LA VIRGEN NO QUIERE JOYAS
En vísperas, o ya en plenas celebraciones alitúrgico- festivas “en honor” de la Santísima Virgen, en el plural abanico de sus advocaciones, es posible, y hasta obligado, al menos iniciar el rezo de un largo y penitencial rosario de consideraciones “religiosas”, con mención especial para los “misterios” que enaltecen y adornan las joyas de sus coronas y aditamentos suntuosos.
Y que conste ya de antemano, que la Virgen -la “señora” María- del pueblo de Nazaret, esposa de José “el Carpintero” y madre de Jesús, aprendiz de trabajador autónomo, jamás tuvo joyas, ni quiso tenerlas y además las vilipendió catequísticamente al entonar y dedicarle a su prima Isabel el canto del l “Magníficat”.
Las joyas-joyas a las que aquí me refiero son las definidas con autoridad académica como “objetos de adorno personal hecho con piedras y metales preciosos”, este cuyo uso y disfrute parece corresponderse más con el género femenino que con el masculino.
Y que conste ya desde momento, que con este tipo de joyas la Virgen ni quiso ni quiere tener relación alguna, por lo que los joyeles de sus imágenes, ya casi repletos de oro y de plata, y sus coronas ducales, regias e imperiales, rebasan con creces la capacidad de los armarios-guardarropías para conservar sus vestidos y ornamentos, distintos para cada día del año litúrgico, social, familiar y hasta político.
Tales joyas hicieron y hacen” pecar” a la Virgen, alistándola entre el gremio de las damas más caudalosamente ricas, con alejamiento del pueblo- pueblo y en proporciones mayores de los pobres más pobres, desamparados, olvidados, desvalidos y decididamente vulnerables.
Aun invocando para disculpar tales desvaríos y derroches desviados y sacrílegos, a quienes fueron sus inspiradores -curas, frailes, monjas y obispos-, interpretando la devoción como gracia y sustentación de estos desvarías financieros, no resulta fácil, sino todo lo contrario, tranquilizar la conciencia, por deformada que ella haya estado o esté.
Es pecado achacable a educadores y educadoras “cristianos”, haber orientado la devoción a la Virgen, con previas visitas a los profesionales del ramo de las más célebres joyerías del término municipal, en el que están avecindadas los santuarios de la Virgen, o a los de la capital de provincia o del Estado.
Los inspiradores y colaboradores de estos procedimientos religiosos jamás leyeron el Evangelio, en el que explícitamente se citan las personas que encarnan su doctrina, como la Virgen María, censados entre los más pobres del lugar o lugares. No resulta ni extraño, ni escandaloso, ni exagerado llegar a la conclusión de que, quienes consciente o inconscientemente intervinieron en esta clase de regalos a “su” Virgen, es decir, auto regalos, resultaron ser sus primeros beneficiarios, y además los “oficialmente” buenos a los ojos escrutadores del pueblo de Dios.
La Virgen, cuyas fiestas y festejos se programan con generosidad y largueza por esos pueblos de Dios en los próximos días “marianos”, no siempre ni mucho menos está de acuerdo con el tratamiento con que es recibida y procesionada su imagen, con sus triduos, novenas, fuegos de artificio, comilonas y presencia de “autoridades civiles, militares y religiosas”.
Con tratos y tratamientos de aquesta manera, la Virgen se siente profanada, no ahorrándose pedirle al Espíritu Santo mayor actividad en estos tiempos sinodales, para que ayude a sus devotos en el proceso recristianizador de que su verdadera corona está en los pobres, por lo que jamás será posible expresarla y expresarse si no es mediante el ejercicio y atención a los mismos, con obras de promoción y caridad fraterna.
Aunque a algunos y algunas todavía pueda sorprenderles esta parte de la doctrina esencialmente cristiana, es justo y necesario que se convenzan de que la Virgen no quiere joyas. Lo que quiere es que los pobres sean menos pobres y los ricos menos ricos, o dejen de serlo de una santa vez, por lo que la venta o pignoración de las joyas marianas” sea práctica normal en el adoctrinamiento que se precie de elementalmente cristiano.
No es de cristianos, que curas, frailes, monjas y obispos, como cooperantes necesarios, hagan “pecar” a la Virgen, con la posesión y exhibición de joyas, hasta conseguirle el título rumboso e inverecundo, de “la Señora más rica del pueblo o de la ciudad”.