haber substituido al anterior Cardenal de Madrid, con su decidido programa de “desinsectar” sus dominios astures de aquellas doctrinas “religiosas “ que no son de su agrado, me lo reservo para otra ocasión, por razones personales.