Con el Papa al Espíritu Santo

Nicolás de la Carrera, en el blog de su Nido de la poesía, citaba recientemente unas curiosas palabras del Papa Francisco sobre el Espíritu Santo. Primero animaba a sus oyentes a rezarle. Y luego, en un tono castizo y pedagógico, añadía: “Me gustaría hacer una pregunta a todos ustedes: ¿Cuántos de ustedes rezan cada día al Espíritu Santo, eh? ¡Serán pocos, eh!¡Pocos, unos pocos!, pero nosotros tenemos que cumplir este deseo de Jesús: orar cada día al Espíritu Santo para que abra nuestros corazones a Jesús (...). Hagamos esta propuesta: cada día invocaremos al Espíritu Santo. ¿Lo harán? ¡No oigo, eh...! ¡Todos los días, eh...! Y así el Espíritu nos levará más cerca de Jesucristo. ¡Gracias!”. Luego mi colega bloguero añadía un par de poemas–oración al Espíritu convenientemente introducidos e ilustrados.

Yo, después de oír al Papa, pronto y bien mandado, me propongo hoy ofrecer una plegaria al Espíritu Santo. La recogí en mis “Salmos de ayer y hoy”, saliéndome en ella del arranque de los salmos bíblicos de que partía la mayoría de los textos. No es un poema demasiado brillante ni la oración perfecta. Pero, qué caramba, creo que no nos vendrá nada mal rezar hoy y hacer caso al consejo pastoral de este papa castizo. Rezar por él, por la Iglesia entera y por todo el mundo.

APIÁDATE, SEÑOR, DE LA IGNORANCIA

(Venga, Señor, tu Espíritu)


Apiádate, Señor, de la ignorancia,
de los oídos sordos y blindados
como la puerta de una caja fuerte
(¡qué vacía por dentro, que menguados caudales!),
de la autosuficiencia de los necios
(¡qué castillo de viento tras su muros erguidos!).


Líbranos
de la maldad difusa o abultada,
de las arrolladoras
embestidas del ego,
de la ciega pasión como una venda
para tapiar de oscuridad los ojos.


Apiádate, Señor, de la penuria,
de la tristeza de sentirse débil,
rodeado de débiles,
de la pobreza humana
rodeada de pobres.


Ten compasión, Señor,
de la recia ignorancia
cercada de ignorantes,
de la ruindad humana
rodeada de ruines.


Venga, Señor, tu Espíritu.
Meta hondo su arado
en tierra tan baldía,
traspase con su reja nuestra carne,
renueve nuestra entraña.


Líbrenos de nosotros.
Vuélvanos del revés.
Ábranos al espacio que tú oreas.
Venga, Señor, tu Espíritu
que esperamos de ti.
Amén.


(De Salmos de ayer y hoy, Estella, Verbo Divino, 2008, p.81-82).
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