¿SOBRAN TEMPLOS?
Noticia obligada frecuente es la de que, tal y como hoy están las cosas en la Iglesia y más concretamente respecto a las vocaciones, son muchos los templos y los conventos –monasterios –de ellos y ellas-, que echan el cerrojo y enclaustran, con escasas posibilidades de que un día se abran… Y unos templos se venden y, convenientemente desacralizados, se dedican a actividades culturales, de ocio o de gastronomía, y otras, se derrumban inmisericordemente, después de que sus campanas hayan sido robadas y reconvertidas en las “fundiciones” en armas blancas o de fuego, por poner un ejemplo. La reflexión de un hecho de tanta significación en la historia actual eclesiástica, es de obligado cumplimiento.
. Hoy, y en este sentido “gracias sean dadas a Dios”, a los “lugares sagrados” no se les confieren la importancia y relieve religiosos que tuvieran durante siglos tan largos, y que demandaron y explicaron la existencia hasta de guerras sangrientas entre los partidarios de una u otra religión, o por parte de quienes se profesaron ateos o agnósticos.
. Más que de “lugares sagrados”, se habla, se escribe, se comenta y se actúa, pensando en “personas sagradas”, y no precisamente porque las consagraciones y condiciones jerárquicas así lo requieran, sino porque, ser y ejercer de personas, así lo exige, tanto a la luz de valoraciones humanas como divinas. La persona –toda persona- es de por sí más sagrada –“templos de Dios”-, que puedan serlo los lugares, por muchas historias, leyendas, milagros y milagrerías, que se les adscriban, y de las que sean fieles trasmisoras.
. El uso sagrado que se les confiere hoy a la mayoría de los templos, es escaso, corto y menguado. Reducido a número, y a estancias de feligreses /as, es causa de escándalo. Templos parroquiales se abren al culto muy raras veces, colocándoles sus responsables en los tablones de anuncios, los horarios, que normalmente coinciden con los de las oficinas laborales o profesionales. La burocratización, parroquial o curial, de la pastoral, sobrepasa toda clase de límites. Se abren y se cierren con puntualidad y espíritu comerciales.
. Las catedrales carecen hoy de sentido pastoral. No sé cuantas serán las personas que por razones “sagradas”, las visitan y participan en los actos de culto. La mayoría de ellas –las catedrales- se frecuentan como si fueran otros tantos museos, los cuales transmiten mensajes y lecciones de religión, pero sobre todo, de arte. Además, para acceder a las mismas, es preciso abonar la correspondiente “tasa”, o cantidad de dinero, quejándose con razón algunos, de que, además de “pagar” como contribuyentes, haya que hacerlo como “fieles cristianos”, adoradores del Dios verdadero.
. A las catedrales como centros de culto-culto apenas si acude el pueblo de Dios. Los actos solemnes “episcopales” difícilmente trasmiten, ni por la palabra ni por los símbolos, mensajes y parábolas contenidas en los evangelios. Evangelio y catedral no establecen otras relaciones religiosas, que no sean solo o fundamentalmente “oficiales”, es decir, civiles, políticas o sociales. El adoctrinamiento en la fe verdadera raramente tiene lugar en las catedrales, por mucha que sea la magnificencia y el arte que las defina y sustente.
. Concluir que “sobran catedrales” para satisfacer las necesidades religiosas que encarna la Iglesia, no constituye exageración alguna, en conformidad con la experiencia que viven los fieles y sus mismos protagonistas, como los canónigos, los obispos y los “serviciarios”. De no pocas catedrales resultaría lógico y procedente advertir, que en las mismas, el comportamiento de Jesús sería exigentemente equiparable al observado por Él en el sacratísimo templo de Jerusalén, con flagelos encendidos y las mesas presididas por los cambistas de turno.
. En la actualidad, la teología “franciscana” abre con cierta audacia las inmensas puertas del templo de la naturaleza, contribuyendo a que entremos y actuemos profesional y laboralmente en el mismo, con criterios, tanto o más religiosos, que en los mismos “lugares sagrados” de toda la vida, no contaminados todavía de riquezas, y de signos de autoridad y de poder, tanto cívico como eclesiástico.
