Después de la batalla de los Goya

Frecuente error: considerar “artistas” a aquéllos y sólo a aquéllos que se dedican al espectáculo. Hemos conocido a gentes del tablado, del escenario o de las cámaras que se denominaban “artistas” en documentos oficiales. Los ciudadanos del común suele usar y entender el vocablo con la misma acepción. Lo curioso es que en los medios de comunicación se lee y se oye a menudo la palabra “artista” o “cultura”, la locución “el mundo de la cultura”, para designar como en exclusiva a este tipo de, por otra parte, respetables actividades. Pero, por favor, ¿en qué mundo vivimos? ¿Desde cuándo se puede reducir a tan poco el amplísimo panorama de las actividades artísticas y culturales?

¿Conoce alguien cómo se llamaban los actores que encarnaron los estrenos de los grandes personajes de los trágicos griegos? Por supuesto que sería relevante saber quién representó por primera vez el papel de Edipo Rey, de Antígona, de Prometeo... Pero, en el mundo de la cultura, lo verdaderamente relevante es el asombroso legado de la tragedia griega que crearon los Esquilo, Sófocles, Eurípides... ¿Y los actores? Sí, pero en un rinconcito inferior y mucho más modesto, tan modesto que la historia los ha dejado en la oscuridad. Mucho más cerca en el tiempo, quienes nos hemos estremecido ante las tragedias de Shakespeare no tenemos a mano la identidad de quienes encarnaron en sus estrenos a Hamlet, a Macbeth o a Romeo y Julieta. Tampoco figuran entre los famosos quienes interpretaban las obras de Lope, Calderón o Molière (a excepción de éste último como intérprete de sus propias creaciones).

Al arte y a la cultura pertenecen pintores, escultores, arquitectos, músicos de la gran música (la que apenas se convierte en espectáculo), etc., etc... A la cultura habrá que adscribir el mundo de la enseñanza, desde la Primaria a la Universitaria, la Literatura (novela, poesía, ensayo, etc...), la historia, la filosofía, las ciencias políticas, la medicina. todos las ciencias naturales, el trabajo múltiple de los investigadores, etc.,etc...

Los “artistas” del espectáculo tienen todo el derecho a existir, faltaría más. Cuentan en muchos casos con nuestra admiración y reconocimiento. Gozan, por supuesto, como todo el mundo, de libertad para opinar y expresarse sobre lo divino y lo humano. Ahora bien, no parece que se pueda afirmar que este sector profesional, que tiene sus indudables encantos, sea necesariamente el más reflexivo, el más tentado por el estudio, el de más seria y profunda preparación intelectual y académica. ¿Llegan más al público que el catedrático de filosofía, de ética, de economía, de ciencias políticas, de historia, de física o química, más que el investigador de laboratorio, más que el escritor que trabaja en soledad su novela sin subvención oficial alguna? Desde luego. Pero eso no los convierte en más autorizados o más competentes para diagnosticar los bienes o los males de la sociedad. A veces el ánimo o la marcha les lleva a colaborar con determinadas siglas en las campañas electorales. ¿Los “artistas”, los famosos, ayudando a decidir al ciudadano el futuro de su patria? Son libres y están en su derecho de intentarlo. Pero a algunos de ellos no les vendría mal aprovechar el tiempo para estudiar y para hacer frente a sus limitaciones personales, en algunos casos bien visibles. Entre ellas, la autocomplacencia y el error de pensar que quien vive en el escaparate es más listo y más importante que quien lo contempla divertido desde fuera. Dicho y escrito sea con el respeto y la consideración que nos merecen los buenos profesionales...
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