Va el poema sin más

Va el poema sin más. ¿Al margen o a contrapelo de la actualidad del periódico? Por qué no. Lo “efímero” (del griego, lo del día, lo pasajero) puede golpear la curiosidad del lector con vehemencia. Pero no toca siempre ni necesariamente lo más esencial.

El poeta, en su modestia, se afana a menudo por rozar siquiera lo permanente humano. Si además tiene fe, se atreve además levantar los ojos y tocar lo divino.

¿POR QUÉ NO?

Qué temblor y qué lujo rezar en la belleza
bajo la bóveda de Notre Dame en París,
su cielo a media luz de los vitrales
donde se ordena en arte el arco iris.

Y qué felicidad extraña, peregrina,
con los ojos cerrados,
humilde bajo la grandeza,
sentirte inmenso a Ti
en la nave central, casi de un mar pagano,
de la basílica de San Pedro en Roma.


También me supe
dentro de tu lugar, oh Dios, y el mío
en las famosas aguas navegables
de aquel casero mar de Galilea
donde desde una barca
te hallé tan familiar aquel verano.

Y a veces cómo crece mi deseo
de cantar o llorar una misa
en el altar donde Óscar Romero, obispo,
consagrado a balazos,
enrojeció de sangre los manteles.


Con parecida ingenuidad confieso
que siempre me llenó de envidia
el poder adorarte
en una misa de galpón y selva
donde se agolpan rostros de piel negra
que hambre de pan y hambre de Ti reúne.


Tanto te he deseado, tanto
te he tenido conmigo, tan de cerca
me escuchas dondequiera que te llame,
con tanto amor acudes a mi llanto,
que tengo templo, altar,
mar y belleza, sangre, selva, amor,
pobres del mundo y mesa en Ti, contigo.


(23 de febrero de 2008)
(De Apasionado adiós, Madrid, Vitruvio, 2013).
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