Levantados a ti

A cada día le basta su afán. A cada día le sobran las decenas y decenas de noticias que nos acongojan. También los grandes, clamorosos silencios de quienes ocultan las noticias que no interesa desvelar. Todo entra de lleno en la oración del creyente. Como un descanso, desde luego, pero también como un punto de arranque para ponerse en pie y en marcha. Para hacer cada día un poco más visible el Reino de Dios en el rostro de este mundo tan nuestro.

A TI LEVANTO MIS OJOS

(Salmo 123)


A ti levanto mis ojos,
a ti mi corazón, a ti mis manos,
a ti todo mi ser, mi vida entera.
Seguro de tu amor en ti me quedo.

¿Dónde mejor que en ti, más dulcemente?
¿Dónde más amparado
frente a los enemigos que me acosan,
y frente al enemigo encarnizado
que va siempre conmigo?


Como los ojos de los niños cuelgan
del padre y de la madre,
así están nuestros ojos en el Señor,
esperando el amor, recibiendo la vida,
ensanchando el aliento,
seguros del perdón de quien nos ama,
esperando segura
su misericordia.


Misericordia, Señor, misericordia;
amor, Señor, amor,
que somos en amor menesterosos;
amor, Señor, amor,
amor porque venimos de la nada.


Misericordia, amor, el mismo abrazo
que sostiene a los tuyos
levantados a ti como pueblo de reyes,
herederos de Vida,
queridos como hijos.


(De Salmos de ayer y hoy, Estella, EVD, 2008).
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