EL NIÑO JESÚS NO QUIERE MÁS BESOS

En el palimpsesto de cualquier libro apócrifo del Nuevo Testamento, por ejemplo, de los Evangelios de la Infancia, no resultaría imposible hallar el resumen de una Carta del Niño Jesús, con el contenido siguiente:

“Transcurridos los felices días de la Navidad, y otros festejos, certeramente calificados por el papa Francisco como “desnaturalizados” y poco o nada religiosos, les dirijo esta carta a cuantos hayan contribuido de alguna manera a conferirle sentido y contenido más que forzados a los acontecimientos, de los que níñamente fui su protagonista. De modo particular hago mención en este caso a los besos que, como otras tantas señales de devoción y respeto, me fueron ofrecidos y que, en conformidad con lo que refieren los académicos de la lengua, son definidos como “toque o presión que se hace con los labios juntos, contrayéndolos y apretándolos con una pequeña aspiración “ y cariño.

“Aterido de frío en el portal de Belén, y en tantas otras representaciones religiosas, familiares y aún sociales, como recuerdos vivientes de mi nacimiento, entre villancicos, zambombas, panderetas y “los peces en el río”, os pido que no beséis con tanta y exagerada frecuencia y fervor, mis imágenes.

“Las razones sobre las que fundamento esta petición, son de procedencia diversa.. De entre ellas destaco la de que personalmente yo tuve bastante con los besos de mi madre, de san José –mi padre putativo-, de los ángeles, de las estrellas y de los Reyes Magos, venidos de Oriente, con su oro, su incienso y su mirra, y de los que ahora dicen los biblistas que ni fueron “tres”, ni “reyes”, ni “magos”.

“Tantos y tan devotos besos como habéis depositado en mis imágenes de niño bendito, recién nacido en Belén de Judá, confiárselos, por favor, ahora y siempre, a los cuerpos de tantos pobres –niños, mayores o ancianos-, que configuran el censo de la ciudadanía- parroquia en cuya demarcación se encuentran, deseosos y necesitados de la protección, del calor y de la veneración que reclaman y de la que son acreedores. Todo beso que les deis a los pobres , en estos días conmemorativos de mi nacimiento y a lo largo y ancho del año, de sus enfermedades y de sus pobrezas, yo los recuento, pondero y agradezco exactamente lo mismo, o más, que si los hubierais acunado en mi propia carne…

“A la sagrada liturgia, a la vida de la Iglesia y a sus rituales, les sobran besos. Estos, y más, los necesitan los pobres en sus diversos estados y estadías de sus marginaciones, migraciones, enfermedades, orfandades y desesperanzas. Una más correcta y sensata administración religiosa que llevara consigo la limitación del despilfarro de besos en los actos de culto, contribuiría de manera efectiva a poner las cosas en su sitio y a valorar los besos en conformidad con los criterios del santo evangelio.

“No es ociosa mi apreciación de que, como la higiene, la preocupación por la salud del cuerpo propio y de los demás, es principio religioso en el cristianismo, me preocupa pensar que, superponer un beso sobre otro, y así sucesivamente, hasta hacer de ellos una montaña, sobre mis imágenes de niño, tiene que ser, y es, manadero de infecciones para cuantos expresen su devoción de esa manera. Desde la madera con la que están confeccionadas esas imágenes, yo mismo me percato de la cantidad y violencia que poseen los miasmas generadores de los micro organismos que propagan enfermedades, a veces graves, entre quienes después han de besar. Los piadosos encargados de colocar un pañal para purificar los restos de besos, lo único que consiguen es expandir sus efectos patógenos contaminantes. Razones similares fueron las que, desaconsejaron las pilas de agua bendita a la entrada de los templos.

“Alabo una vez más las enseñanzas, el comportamiento y los proyectos del papa Francisco en relación con la necesidad que tiene la Iglesia en orden a la reforma urgente y profunda que demanda la sagrada liturgia, también respecto al beso, como uno de sus gestos más elocuentes y evangelizadores. El “beso de paz, de reverencia y de confraternización fue en la primitiva Iglesia, y en las más antiguas civilizaciones, santo y seña de adscripción y de compromiso. San Pablo recomendó y estimuló el beso- beso –“ósculo santo”- a los fieles y partícipes de sus asambleas eclesiales. “Abrazos y besos fraternos” distinguieron la vida de los bautizados como testimonio y vivencia de la fe recibida. El “osculatorium”, de plata, fue receptor ritual de los besos en los tiempos en los que la piedad se tornó ceremonia, más que comportamiento y estilo de vida. Al recibir la Eucaristía se le besaba la mano al celebrante. Los pies del papa fueron también recipiendarios de besos, no solo litúrgicos, sino feudales, por parte de cardenales, obispos, reyes, y “señores”.

En similar proporción a la que sobran besos rituales en la Iglesia, a eclesiásticos y laicos les faltan besos de respeto, saludo, fraternidad, terneza, diálogo, puertas abiertas y encuentros.
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