Lo Privado en Privado
Los interrogantes “mondos y lirondos”, o simplemente asépticos y desinteresados, son muchos. Tantos o más como los malintencionados, o los que, al menos presuntamente, entrañan juicios condenatorios o vituperadores.
¿Pero es que hoy se pueden tener dos vidas, una “pública” y otra “privada”? ¿Es tal duplicidad un privilegio de unos solos, como en el caso de los políticos, y en general de quienes su imagen, comportamientos y declaraciones se hacen habitualmente presentes en las conversaciones y reuniones familiares y sociales? ¿En qué razones o fundamentos filosóficos o éticos, fundamentan sus criterios quienes defienden que la vida “privada” es –tiene que ser- distinta de la “pública”, con prerrogativas y derechos de los que tan solo podrán disfrutar unos, y no todos, por muy “vivos” que sean o estén? ¿Son creíbles tales argumentos, todos ellos favorables a sus gustos, disfrutes o intereses personales, o familiares, que amparan y justifican comportamientos innobles, hipócritas y nada fiables? ¿De qué capacidad de imaginación y de ensambladura habrán de dotarse los súbditos, subordinados, votantes o electores, cuya decisión a favor del otro fue lo que determinó la ascensión al puesto o cargo que ocupan?
¿En qué cabeza cabe que quienes lleven de modo tan contradictorio y enloquecedor, una doble –y aún triple- vida , han de ejercer la llamada función “pública”, con equilibrio, serenidad y cordura, sin espurias presiones sicológicas y sociales que les distorsionen, en perjuicio de determinaciones al servicio de la colectividad, y aún de su buen nombre y reputación? ¿Cuántas resoluciones, fallos, sentencias o “providencias” habrán sido, y serán dictadas, en exclusiva o fundamentalmente, a consecuencia de la inestabilidad y desequilibrio que comporta el imposible afán de entregarse con fervor, responsabilidad y conciencia a compromisos adquiridos por tan diversos caminos, algunos de ellos, acuciados por posibles denuncias y apremios?
Ni a un rey, un presidente de la República, un jefe de Estado, un obispo, miembro de la jerarquía o persona revestida de autoridad cívica- social, política, empresarial o religiosa, elegida democráticamente les será permitido llevar otras vidas, que dicen “privadas”, con efectividad, impunidad y tranquilidad de conciencia. Todos los cargos son otras tantas referencias de ética y moralidad, lo que ayuda y favorece el bien de la colectividad. Las hipocresías, al falsedades, los engaños y las bigardías arruinan principios elementales de la convivencia, desasosiegan y destrozan a quienes la integran y la constituyen.
Los caminos de la renuncia, dimisión, abdicación, jubilosa o no tanto, deben recorrerlos con mayor frecuencia todos, y más quienes hasta alardean de servir democráticamente al pueblo, cuando en realidad,y a lo que más llegan, es a servirse del mismo, para así poder “mantener” otras vidas distintas a la que fueron sujetos de elección o de nombramiento.
Encastillarse en la excusa de que “lo privado” ni es, ni será, también patrimonio público, es subterfugio falaz, y entretenimiento impropio de personas adultas. Sus protagonistas son dignos de commiseración, con el firme y audaz convencimiento de que, tarde o temprano, los “mantenidos”, o las “mantenidas” , se han de hacer escandalosa noticia , con el consiguiente riesgo de que el averío de votos habrá de volar democráticamente a aposentarse en los rasgos y siglas de otros partidos políticos.
