OBISPOS-OBISPOS
Obispos-obispos no hay muchos. En número, hay menos que sacerdotes o curas Con ponderaciones y valoraciones distintas, con frecuencia se dice que los obispos son “demasiado”. Seguramente porque están revestidos de rojo, su presencia social, pastoral y sacramentaria es más perceptible que la de los simples curas. No es que los obispos sean “rojos”, sino que están revestidos de rojo. La mayoría de los obispos son blancos. Irreversiblemente blancos. O no tienen color. Ni siquiera el que los distinguiría por imperativo litúrgico o para-litúrgico. Eso sí, viven en palacios, y tal circunstancia imprime carácter, al igual que los títulos eminentísimos con los que los protocolos civiles, exigen ser tratados y considerados. Cuentan con privilegios también civiles y, por demás, con los religiosos. Unos y otros, son respetuosamente sagrados, que para sí quisieran algunos curas y muy pocos laicos. Su situación en la que se llama “carrera eclesiástica” la aceptan con caridad, obediencia y sumisión.
Obispos- obispos, es decir, “cuidadores, defensores de los pobres y de los más débiles, sean o no sacerdotes y de los marginados/as”, no son tantos como los “vigilantes del rito y del dogma, que ejercen el poder –los poderes- “en el nombre de Dios y en virtud de santa y ciega obediencia”. “Yo –Nos- por la gracia de Dios”, al estilo feudal todavía vigente y actuante. Los obispos como tales, saben de todo. También de política. De sexología y de intimidades matrimoniales están al corriente, y hasta disponen –creen disponer- de la última, incuestionable y docta palabra. Impartir cursillos de sexología también entra en los cálculos de algunos. A no pocos obispos no les resulta ajeno el problema de la pederastia, al menos en calidad de consentidores silenciosos, preocupados en exceso de que lo importante en su Iglesia, y lo principal, es que “no se entere la prensa”.
Pero, pese a todo, y por estas circunstancias, los obispos son frecuentemente noticia, y no siempre ejemplar y edificante. Hay obispos legítimamente casados, tan obispos y tan casados como puedan serlo, y estar, los seglares. También hay obispos-mujeres, con el feliz presentimiento de que el ecumenismo los aceptará algún día en la Iglesia católica en igualdad de derechos que el hombre-varón. Y hay obispos santos, y otros que no lo son, al igual que acontece en el resto de la “Viña del Señor”. Los obispos son nombrados. No elegidos No sé si esto es mejor o peor. Pero la democracia, de por sí, tiene mucho de Iglesia, pese a quien pese. ¿Que son pobres los obispos? Las apariencias y el “sensus fidelium” – infalible por demás- opinan todo lo contrario.
De entre tantos obispos- noticias, traigo aquí y ahora, a colación, estos tres casos:
1- Convencido de su vocación sacerdotal al servicio del pueblo y de la Iglesia, no desaprovechó oportunidad alguna para acrecentar su preparación al dictado de las exigencias de los tiempos nuevos y en fiel coincidencia con el evangelio. Y un día, sus superiores le llamaron para comunicarle que su nombre había sido inscrito en la terna de la próxima hornada episcopal. Él se negó a aceptarlo, no convenciéndole en absoluto los argumentos “oficiales” de ser esa “la voluntad de Dios”, y otros similares. Negándose a ello una y otra vez, rechazó en absoluto la “dignidad episcopal” y siguió con su ejercicio pastoral, sin añorar para nada la mitra, el báculo, el palacio y aún las posibilidades de ascenso eclesiástico sin descartar el título de “Príncipe de la Iglesia”, el correspondiente capelo cardenalicio y otras monsergas, expresándome en elocuente “román paladino”.
2- Ya arzobispo emérito, una de las figuras de mayor relieve en la Conferencia Episcopal Española, por su humildad, humanidad, capacidad de trabajo, cercanía al clero y a los laicos, cultura y estudios, vocación como periodista al servicio de la proclamación de la palabra de Dios, le llegó la hora de la jubilación -75 años- y aceptó su condición de emérito con todos sus recuerdos y sus consecuencias. Vive con su hermana en una ciudad andaluza, muy limitadas sus fuerzas y, “como allí hace ahora tanto calor”, el verano lo pasa con otra hermana en un barrio obrero de Madrid.
