PÁRROCOS A PERPETUIDAD
El “señor” cura párroco es el Papa en los pueblos. Es el obispo y su representante. Es la Iglesia. Su “palabra” es su “verbo” y su interpretación oficial y oficiosa ante las autoridades civiles y, por supuesto, religiosas, allí donde todavía quedara de ellas algún resto en coadjutorías, capellanías o conventos, de uno u otro sexo. El párroco es “palabra de Dios”. Es santo evangelio. Es la autoridad ejercida en Su nombre, con las consabidas y tradicionales injerencias en otras esferas.
. El párroco tiene a su disposición, y administra, en conformidad con sus convicciones, y, a veces, gustos y caprichos, el uso de las campanas y el mirador de las torres, colocando el “bien del Pueblo de Dios” por encima, o al margen, de la otra parte del pueblo, que también tiene sus derechos y cumple con sus deberes como ciudadano, sin necesidad de verse obligado a seguir el ritmo de la vida conventual impuesta en la demarcación canónica respectiva. Por tres veces, por poner un ejemplo veraniego o festivo, de cuyas quejas se hacen eco los medios de comunicación social, suelen convocar las campanas a misa, con explicables incomodidades para muchos.
. Por esos pueblos de Dios, se tiene la impresión de que el cura párroco todavía manda mucho., es decir, que manda en exceso, sobre los feligreses, ex -feligreses y sobre quienes este término les resulta extraño, apócrifo o amañado. En parte, y felizmente, es de destacar que la labor pastoral de otros curas de pueblo, tiene su reconocimiento y valoración, aún por quienes, responsables de la actividad política y social, eran tradicionalmente considerados como antirreligiosos o ateos.
. Siendo honestos y fieles con el criterio popular, inclinado con frecuencia a anticlericalismos pretéritos caducos, “buena vida” y “cura párroco” se suelen matrimoniar con episodios explícitos tan conocidos y reconocidos como los identificados con mesa bien abastecida, mariscadas y vinos. “Vive como un cura” sigue siendo expresión incoloramente clerical, a veces sin malicia, pero con alguna pizca de ella, sobre todo cuando se insiste un tanto en la generosidad de las colectas para el correcto y adecuado mantenimiento “del culto y del clero”.
. El caciquismo es característica achacable a los miembros de la clerecía en su estamento parroquial “por esos pueblos de Dios”, estando presente “per se, vel per alios”, en temas y situaciones familiares, sociales, económicas, culturales, y aún políticas. “Vestido de raro”, la presencia del párroco es tan deseada por algunos, como rechazada por otros. Es cuestión de gusto por una y otra parte. Pero raramente pasa desapercibida su reseña. El cura está en la mayoría de las “salsas” del pueblo. Es parte de ellas.
. “Malas lenguas” aseveran que los curas cobran por todo, o por casi todo, lo que hacen. Les extraña que “cobre” por las misas, por las predicaciones –novenarios, triduos, septenarios, quinarios…-, procesiones, entierros, bodas y Primeras Comuniones, con estipendios establecidos diocesanamente, o “la voluntad” de la feligresía, que suele ser fórmula aún más rentable. “Cobrar” por celebrar la misa, la cual además es aplicada por otras –varias- intenciones y personas, ronda los lindes de la simonía, que era, y es, uno de los más insoportables pecados del listado oficial y de los exámenes de conciencia al uso.
Por lo visto, a los curas con aspiraciones a párrocos, no se les enseñó jamás a dialogar. Ellos tienen, y son, siempre, y por oficio, la única y definitiva palabra. Son poseedores de la razón “por ser vos quienes sois” y “monseñorean” no solamente en cuestiones relacionadas con su ministerio, sino con otras, tal vez por aquello de los “letrados e iletrados” de tiempos pasados. Tal actitud y comportamiento imposibilitan radicalmente toda capacidad de diálogo, sobre todo con los jóvenes. Ni unos ni otros están dispuestos a ceder en sus posiciones.
.¿Que se acabarán ponto los curas en los pueblos, y que “profesión, cura” pasará a pertenecer a nóminas laborales-vocacionales pretéritas?. Pues es posible que así llegue a serlo, un día no lejano, en consonancia con lo que los profesionales de la sociología y de algunos pastoralistas avizoran ya con datos, desde sus cátedras y experiencias cívicas y convivenciales. Estas apreciaciones, y previsiones, no parecen preocuparles a la jerarquía, que no tomó ya las medidas correspondientes, fiados en que la voluntad del Señor jamás dejará de velar por la Iglesia, como si fuera dogma de fe que esta, como institución, es y será la única y verdadera Iglesia de Cristo.
