Y dale con lo que cuestan las Primeras Comuniones. Que no, que no cuestan nada. Lo escribí el año pasado por estas fechas en este blog de mis pecados. Ahí
andan diciendo y escribiendo que, por la crisis, las Primeras Comuniones han reducido costes. Y dan cifras y más cifras y establecen diferencias por Comunidades autónomas o por la situación de los bolsillos. Que no, que las Comuniones son gratis. Lo que cuesta, y a menudo lleva al exceso, es
la tontería social.
Yo acabo de estar muy cerca, pero que muy cerca, de la Primera Comunión de un niño.
¿Traje? Un limpio y sencillísimo atuendo de calle. ¿Banquete? Un económico menú en un centro de esparcimiento para un reducido número de comensales que apenas iba más allá de
la familia más íntima. En alguna ocasión anterior, y en otros casos que he conocido, la comida familiar se ha organizado en el propio domicilio.
La Primera Comunión es gratis. No se cobra ni el prolongado trabajo de los catequistas, ni los preparativos últimos, ni la celebración en la iglesia. La segunda, la tercera, la cuarta Comunión... también son gratis. Lo son todas las que el niño pueda ir recibiendo, si se mantiene en la fe, a lo largo de su vida. Jesucristo se nos da en su amor gratuitamente. Las parroquias se esfuerzan por vivirlo y hacerlo entender así.
Pero,
vista la costumbre social de la Primeras Comuniones, incluso en padres que no tienen ninguna vinculación visible con la Iglesia,
no es ya nada raro que, para muchos, la Primera Comunión sea la última.
Qué bien si a unos sobrios preparativos para la fiesta se añadiera siempre ese punto de fe que calara en el sentido último del acontecimiento.