Francisco, san Francisco...
Ha caído bien su nombre, cuidadosamente elegido. El de Asís, seguidor tan cercano de Jesús, es un precioso modelo. Como es el primer “papa Francisco”, no necesita palotes ni números romanos como las dinastías de los poderes de la tierra. Dios le dé salud y ánimo. Porque el modelo se las trae.
A principios de este mes celebrábamos la fiesta de san Francisco. Me permito adjuntar esta página sobre la figura del gran ingenuo, entre los siglos XII y el XIII, que sigue dejando rayas hechas en la historia.
FRANCISCO DE ASÍS
¿A dónde va por la vida este alegre cantamañanas de Dios? ¿A dónde este cantatardes y cantanoches de las humildes criaturas? ¿Qué porvenir le aguarda a este ser inocente que se trata con las flores, a quien escuchan los pájaros, al que sigue un conejito amigo y de quien se dice que le obedeció un lobo feroz cuando le rogó que dejara de atacar a la buena gente?
¿A dónde va este iluminado maravilloso que llama hermanos al sol, a la luna, al agua, al fuego, a la tierra, que llama hermana a la misma muerte?
Pero lo más asombroso de este loco atravesado por la luz es que un día, cuando apenas lo conocía nadie, descubrió que estaba enamorado de la novia más fiel y pura que existía. Luego resultó que la misteriosa novia era la pobreza. ¿Habráse visto amada igual y tan fogoso enamorado?
El ingenuo Francisco de Asís, que en su locura renunció al lujo y a la herencia de un padre rico, se marchó de casa con tan singular amada. Lo curioso es que le salían por todas las esquinas y a campo abierto amigos y compañeros dispuestos a vivir aquella vida de juglares de Dios, expuestos unas veces a la burla y las más a la admiración de las gentes amigas. A Francisco le chiflaba ir por los campos cantando bellas canciones y alabando a Dios por sus grandes y pequeñas criaturas.... Todo en él tocaba o traspasaba lo extraordinario. Su extraña locura tenía un raro efecto multiplicador y de contagio en quienes lo conocían. Cuando llegó a sus treinta y siete años, se reunieron con él en Asís más de 5.000 “franciscanos”. Esta especie de ángel admirable y sin alas, siempre apasionadamente enamorado de la pobreza total, la que había conocido en el Jesús del evangelio, arrastraba cada día a una multitud creciente de amigos. ¿A dónde se podía ir con lo puesto en este mundo...? ¿Qué obras duraderas se podían emprender sin contaminarse con la propiedad? Porque ellos habían de contentarse con el solo uso de los bienes más indispensables para vivir, los que les llegaban de la predicación, de la limosna y del trabajo.
Poco tiempo después de la muerte del gran ingenuo, del que se trataba con las flores y a quien escuchaban los pájaros, sus seguidores se encargaron de poner en claro las dificultades prácticas de esta pobreza absoluta y surgieron divisiones y hasta banderías. Y se hicieron grandes esfuerzos exegéticos para dar con una solución razonable.
Pero Francisco de Asís, el poeta, el cantor amigo de las criaturas de Dios, el ángel del paz y bien, el ecologista y el pacifista siete siglos antes de que semejantes palabras se inventaran, vivió y murió locamente enamorado de su amada, pobre y fiel a su amor hasta el final.
El pobrecito de Asís, el ingenuo de solemnidad, atrajo fascinados a miles y miles de discípulos, hombres y mujeres, ya en su tiempo, y siguió sumando millones de amigos y admiradores hasta la actualidad. Nadie hay hoy que discuta la verdad, el candor, la belleza, la bondad, el mensaje de Francisco de Asís.
Esta unanimidad, habida cuenta de que será tarea ardua hallar en otro ser humano una inocencia de semejantes proporciones, no deja de ser casi un milagro. Seguro que no es un modelo para ejecutivos, ni para quienes emprenden la carrera política, ni para tratadistas del éxito, ni probablemente para las últimas entregas editoriales sobre la autoestima. Pero ¿qué más da? ¿Qué más le daría a este alegre cantamañanas de Dios?
(De Elogio de la ingenuidad, Madrid, Nueva Utopía, 2007, p. 203-205).