¿De qué Iglesia hablamos?
Ni tiene lugar algo secundario en los cientos de millones de bautizados creyentes del mundo entero.El bautismo, la incorporación a Cristo, "sacerdote, profeta y rey", la dignidad y la responsabilidad que eso nos da, no puede ser algo secundario nunca. La Iglesia, con Cristo a la cabeza, es lo principal. Tan principal que sin ella no tendrían sentido alguno los diferentes Servicios, por muy ordenados en escalafón que se organicen. Ni esos servicios ni el escalafón han sido siempre así ni han estado organizados de igual manera a lo largo de la historia. Hay hoy formas y añadidos perfectamente prescindibles. Y hay un constante imperativo de conversión y reforma para que esos servicios contribuyan a la vida y al continuo enriquecimiento de la totalidad del Pueblo de Dios.
“Me ha llamado la Iglesia”, declara feliz un eclesiástico que ha recibido el nombramiento de obispo. Pero la Iglesia propiamente dicha se entera después de que el hecho se haya producido, pues, en realidad, en el nombramiento han actuado unas poquitas personas y en secreto. La propia Iglesia local que lo recibirá como pastor no tenía la menor idea. Y cómo se paga, a veces, esta ausencia de participación. Nadie podrá negar con argumentos que la fórmula actual de designación es perfectible. La Historia de la Iglesia ofrece positivos antecedentes que podrían servir de lección.
Hace poco un eclesiástico, feliz tras recibir la noticia de un nombramiento más o menos honorífico, afirmaba con aplomo que lo desempeñaría para servir a la Iglesia. Pero la Iglesia, la Iglesia Universal, la de Cristo, no sabe nada de ese eclesiástico y, con toda probabilidad, no se va a beneficiar en nada de los servicios de ese hombre. En nada que vaya más allá –y ya es mucho- de la Comunión de los Santos en la que podía actuar antes de recibir el nombramiento.
Algo podría ir cambiando con las declaraciones del Papa Francisco y su entendimiento de los servicios eclesiales. A muchos sorprendió al afirmar: “La Corte del Vaticano es la lepra del papado”. Si estas palabras las hubiera pronunciado o escrito un religioso, un cura o un obispo que no fuera el de Roma, podrían estar ya empapelados... En esa entrevista Francisco reprochaba a la Curia ser “Vaticano-centrista” y ocuparse sólo de los problemas de la Santa Sede olvidando el mundo que le rodea. Y es que el elemental sentido común dicta que los ministros (servidores) se han de ocupar de los creyentes (y del mundo entero). Y ha de quedar siempre claro que como ministros o servidores son una pequeña y necesaria parte de esa Comunidad, no la totalidad ni la Comunidad misma.
Pero una revisable rutina ha hecho callo. Y ha motivado que tales servicios hayan alcanzado una centralidad que contagia en la confusión al lenguaje. Y, de algún modo, al propio concepto de Iglesia.