Décadas antes de la canonización el Papa Juan estaba ya en el corazón de mucha gente de mi edad, de quienes asistimos a un
cambio en las relaciones del Papa con la Iglesia de todos… y con el mundo. De quienes gozamos de la esperanza que su
Concilio trajo a tantos creyentes. De quienes vimos en él a un anciano empujado por la fe, con
la inteligencia y la humildad que suele llevar consigo el sentido del humor. Amaba al pueblo y le hablaba con un lenguaje llano, hecho de naturalidad y frescura. Los jóvenes que no lo conocieron en vida no tendrán quizá noticia clara de lo que significó “el Papa bueno”. Seguro que para muchos de los mayores es
“santo de su devoción”.
Ahí van estos
versos sencillos, lejos del tono mayor, que seguramente iría mal con su personalidad, ajena a las formas pomposas.
DOS DÉCIMAS A SAN JUAN XXIII
I
Roncalli, Juan Veintitrés,
cielo y sonrisa en la cara,
con la humildad en la tiara
y en la tierra los dos pies:
te pedimos que nos des,
papa bueno, pueblo en flor,
tu sentido del humor
del sabio que no hace ruido
para hacer del mundo un nido
de paz, justicia y amor.
II
Llegaste de anciano a Roma
y el Espíritu en tu frente
como viento de repente
hizo de ti su paloma.
Puso lengua, fuego, aroma,
altura y vuelo certero.
De blancura mensajero,
con las alas de tus brazos,
llegaste en vuelo de abrazos
a abrazar al mundo entero.
A modo de estrambote:
Papa bueno,
desde hoy santo para bien:
Ruega por la gente. Amén.
(27 de abril de 2014).