“PARÍS BIEN VALE UNA –OTRA- MISA”

Ni ayer, ni hoy, ni mañana la retransmisión dominical “oficial” de la misa por la Segunda Cadena de Televisión Española merece una batalla, y menos una guerra en el “plató” de las relaciones Iglesia-Estado. Si, París, con ser París, capital de Francia, llegó a valer una misa, los tiempos han cambiado de tal modo, que hoy resulta extraño, incomprensible, anticristiano y hasta inhumano, que la celebración televisiva de la santa misa rompa las ligaduras amistosas de la convivencia cívica y religiosa entre los españoles. Una misa, y menos la de la televisión, no justifica guerra alguna.

El tema reclama sana y seria reflexión, con argumentos y razones atemperadas a los nuevos tiempos, y en exclusivo beneficio del bien integral de la colectividad.

. Privilegios religiosos como el de la retransmisión de las misas están llamados a desaparecer, aunque tal aseveración, y posible puesta en práctica, cause escándalo, disgusto, contrariedad y enfado a determinadas personas y grupos, a no pocos de los cuales hasta se les pasará por el pensamiento recurrir a medios no legales “para impedir semejante “afrenta” y ataque a la fe y a sus sentimientos”

. La pluralidad de creencias, el respeto a las leyes, exigencias democráticas y tantos otros factores que configuran, y configurarán aún más, la sociedad de aquí en adelante, aportan elementos de juicio suficientes como para llegar a la conclusión de que en la programación de las televisiones estatales no tengan que reservárseles a una Iglesia o religión, determinados espacios obligados.

. Antes y después de reconocer que no se les agravia a ningún católico -anciano o enfermo-, por el hecho de no “ver” y “oír” la misa en la Segunda Cadena, por lo de la obligatoriedad del precepto dominical, con humildad y sensatez se puede proclamar que precisamente el planteamiento litúrgico -televisivo de tan importante acto religioso, no es lo que más contribuye a la formación-información de la fe.

. Las misas, y más las retransmitidas en virtud de un “privilegio”, merecen tratamientos más pedagógicos e inteligibles. Las misas-“función” y espectáculo pontifical, con signos, símbolos extemporáneos, misteriosos y alejados de la realidad, con divinales colorines y olores a incienso, arcano lenguaje clerical –en latín o en lengua vernácula- carecen de la indispensable porción de atractivos en el proceso de la educación de la fe, para alcanzar sus propósitos de adoración a Dios y de servicio y ejemplaridad hacia, o para, el prójimo.

. La sagrada liturgia demanda profundas y urgentes reformas, con mención especial para la de la santa misa, sobrándole signos y símbolos de dominio y misterio. Con dificultades prácticamente insalvables, se les puede interpretar a las misas como continuadoras de la primera celebración eucarística registrada en la Santa Cena, que presidiera Cristo Jesús. La concomitancia entre uno y otro acto –el mismo-, no siempre, ni mucho menos, resplandece, y ni siquiera es perceptible por parte del pueblo y presumiblemente ni por parte de sus propios celebrantes jerárquicos.

. En tal contexto televisivo, estas y otras consideraciones son válidas para las misas retransmitidas por la “13 TV” de la Conferencia Episcopal Española, en las que las celebraciones solemnes ocupan largos y suntuosos espacios. De no pocos de ellos resulta piadoso y adoctrinador aseverar que la impresión que perciben sus menguados televidentes, ronda la idea de ser y servir de otras tantas pasarelas regias para destacar –sublimar- aún más, la “dignidad” y las “dignidades” jerárquicas, con las distinciones que se presentan e intitulan “sagradas”.

. A las misas, y más a las televisadas, les faltan humildad y evangelio. Les sobran capisayos, paramentos, ornamentos y homilías leídas, ajenas a la vida y a los problemas del “pueblo santo de Dios” y del resto. Les sobran, en proporciones indeclinables, ceremonias, reglas y ritos. Y además, y contradictoriamente, religiosidad sagrada y caridad.

. El AMOR no siempre es su inspiración y justificación, ni recorre el itinerario de las misas, en las que solo, o fundamentalmente, brilla y deslumbra el término AMÉN, sin adoctrinársenos que “creer a solas no es creer”.
Volver arriba