TEOLOGÍA DE ESCUELA
Teología, como no podía ser de otra manera, hay varias. Diremos que muchas, pese al afán tal vez desmedido de algunos por acaparar para sí la intitulación de teólogos. Hay teologías católicas y no católicas y ni siquiera cristianas. Y es que Dios, de donde semánticamente procede término tan soberano –supremo- , solamente es uno , pero se escribe e interpreta de distintas maneras , sin que a la mayoría de sus denominaciones ni les falte ni les sobre una sola tilde del Dios verdadero.
Pero ocurre que hasta el presente , y en todas las religiones , tan sagrada calificación, ocupación y actividad- vocación -profesión de teólogos se vinculó en exclusiva o fundamentalmente a una clase o grupo coincidente de por vida y dedicación con sacerdotes o con personas , que además ejercieron como “ministros de Dios” en el desarrollo y mantenimiento de su culto y en la evangelización –adoctrinamiento del resto de quienes componen la comunidad de creyentes. Norma generalizada, entre otras, era y es la de que habrían de pertenecer al sexo masculino, si bien se registraron en ciertas latitudes y culturas, algunas –pocas- excepciones , con nombre de sacerdotisas.
Unos y otras efectuaron su misión –ministerio por oficio, separados del común de los mortales , cobrando y viviendo de ello, de modo similar a como lo hacen otros profesionales , sin apenas extorsionarles la idea de lo mal que habría de ser y parecerles a algunos la identificadora y determinante expresión de “profesional de la teología.”
Los tiempos progresan o avanzan, y son ya muchos los que piensan que a estas y otras similares definiciones no les quedan excesivos años de vigencia en el marco religioso y en beneficio y disfrute en exclusividad por parte de algunos elegidos , teniendo que permanecer al margen de la cercanía y trato con Dios el común de los mortales . El referido avance en las ciencias también sagradas en cualquiera de las religiones hace descubrir, por ejemplo, que el camino que han de recorrer hoy los verdaderos teólogos para ser y ejercer como tales , no tiene por qué ser ni sólo ni fundamentalmente el de la ciencia o sabiduría , sino sobre todo el de la vida , cuando esta es ejemplarmente vivida y testimoniada, y más con sentido y contenido de común- unión con los otros. Es indispensable partir del limpio y sólido convencimiento de que en teología “tan importante o más es tener presente lo que los cristianos creen de verdad, que lo que manda creer la misma Iglesia”.
A la religión católica les son más útiles y necesarios estos teólogos, que no los elucubradores y versados por oficio en las ciencias sagradas, con posibilidad de rondar e interpretar los confines del misterio. Por encima de audacias e intrepideces como estas, a los teólogos –teólogos cristianos han de calificarlos en proporciones similares, y aún prevalentes, su conocimiento e inmersión también en las ciencias antropológicas. Desconocedores de las demás personas. Aislados, o viviendo sobre o a orillas de ellas, lleva necesariamente consigo hacerlo marginándose a sí y marginando al mismo Dios. Vivir como personas, miembros de de una comunidad y, por supuesto, en comunión con los otros, reclama inequívocamente el cultivo y cuidado de la relación con la divinidad . Yo, los otros y Dios conforman un todo, para cuya interpretación correcta son útiles y precisos argumentos y razones parejas.
Teniendo sagradamente presente que uno de los objetivos principales de la teología y, por tanto, empeño cardinal de los teólogos es hoy generar y propagar el entendimiento y la comprensión entre las religiones y los pueblos, se hace imprescindible el replanteamiento de cuantas ideas hicieron justificables la figura del teólogo y el estudio de la teología .
La salvación integral del ser humano, no tanto personal como colectivamente considerado , es tarea de la teología en cualquiera de sus legítimos planteamientos y estudios y sin connotaciones de uno u otro signo y cultura , con superación flagrante de la dualidad de si la teología ha de ser de una u otra escuela , o lisa y llanamente como respuesta lo más generalizada posible a las urgencias que en la actualidad caracterizan nuestra convivencia.
