La Marsellesa y el Chun-datachún

Qué suerte tienen los franceses con su himno. Lo de la suerte es un decir… Qué himno magnífico el de nuestros vecinos. Nació de la Revolución de 1789. Un inspirado Rouget Delisle (1760-1836) compuso en 1792 unos versos de altísima vehemencia que hablan del día de la gloria, de enfrentamiento a la tiranía, de armas, batallones y surcos abrevados con la sangre enemiga. Como compositor no se quedó atrás en inspiración y vehemencia e hizo una partitura que luego, en la gran versión de solistas, coro y orquesta de Berlioz (1803-1869), estremece al más insensible.

Los comentaristas insistían los días de atrás en la envidia que provocaba el canto del himno por los diputados de la Asamblea Nacional francesa en el minuto “de silencio” que recordaba a las víctimas del atentado yihadista. Elogiaban la cerrada unidad de todos los partidos ante un problema nacional.

No voy a abundar en consideraciones políticas. Todo o casi todo está dicho o escrito. Quiero sólo insistir en un asunto relativamente menor, pero sumamente significativo. Qué suerte la de Francia con su soberbio himno, tanto en la música como en el texto. Qué escasa suerte, o qué desgracia la de los españoles, que tienen un himno musicalmente modesto y asombrosamente huérfano de letra e ideas. Apenas se interpreta fuera de acontecimientos deportivos y entonces la masa entona su chun-datachún, un la-la-la bullanguero que, en pura lógica, por su vacío verbal, valdría para todos los países de la tierra, o para ninguno…

Ya tuvo letras en otro tiempo. El barcelonés Eduardo Marquina (1879-1946) compuso unas estrofas que no tenían por qué ser eternas, pero tampoco tan inapropiadas que se vean sustituidas o “mejoradas” por el actual álalo barboteo. El gaditano José María Pemán (1897-1981), poeta y escritor de derechas y bienquisto en la época de Franco, hizo su versión de la que seguramente sobra algún exceso patriótico del momento, pero que no ofrece precisamente los versos de un ignorante.

Lo de los excesos patrióticos puede ser que vaya en el género y probablemente muchos himnos nacionales, en este punto, pondrían a sus países en evidencia. Dejémoslo estar. Por lo que hace a la música, además de la Marsellesa, nos dan envidia, por señalar alguno, los himnos de Alemania, de Joseph Haydn (1732-1809), el brioso y optimista de Italia, los del Reino Unido y USA, tan solemnes y elegantes, y algunos de naciones de menor peso histórico que nos sorprenden por su novedad y belleza.

Pero este es un problema menor. Porque mientras los franceses, por ejemplo, en una circunstancia dramática que los conmociona, se ponen de acuerdo para entonar su himno, ¿se imagina alguien a los parlamentarios españoles cantando el himno nacional y expresando al unísono su común conmoción? Y eso que el himno es mudo, tiene el texto borrado… y no dice nada.
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