¿Rebaño? Sí. Y pueblo de reyes. (Nombramiento de obispos)

Hace un par de semanas volvíamos en la liturgia a la parábola del Buen Pastor. Bella expresión literaria, presente en otras culturas y ámbitos religiosos. En la Biblia, Dios es pastor de Israel. Los son quienes reciben el encargo de cuidar de su pueblo. Jesús conoce personalmente a cada una de sus ovejas y da la vida por ellas. Los pastores que gobiernan la Iglesia conducen a sus fieles en su nombre y tienen en Él un ejemplo a seguir. (En realidad, es camino y modelo a seguir para todos los bautizados). Ahora bien, los condicionamientos históricos y sociales, incluso las ambiciones humanas, se han encargado más de una vez de llevar la parábola más allá de lo debido.


Me explico: ser ovejas del rebaño de Cristo nada tiene que ver con ser parte insignificante de una masa informe, que siga apretada a la manada mirando al suelo. Nada que ver con un rebaño de lanares pasivamente entregados a recibir los cuidados, los silbidos del pastor o los aullidos del perro, sin nada que pensar ni decidir, sin voz alguna en el concierto de este millonario pueblo de Dios en el que cada uno somos conocidos y llamados personalmente por nuestro propio nombre. Y personalmente queridos. Tampoco somos una masa de eternos menores de edad a los que haya que negar toda participación en las decisiones que atañen gravemente a la vida del rebaño. Ni sujetos disminuidos e irresponsables que obliguen a tomar esas decisiones entre unos pocos pastores y -permítaseme la experesión- como a escondidas.

Recientemente leía en Vida Nueva (Núm. 2.893) un interesante “pliego” de Jesús Martínez Gordo sobre el nombramiento de los obispos. Es éste un asunto que ha tenido largo recorrido histórico. En la actualidad sólo unas pocas iglesias locales mantienen un sistema abierto de participación. Por cierto, con dificultades planteadas desde el centralismo de la curia romana. En general, la decisión última se le reservó al Papa para defenderse de las intromisiones de los poderes políticos. Como es obvio, el Papa no conoce personalmente a los candidatos que le presentan y actúa con los datos que le proporcionan unas pocas personas, tal como detalla el canon 377. Al final, el rebaño diocesano que pastaba ignorante, más o menos plácidamente, recibe la noticia del nombramiento de su nuevo pastor. Todo muy rural y muy bucólico. Pero no del todo práctico a juzgar por los serios conflictos ocasionados con algunos nombramientos. O por la falta de comunión recíproca y por las desafecciones creadas. El sistema, a todas luces perfectible, puede ser terreno abonado para ese famoso carrerismo que vienen denunciando los papas Benedicto XVI y Francisco y que, naturalmente, tienta más a quienes aspiran a los altos puestos del pastoreo.

Por fortuna, hay muchos fieles que, con una Teología elemental en la mano, se consideran por el Bautismo -primer sacramento que nos une y nos iguala a los creyentes en la más alta dignidad- “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, (…), pueblo de Dios…”. (1 P 2, 9-10). Luego están los pastores, el sacerdocio ministerial, cuya razón de ser es el ministerio, el necesario servicio a ese pueblo santo.

Tradicionalmente se venía considerando la relación de un obispo con su diócesis como un sagrado matrimonio. Pero hete saquí que sólo se le pide la conformidad para ese matrimonio a una de las partes. A la novia, que en la imagen sería la Iglesia local, se le impone a la fuerza un marido que no conoce, al que no ha visto nunca, que poco sabe de su casa y de sus gentes, que no es raro que carezca de las condiciones personales exigibles para administrar esa casa, para servir y pastorear a esa grey. No parece que los tiempos estén para tales imposiciones, ni para considerar a la Iglesia diocesana como una eterna menor o una indigente mental. Martínez Gordo señala en el citado “pliego”, como posible cauce de participación, el Consejo de Pastoral diocesano, el Consejo de Laicos, el Consejo del Presbiterio (¿los pastores a pie de pueblo no tienen nada que decir?), el Consejo de Religiosos y Religiosas…, sin excluir del todo y para siempre una participación directa de los bautizados, "o, cuando menos, de todos los consejos pastorales de la diócesis, incluidos los parroquiales".

Rebaño, sí. Masa gregaria, pasiva e informe, no. Masa muda, tampoco. Pueblo de Reyes, unidos a Cristo sacerdote, profeta y rey, sí. ¿Que en el camino queda alguna ambición personal de carrera o alguna frustración de determinados grupos situados fuera y por encima de la diócesis en cuestión? Si la razón de ser de los enviados de Jesús no es mirar al poder o al honor sino al servicio, carecería de importancia, y hasta sería positivo si con ello se diera con una fórmula más adecuada para elegir a quien mejor vaya a servir a los fieles.

La reforma de la curia romana, emprendida por el papa Francisco, tendrá una gran importancia administrativa y pastoral. Pero pensamos, con muchos otros creyentes, que sin un cambio en el método impositivo y secretista en el nombramiento de los obispos, dejaría un profundo vacío sin llenar.
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