. El futuro de los párrocos de los pueblos, tal y como se presiente aún con criterios de fe y de religiosidad “franciscanas”, no es fervorosamente seguro e inamovible. Es posible fijarle ya fecha de caducidad. Y lo que es –debiera- tener ya determinada tal fecha, es la de la desaparición de las “parroquias en propiedad”, como si se tratara de un cortijo, un beneficio, un negocio o una canonjía. Más de ocho años, por poner una fecha, los sacerdotes no debieran permanecer al frente de sus parroquias. Hacerlo vitaliciamente, como hoy acontece, es síntoma marchito de la burocratización y del carrerismo al que por diversas circunstancias y explicaciones, está sometida la institución eclesiástica. Poco –nada- de eclesial y de religioso tiene perpetuar el “ministerio” de los aspirantes- ejercientes del cesarismo, con hábitos talares o sin ellos, y con el honor y prestigio “seculares” que entraña la administración de los sumisos y hacendosos carillones…
. El párroco tiene a su disposición, y administra, en conformidad con sus convicciones, y, a veces, gustos y caprichos, el uso de las campanas y el mirador de las torres, colocando el “bien del Pueblo de Dios” por encima, o al margen, de la otra parte del pueblo, que también tiene sus derechos y cumple con sus deberes como ciudadano, sin necesidad de verse obligado a seguir el ritmo de la vida conventual impuesta en la demarcación canónica respectiva. Por tres veces, por poner un ejemplo veraniego o festivo, de cuyas quejas se hacen eco los medios de comunicación social, suelen convocar las campanas a misa, con explicables incomodidades para muchos.
. Por esos pueblos de Dios, se tiene la impresión de que el cura párroco todavía manda mucho., es decir, que manda en exceso, sobre los feligreses, ex -feligreses y sobre quienes este término les resulta extraño, apócrifo o amañado. En parte, y felizmente, es de destacar que la labor pastoral de otros curas de pueblo, tiene su reconocimiento y valoración, aún por quienes, responsables de la actividad política y social, eran tradicionalmente considerados como antirreligiosos o ateos.
. Siendo honestos y fieles con el criterio popular, inclinado con frecuencia a anticlericalismos pretéritos caducos, “buena vida” y “cura párroco” se suelen matrimoniar con episodios explícitos tan conocidos y reconocidos como los identificados con mesa bien abastecida, mariscadas y vinos. “Vive como un cura” sigue siendo expresión incoloramente clerical, a veces sin malicia, pero con alguna pizca de ella, sobre todo cuando se insiste un tanto en la generosidad de las colectas para el correcto y adecuado mantenimiento “del culto y del clero”.
. El caciquismo es característica achacable a los miembros de la clerecía en su estamento parroquial “por esos pueblos de Dios”, estando presente “per se, vel per alios”, en temas y situaciones familiares, sociales, económicas, culturales, y aún políticas. “Vestido de raro”, la presencia del párroco es tan deseada por algunos, como rechazada por otros. Es cuestión de gusto por una y otra parte. Pero raramente pasa desapercibida su reseña. El cura está en la mayoría de las “salsas” del pueblo. Es parte de ellas.
. “Malas lenguas” aseveran que los curas cobran por todo, o por casi todo, lo que hacen. Les extraña que “cobre” por las misas, por las predicaciones –novenarios, triduos, septenarios, quinarios…-, procesiones, entierros, bodas y Primeras Comuniones, con estipendios establecidos diocesanamente, o “la voluntad” de la feligresía, que suele ser fórmula aún más rentable. “Cobrar” por celebrar la misa, la cual además es aplicada por otras –varias- intenciones y personas, ronda los lindes de la simonía, que era, y es, uno de los más insoportables pecados del listado oficial y de los exámenes de conciencia al uso.
Por lo visto, a los curas con aspiraciones a párrocos, no se les enseñó jamás a dialogar. Ellos tienen, y son, siempre, y por oficio, la única y definitiva palabra. Son poseedores de la razón “por ser vos quienes sois” y “monseñorean” no solamente en cuestiones relacionadas con su ministerio, sino con otras, tal vez por aquello de los “letrados e iletrados” de tiempos pasados. Tal actitud y comportamiento imposibilitan radicalmente toda capacidad de diálogo, sobre todo con los jóvenes. Ni unos ni otros están dispuestos a ceder en sus posiciones.
.¿Que se acabarán ponto los curas en los pueblos, y que “profesión, cura” pasará a pertenecer a nóminas laborales-vocacionales pretéritas?. Pues es posible que así llegue a serlo, un día no lejano, en consonancia con lo que los profesionales de la sociología y de algunos pastoralistas avizoran ya con datos, desde sus cátedras y experiencias cívicas y convivenciales. Estas apreciaciones, y previsiones, no parecen preocuparles a la jerarquía, que no tomó ya las medidas correspondientes, fiados en que la voluntad del Señor jamás dejará de velar por la Iglesia, como si fuera dogma de fe que esta, como institución, es y será la única y verdadera Iglesia de Cristo.
. El futuro de los párrocos de los pueblos, tal y como se presiente aún con criterios de fe y de religiosidad “franciscanas”, no es fervorosamente seguro e inamovible. Es posible fijarle ya fecha de caducidad. Y lo que es –debiera- tener ya determinada tal fecha, es la de la desaparición de las “parroquias en propiedad”, como si se tratara de un cortijo, un beneficio, un negocio o una canonjía. Más de ocho años, por poner una fecha, los sacerdotes no debieran permanecer al frente de sus parroquias. Hacerlo vitaliciamente, como hoy acontece, es síntoma marchito de la burocratización y del carrerismo al que por diversas circunstancias y explicaciones, está sometida la institución eclesiástica. Poco –nada- de eclesial y de religioso tiene perpetuar el “ministerio” de los aspirantes- ejercientes del cesarismo, con hábitos talares o sin ellos, y con el honor y prestigio “seculares” que entraña la administración de los sumisos y hacendosos carillones…