La reciente pauta y mandamiento republicano galo de que “lo privado en privado”, a la luz de la política sana y, por encima de todo, al servicio del pueblo, a muchos les parece un despropósito, una “borrachera” mental, una sandez y una bochornosa falta de respeto. Lo “privado” no podrá maridarse con lo “público, a no ser en el caso que se pretenda concertar un contubernio, en el que, por ejemplo, resulte difamante y embrollado tener que calificar y ubicar la figura y misión de la llamada “primera dama” para todos – casi todos- los efectos
¿Pero es que hoy se pueden tener dos vidas, una “pública” y otra “privada”? ¿Es tal duplicidad un privilegio de unos solos, como en el caso de los políticos, y en general de quienes su imagen, comportamientos y declaraciones se hacen habitualmente presentes en las conversaciones y reuniones familiares y sociales? ¿En qué razones o fundamentos filosóficos o éticos, fundamentan sus criterios quienes defienden que la vida “privada” es –tiene que ser- distinta de la “pública”, con prerrogativas y derechos de los que tan solo podrán disfrutar unos, y no todos, por muy “vivos” que sean o estén? ¿Son creíbles tales argumentos, todos ellos favorables a sus gustos, disfrutes o intereses personales, o familiares, que amparan y justifican comportamientos innobles, hipócritas y nada fiables? ¿De qué capacidad de imaginación y de ensambladura habrán de dotarse los súbditos, subordinados, votantes o electores, cuya decisión a favor del otro fue lo que determinó la ascensión al puesto o cargo que ocupan?
¿En qué cabeza cabe que quienes lleven de modo tan contradictorio y enloquecedor, una doble –y aún triple- vida , han de ejercer la llamada función “pública”, con equilibrio, serenidad y cordura, sin espurias presiones sicológicas y sociales que les distorsionen, en perjuicio de determinaciones al servicio de la colectividad, y aún de su buen nombre y reputación? ¿Cuántas resoluciones, fallos, sentencias o “providencias” habrán sido, y serán dictadas, en exclusiva o fundamentalmente, a consecuencia de la inestabilidad y desequilibrio que comporta el imposible afán de entregarse con fervor, responsabilidad y conciencia a compromisos adquiridos por tan diversos caminos, algunos de ellos, acuciados por posibles denuncias y apremios?
Ni a un rey, un presidente de la República, un jefe de Estado, un obispo, miembro de la jerarquía o persona revestida de autoridad cívica- social, política, empresarial o religiosa, elegida democráticamente les será permitido llevar otras vidas, que dicen “privadas”, con efectividad, impunidad y tranquilidad de conciencia. Todos los cargos son otras tantas referencias de ética y moralidad, lo que ayuda y favorece el bien de la colectividad. Las hipocresías, al falsedades, los engaños y las bigardías arruinan principios elementales de la convivencia, desasosiegan y destrozan a quienes la integran y la constituyen.
Los caminos de la renuncia, dimisión, abdicación, jubilosa o no tanto, deben recorrerlos con mayor frecuencia todos, y más quienes hasta alardean de servir democráticamente al pueblo, cuando en realidad,y a lo que más llegan, es a servirse del mismo, para así poder “mantener” otras vidas distintas a la que fueron sujetos de elección o de nombramiento.
Encastillarse en la excusa de que “lo privado” ni es, ni será, también patrimonio público, es subterfugio falaz, y entretenimiento impropio de personas adultas. Sus protagonistas son dignos de commiseración, con el firme y audaz convencimiento de que, tarde o temprano, los “mantenidos”, o las “mantenidas” , se han de hacer escandalosa noticia , con el consiguiente riesgo de que el averío de votos habrá de volar democráticamente a aposentarse en los rasgos y siglas de otros partidos políticos.
La reciente pauta y mandamiento republicano galo de que “lo privado en privado”, a la luz de la política sana y, por encima de todo, al servicio del pueblo, a muchos les parece un despropósito, una “borrachera” mental, una sandez y una bochornosa falta de respeto. Lo “privado” no podrá maridarse con lo “público, a no ser en el caso que se pretenda concertar un contubernio, en el que, por ejemplo, resulte difamante y embrollado tener que calificar y ubicar la figura y misión de la llamada “primera dama” para todos – casi todos- los efectos