3-En consonancia con informaciones generosamente servidas por la prensa, con datos, relatos y fotos, en la misma capital de España se le acondicionó una mansión palaciega como residencia para su anterior titular cardenalicio, al llegarle la hora de su condición de “emérito”. Por muchas dosis de benevolencia y de misericordia de las que dispongan clérigos y laicos, hay que comprender que “costará Dios y ayuda” aceptar la solución palaciega para unos, y la vivienda “obrera” para otros, sin monjas “domésticas”, sin capellán, y sin “coche oficial”, lo pague quien lo pague. Y es que todo –casi todo.- está mal repartido, también en nuestra santa madre la Iglesia.
Para los curiosos coleccionistas de esta clase de datos, refiero que todos los protagonistas aludidos se llaman – nos llamamos- Antonio.
Obispos- obispos, es decir, “cuidadores, defensores de los pobres y de los más débiles, sean o no sacerdotes y de los marginados/as”, no son tantos como los “vigilantes del rito y del dogma, que ejercen el poder –los poderes- “en el nombre de Dios y en virtud de santa y ciega obediencia”. “Yo –Nos- por la gracia de Dios”, al estilo feudal todavía vigente y actuante. Los obispos como tales, saben de todo. También de política. De sexología y de intimidades matrimoniales están al corriente, y hasta disponen –creen disponer- de la última, incuestionable y docta palabra. Impartir cursillos de sexología también entra en los cálculos de algunos. A no pocos obispos no les resulta ajeno el problema de la pederastia, al menos en calidad de consentidores silenciosos, preocupados en exceso de que lo importante en su Iglesia, y lo principal, es que “no se entere la prensa”.
Pero, pese a todo, y por estas circunstancias, los obispos son frecuentemente noticia, y no siempre ejemplar y edificante. Hay obispos legítimamente casados, tan obispos y tan casados como puedan serlo, y estar, los seglares. También hay obispos-mujeres, con el feliz presentimiento de que el ecumenismo los aceptará algún día en la Iglesia católica en igualdad de derechos que el hombre-varón. Y hay obispos santos, y otros que no lo son, al igual que acontece en el resto de la “Viña del Señor”. Los obispos son nombrados. No elegidos No sé si esto es mejor o peor. Pero la democracia, de por sí, tiene mucho de Iglesia, pese a quien pese. ¿Que son pobres los obispos? Las apariencias y el “sensus fidelium” – infalible por demás- opinan todo lo contrario.
De entre tantos obispos- noticias, traigo aquí y ahora, a colación, estos tres casos:
1- Convencido de su vocación sacerdotal al servicio del pueblo y de la Iglesia, no desaprovechó oportunidad alguna para acrecentar su preparación al dictado de las exigencias de los tiempos nuevos y en fiel coincidencia con el evangelio. Y un día, sus superiores le llamaron para comunicarle que su nombre había sido inscrito en la terna de la próxima hornada episcopal. Él se negó a aceptarlo, no convenciéndole en absoluto los argumentos “oficiales” de ser esa “la voluntad de Dios”, y otros similares. Negándose a ello una y otra vez, rechazó en absoluto la “dignidad episcopal” y siguió con su ejercicio pastoral, sin añorar para nada la mitra, el báculo, el palacio y aún las posibilidades de ascenso eclesiástico sin descartar el título de “Príncipe de la Iglesia”, el correspondiente capelo cardenalicio y otras monsergas, expresándome en elocuente “román paladino”.
2- Ya arzobispo emérito, una de las figuras de mayor relieve en la Conferencia Episcopal Española, por su humildad, humanidad, capacidad de trabajo, cercanía al clero y a los laicos, cultura y estudios, vocación como periodista al servicio de la proclamación de la palabra de Dios, le llegó la hora de la jubilación -75 años- y aceptó su condición de emérito con todos sus recuerdos y sus consecuencias. Vive con su hermana en una ciudad andaluza, muy limitadas sus fuerzas y, “como allí hace ahora tanto calor”, el verano lo pasa con otra hermana en un barrio obrero de Madrid.
3-En consonancia con informaciones generosamente servidas por la prensa, con datos, relatos y fotos, en la misma capital de España se le acondicionó una mansión palaciega como residencia para su anterior titular cardenalicio, al llegarle la hora de su condición de “emérito”. Por muchas dosis de benevolencia y de misericordia de las que dispongan clérigos y laicos, hay que comprender que “costará Dios y ayuda” aceptar la solución palaciega para unos, y la vivienda “obrera” para otros, sin monjas “domésticas”, sin capellán, y sin “coche oficial”, lo pague quien lo pague. Y es que todo –casi todo.- está mal repartido, también en nuestra santa madre la Iglesia.
Para los curiosos coleccionistas de esta clase de datos, refiero que todos los protagonistas aludidos se llaman – nos llamamos- Antonio.