En el planteamiento y ponderación del tema, objeto de nuestra reflexión, ayuda decisivamente la convicción de que “la vida castiga a quienes llegan demasiado tarde a cualquier convocatoria que ella les haga”.
Pero ocurre que hasta el presente , y en todas las religiones , tan sagrada calificación, ocupación y actividad- vocación -profesión de teólogos se vinculó en exclusiva o fundamentalmente a una clase o grupo coincidente de por vida y dedicación con sacerdotes o con personas , que además ejercieron como “ministros de Dios” en el desarrollo y mantenimiento de su culto y en la evangelización –adoctrinamiento del resto de quienes componen la comunidad de creyentes. Norma generalizada, entre otras, era y es la de que habrían de pertenecer al sexo masculino, si bien se registraron en ciertas latitudes y culturas, algunas –pocas- excepciones , con nombre de sacerdotisas.
Unos y otras efectuaron su misión –ministerio por oficio, separados del común de los mortales , cobrando y viviendo de ello, de modo similar a como lo hacen otros profesionales , sin apenas extorsionarles la idea de lo mal que habría de ser y parecerles a algunos la identificadora y determinante expresión de “profesional de la teología.”
Los tiempos progresan o avanzan, y son ya muchos los que piensan que a estas y otras similares definiciones no les quedan excesivos años de vigencia en el marco religioso y en beneficio y disfrute en exclusividad por parte de algunos elegidos , teniendo que permanecer al margen de la cercanía y trato con Dios el común de los mortales . El referido avance en las ciencias también sagradas en cualquiera de las religiones hace descubrir, por ejemplo, que el camino que han de recorrer hoy los verdaderos teólogos para ser y ejercer como tales , no tiene por qué ser ni sólo ni fundamentalmente el de la ciencia o sabiduría , sino sobre todo el de la vida , cuando esta es ejemplarmente vivida y testimoniada, y más con sentido y contenido de común- unión con los otros. Es indispensable partir del limpio y sólido convencimiento de que en teología “tan importante o más es tener presente lo que los cristianos creen de verdad, que lo que manda creer la misma Iglesia”.
A la religión católica les son más útiles y necesarios estos teólogos, que no los elucubradores y versados por oficio en las ciencias sagradas, con posibilidad de rondar e interpretar los confines del misterio. Por encima de audacias e intrepideces como estas, a los teólogos –teólogos cristianos han de calificarlos en proporciones similares, y aún prevalentes, su conocimiento e inmersión también en las ciencias antropológicas. Desconocedores de las demás personas. Aislados, o viviendo sobre o a orillas de ellas, lleva necesariamente consigo hacerlo marginándose a sí y marginando al mismo Dios. Vivir como personas, miembros de de una comunidad y, por supuesto, en comunión con los otros, reclama inequívocamente el cultivo y cuidado de la relación con la divinidad . Yo, los otros y Dios conforman un todo, para cuya interpretación correcta son útiles y precisos argumentos y razones parejas.
Teniendo sagradamente presente que uno de los objetivos principales de la teología y, por tanto, empeño cardinal de los teólogos es hoy generar y propagar el entendimiento y la comprensión entre las religiones y los pueblos, se hace imprescindible el replanteamiento de cuantas ideas hicieron justificables la figura del teólogo y el estudio de la teología .
La salvación integral del ser humano, no tanto personal como colectivamente considerado , es tarea de la teología en cualquiera de sus legítimos planteamientos y estudios y sin connotaciones de uno u otro signo y cultura , con superación flagrante de la dualidad de si la teología ha de ser de una u otra escuela , o lisa y llanamente como respuesta lo más generalizada posible a las urgencias que en la actualidad caracterizan nuestra convivencia.
En el planteamiento y ponderación del tema, objeto de nuestra reflexión, ayuda decisivamente la convicción de que “la vida castiga a quienes llegan demasiado tarde a cualquier convocatoria que ella les haga”.