NO SE CAMBIA POR BÉCQUER
Si el poeta os dijera: “No me cambio por Bécquer”,
iba a sonar a necia desmesura.
De Juan Ramón Jiménez no quisiera
pisar su sombra, ni como paraguas
tomar errada su melancolía,
ni calarse su mente, azotado sombrero
de soledad y furia tornadiza.
A gritos pediría que nadie le forzara
a cargar con los hombros de Machado,
oh don Antonio
desaliñado y triste, barbotando francés
ante alumnos lejanos
y tallándose en mármol
la lengua de su vida y de su muerte.
Y perdón, Federico, tú que hablabas la luz y blandías
el brillo de la espada imprevisible,
tú mismo casi un niño y ya vestido de luces:
no quisiera ser tú
ni tragarse tu noche ni abrazarse a tu muerte.
El poeta prefiere machacar bien su senda,
no tropezarse nunca
con “la desolación de la quimera”
o “la separación y la distancia” de Cernuda
o los días “sin tierra y sin gente” de quien voló “sujeto
al viento del olvido”.
¿Para tocar la gloria
hay que enterrar los pies en la desdicha?
Tenedlo por cobarde, pero el poeta ha dicho:
“No me cambio por Bécquer”.
(Obra poética, p. 511).