. A la sacralización verdadera del paisaje, no solo le aportan elementos fundamentales las torres de los templos. Se lo proporcionan tanto o más, los ríos, los árboles y las siluetas de las fábricas en las que trabajan los adoradores del Dios verdadero, al igual que los perfiles de los pueblos y ciudades “descontaminadas”, en las que ellos habitan, crean y re-crean.
. Hoy, y en este sentido “gracias sean dadas a Dios”, a los “lugares sagrados” no se les confieren la importancia y relieve religiosos que tuvieran durante siglos tan largos, y que demandaron y explicaron la existencia hasta de guerras sangrientas entre los partidarios de una u otra religión, o por parte de quienes se profesaron ateos o agnósticos.
. Más que de “lugares sagrados”, se habla, se escribe, se comenta y se actúa, pensando en “personas sagradas”, y no precisamente porque las consagraciones y condiciones jerárquicas así lo requieran, sino porque, ser y ejercer de personas, así lo exige, tanto a la luz de valoraciones humanas como divinas. La persona –toda persona- es de por sí más sagrada –“templos de Dios”-, que puedan serlo los lugares, por muchas historias, leyendas, milagros y milagrerías, que se les adscriban, y de las que sean fieles trasmisoras.
. El uso sagrado que se les confiere hoy a la mayoría de los templos, es escaso, corto y menguado. Reducido a número, y a estancias de feligreses /as, es causa de escándalo. Templos parroquiales se abren al culto muy raras veces, colocándoles sus responsables en los tablones de anuncios, los horarios, que normalmente coinciden con los de las oficinas laborales o profesionales. La burocratización, parroquial o curial, de la pastoral, sobrepasa toda clase de límites. Se abren y se cierren con puntualidad y espíritu comerciales.
. Las catedrales carecen hoy de sentido pastoral. No sé cuantas serán las personas que por razones “sagradas”, las visitan y participan en los actos de culto. La mayoría de ellas –las catedrales- se frecuentan como si fueran otros tantos museos, los cuales transmiten mensajes y lecciones de religión, pero sobre todo, de arte. Además, para acceder a las mismas, es preciso abonar la correspondiente “tasa”, o cantidad de dinero, quejándose con razón algunos, de que, además de “pagar” como contribuyentes, haya que hacerlo como “fieles cristianos”, adoradores del Dios verdadero.
. A las catedrales como centros de culto-culto apenas si acude el pueblo de Dios. Los actos solemnes “episcopales” difícilmente trasmiten, ni por la palabra ni por los símbolos, mensajes y parábolas contenidas en los evangelios. Evangelio y catedral no establecen otras relaciones religiosas, que no sean solo o fundamentalmente “oficiales”, es decir, civiles, políticas o sociales. El adoctrinamiento en la fe verdadera raramente tiene lugar en las catedrales, por mucha que sea la magnificencia y el arte que las defina y sustente.
. Concluir que “sobran catedrales” para satisfacer las necesidades religiosas que encarna la Iglesia, no constituye exageración alguna, en conformidad con la experiencia que viven los fieles y sus mismos protagonistas, como los canónigos, los obispos y los “serviciarios”. De no pocas catedrales resultaría lógico y procedente advertir, que en las mismas, el comportamiento de Jesús sería exigentemente equiparable al observado por Él en el sacratísimo templo de Jerusalén, con flagelos encendidos y las mesas presididas por los cambistas de turno.
. En la actualidad, la teología “franciscana” abre con cierta audacia las inmensas puertas del templo de la naturaleza, contribuyendo a que entremos y actuemos profesional y laboralmente en el mismo, con criterios, tanto o más religiosos, que en los mismos “lugares sagrados” de toda la vida, no contaminados todavía de riquezas, y de signos de autoridad y de poder, tanto cívico como eclesiástico.
. A la sacralización verdadera del paisaje, no solo le aportan elementos fundamentales las torres de los templos. Se lo proporcionan tanto o más, los ríos, los árboles y las siluetas de las fábricas en las que trabajan los adoradores del Dios verdadero, al igual que los perfiles de los pueblos y ciudades “descontaminadas”, en las que ellos habitan, crean y re-crean.