El Anillo del Pescador y unos versillos de Rafael Alberti

Los días pasados se daban noticias sobre el Anillo del Pescador que Benedicto XVI dejaría de utilizar como tal y mantendría quizá en su dedo con alguna transformación o desfiguración. Evidentemente el bucólico nombre viene de Pedro, pescador del Tiberíades y luego “pescador de hombres”. Qué bien que los papas, con esa inmensa carga que la historia ha colocado sobre sus hombros y sus espaldas, mantengan la memoria de su humildísimo origen. Pedro y sus coetáneos, puestos de pronto en el Vaticano, tendrían serias dificultades para reconocerse como antecesores. Que el obispo de Roma lleve en su dedo un anillo, símbolo de su servicio a los creyentes, que se llama el “anillo del pescador” es un fino detalle de humildad que evoca, como un vientecillo refrescante, los orígenes de papado. Y eso aunque la carga añadida sea abrumadora.

Rafael Alberti, el gran poeta del 27, ni fue creyente ni se dedicó a darnos lecciones en asuntos de fe y de vida de Iglesia. Pero acertó con unos versos famosos que se recuerdan estos días. Título: “Basílica de San Pedro”. Es un poemilla dirigido a la estatua medieval de san Pedro en bronce, situada y muy venerada en la nave derecha de la basílica. El juego ligeramente irreverente y travieso de sus métrica atina con la intuición de un dato esencial: la suma sencillez de la Iglesia en sus comienzos y el complicado peso con que los siglos la han cargado. Escribe desde la nostalgia del primer papa pescador.

BASÍLICA DE SAN PEDRO


Di, Jesucristo, ¿por qué
me besan tanto los pies?
Soy San Pedro, aquí sentado,
en bronce inmovilizado, no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.


Haz un milagro, Señor.
déjame bajar al río,
volver a ser pescador,
que es lo mío.


Rafael Alberti
(De Roma, peligro para caminantes, México 1968).


Repetimos: El poema no es precisamente una lección de Teología. Pero nos puede mover a rezar:

Señor: Que nuestra Iglesia, obligada a adaptarse cada día al paso de los tiempos y a desembarazarse de todo elemento ajeno y contrario al Evangelio de Jesús, no pierda nunca de vista ni al Carpintero humillado y crucificado ni a su elegido Pedro, el pescador de aquel casero mar de Galilea. Amén.

Sancte Petre, ora pro nobis.
Volver arriba