¿POR QUÉ NO?
Qué temblor y qué lujo rezar en la belleza
bajo la bóveda de Notre Dame en París,
su cielo a media luz de los vitrales
donde se ordena en arte el arco iris.
Y qué felicidad extraña, peregrina,
con los ojos cerrados,
humilde bajo la grandeza,
sentirte inmenso a Ti
en la nave central, casi de un mar pagano,
de la basílica de San Pedro en Roma.
También me supe
dentro de tu lugar, oh Dios, y el mío
en las famosas aguas navegables
de aquel casero mar de Galilea
donde desde una barca
te hallé tan familiar aquel verano.
Y a veces cómo crece mi deseo
de cantar o llorar una misa
en el altar donde Óscar Romero, obispo,
consagrado a balazos,
enrojeció de sangre los manteles.
Con parecida ingenuidad confieso
que siempre me llenó de envidia
el poder adorarte
en una misa de galpón y selva
donde se agolpan rostros de piel negra
que hambre de pan y hambre de Ti reúne.
Tanto te he deseado, tanto
te he tenido conmigo, tan de cerca
me escuchas dondequiera que te llame,
con tanto amor acudes a mi llanto,
que tengo templo, altar,
mar y belleza, sangre, selva, amor,
pobres del mundo y mesa en Ti, contigo.
(23 de febrero de 2008)
(De Apasionado adiós, Madrid, Vitruvio, 2013).