Asombrosa ignorancia: ante una frase del Papa Francisco, cercano el Jueves Santo
Hemos oído y leído repetidamente a periodistas o comentaristas que se extrañaban de esta frase del Papa en su primera misa oficial: “El verdadero poder es el servicio”. Asombra que la afirmación les suene a nueva, quizá a revolucionaria. Porque la sorprendente idea tiene más de dos mil años, si hacemos caso a los evangelios que la ponen en los labios de Jesús.
¿Qué pasa, que estos ciudadanos no han leído ni oído nunca los evangelios? Un déficit de cultura lo tiene cualquiera... También algunos que se dedican a la información religiosa. Porque, además, este evangelio –y otros textos que redundan en la misma idea- se leen con frecuencia en nuestros templos. El famoso episodio de Mt 20, 20-28, por ejemplo, que se puede oír todos los años en la fiesta de Santiago, el patrón de España. El poder de los discípulos de Jesús no puede ser como el poder humano. “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea vuestro esclavo”. La idea se recoge en términos bien expresivos, en Marcos y Lucas. ¿Pura palabrería, sin más efecto? Nada de eso. Muchos cristianos han hecho este principio carne de su carne y programa de sus vidas. Ahí están las decenas y decenas de miles de creyentes, más o menos desconocidos y anónimos, que viven olvidados del “poder” y entregados al servicio. O entregados, si hacemos caso a Jesús, al verdadero poder, que consiste en servir a los demás y, en especial, a los que más lo necesitan.
Pero éstos, piensa la gente, piensan esos periodistas que “hacen opinión”, no son poderosos. En efecto no lo son para el común de la gente, pero son un maravilloso “poder”. Posiblemente, muchos de ellos, perfectamente ignorados, son de lo mejor de la Iglesia. Claro, a condición de que cuando decimos “Iglesia” englobemos a todos los bautizados y creyentes, como lo manda una mínima y elemental teología.
¿Qué usted no conoce a esos “poderosos”? Mire por ahí y descubra. Mire a los miles de misioneras y misioneros en los países más pobres. Mire y vea a quienes se encargan de los niños abandonados, o cuidan ancianos desvalidos, o atienden a los enfermos menos atendidos, acompañan y ayudan a las mujeres sin fortuna, a los emigrantes en apuros, o se entregan voluntariamente –o sea, sin cobrar un céntimo de euro-, a toda clase de trabajos en la ayuda a los pobres... Y a tantos otros a los que no les tienta el “poder” ni la fama y toman el servicio como una tarea habitual. Estos cristianos, con mando en plaza o sin él, repito, son de lo más fino de la Iglesia, su verdadero “poder”.
Cierto que con excesiva frecuencia, y a lo largo de la Historia, la cúpula de los “servicios” se pareció demasiado a los poderes temporales. Se le contagió el afán de riquezas, de “esplendor”, de mundana “autoridad” y las maneras de esos muy humanos poderes. Cierto que hay que estar siempre en guardia y bien activos para despojarse de todas las adherencias históricas que choquen con el Evangelio. Y quedan algunas bien visibles...
Aun así, causa extrañeza a estas alturas que alguien se asombre por la novedad de una frase y un principio, tan netamente evangélico, que enseñó Jesús y vivió hasta el final en la entrega de sí mismo.
Ojalá pueda el Papa Francisco, y la Iglesia entera con él, acabar con todos los restos que desfiguran el primitivo designio del Maestro para sus discípulos.
Es una tarea que tomó sobre sí en el s. XIII Francisco de Asís, con cuyo nombre acaba de bautizarse Jorge Bergoglio como Papa.