TRES MENTIRAS TRES

En la antesala de la breve exposición del tema de tanto interés para muchos, no estará de más traer a colación la definición que del término “mentira” se ofrece académicamente, como “expresión o manifestación de algo distinto a lo que se sabe, se cree o se piensa”. La puntualización de “mentira piadosa” para algunas de ellas, solo le confiere en la práctica grados más altos de “impiedad, con incapacidad de generar convivencia”.

Pero la realidad es que, en la verdad de la vida la mentira campa por sendas, oteros, caminos, autovías y autopistas, redes sociales y medios de comunicación de cualquier género y tipo, con facilidad, legitimidad y aplauso. Todo -casi todo- es, o puede ser, mentira. La hipocresía cuenta con atuendos, sistemas, palabras y gestos más que sobrados, como para convencer al personal de que la mentira es suprema verdad y para que, sin ser usufructuario de ella, la vida deja de serlo y se  muere.

El éxodo-destierro de la mentira y de los mentirosos, del mundo en el que vivimos, obligaría a este a ser otro diametralmente distinto. Aquello de que, además de “Vida y Camino, Jesús es la Verdad”, demanda y clama por la redención en igualdad de exigencias por parte de cada uno, y de los tres elementos enaltecidos como esenciales en el Evangelio.

Y es precisamente en el contexto religioso en el que pretendo centrar el eje de la reflexión, partiendo de la base de que la mentira encontró en el mismo, el terreno más abonado para su crecimiento y fructificación.

El primer aserto a destacar “con alma, vida y corazón”, es el de que precisamente en la religión -con inclusión particular para la Iglesia-  es en donde a la mentira se le llega a rendir culto en tanta o mayor proporción que en otras áreas de los comportamientos humanos. . En la religión hay muchas mentiras. Y muchos mentirosos. De su enumeración no se libran los propios jerarcas. “Haced lo que ellos digan, pero no lo que ellos hagan“ fue y sigue siendo, “palabra de Dios”, pronunciada y denunciada por Jesús, en su adoctrinamiento  a cuantos le seguían, y habrían de seguirlo. No está fuera de lugar el presentimiento de muchos de que, a medida que se es y se ejerce más de jerarquía, crece y se desarrolla el índice de la mendacidad y de la falsía.

En las religiones hacen sus nidos, falsarios e hipócritas. Por supuesto que también nidifican buenas -buenísimas- personas que solo pretendieron y pretenden adorar a Dios y servir al prójimo hasta sus últimas consecuencias, a veces martiriales. De sus nombres y apellidas –“vidas y milagros”- hay constancia veraz en el Año Cristiano, aunque en el mismo “ni están todos los que son, ni son todos los que están”. Es ley de vida y la “fragilidad humana” no da más de sí., por mucho que nos empeñemos.

Contra la mentira, y más la “piadosa”, y dentro de la Iglesia, es imprescindible la proclamación de una cruzada. Sin paliativos, disimulos y encubrimientos. Y no solo en las palabras y en los gestos, sino reduplicativamente en el ámbito de los comportamientos. Aunque ambos sean pecados, pero no es lo mismo el cometido por un obispo o un curial, que el de un seglar o “seglara”, en igualdad de condiciones. Así lo comprende, estima y desestima el pueblo de Dios en su mayoría y así se encargarán los profesionales de la información al difundir la noticia.

Con conciencia de pecador contra la liturgia, confieso personalmente que estas disquisiciones se han dado cita en mi “ordenador” a propósito de la “toma de posesión” (¡¡) del nuevo obispo de Calahorra-La Calzada y Logroño, Mons. Santos Montoya. En la homilía de su “entronización” (¡¡), y siguiendo el ritual, evangelizó a los creyentes acerca de los tres signos – símbolos que predican y atestiguan la nueva condición episcopal que entonces asumía.

El anillo, la mitra y el báculo, por este orden, constituyeron la referencia, explicación y justificación del ministerio en calidad de “Sucesor de los Apóstoles”. Es inexplicable, inasumible y falta de respeto para crédulos e incrédulos, que a estas horas de la formación-información adulta que se nos supone, el nuevo obispo, además con títulos universitarios también extra eclesiásticos, decida adoctrinar a sus diocesanos con “santas” alusiones pastorales al anillo, la mitra y el báculo, entre olorosas nubes de incienso.

Las mitras, por resaltar uno de estos símbolos episcopales, no tienen absolutamente nada de “santas”. Son y serán sempiternamente paganas, con ineludibles referencias al dios Mitreo de los persas, a los Generalísimos de los Ejércitos de los emperadores de nombre Darío y a sus “Sumos Sacerdotes”.

Con o sin el miedo al lobo, si el esquema de vida y acción pastoral del nuevo obispo calagurritano ha de ceñirse a lo expuesto en su homilía, siguiendo las pautas del ritual, “¡apaga y vámonos¡”, que en el “román paladino” de los monasterios riojanos, es “expresión que se usa para indicar que algo ha terminado “, o para “mostrar desacuerdo ante algo que se considera absurdo, disparatado o escandaloso”.

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