Versos en el 70º aniversario de la liberación de Auschwitz

El martes pasado recordaban los medios el 70º aniversario de la liberación de Auschwitz. Mo me importa volver aquí con el poema que escribí tras mi visita a aquellos espacios innombrables, malditos.

A veces un viaje puede llevarte a las tinieblas. La historia de la humanidad, aun la más reciente, guarda rincones oscuros donde se casan y cohabitan el hedor y la muerte. Viajar a Polonia y no ver Auschwitz es no haber estado en ese bello país ni haber conocido una de las páginas más negras de su atormentada historia y del holocausto del pueblo judío. El campo de concentración nazi queda aún en pie con todo el horror de sus recuerdos.

El poeta recorre los barracones y repara en los restos que se muestran tras las vitrinas. Pero su dolor le crece cuando contempla la serie de fotografías de los prisioneros que cuelgan en una de las paredes. Son fotos de carné, para el registro oficioso de los burócratas del crimen. Son fotos iguales y diferentes en las que cada uno abre los ojos desorbitados y mira a su desolación y a su propia muerte cercana.


AUSCHWITZ


A Juan Mari Lecea


Son pozos y pezuñas del recuerdo, y tantos
que apestan salas lúgubres, barrados barracones,
sótanos del hedor (...).


Al visitante se le irguió el asombro
ante el pelo arrancado a los cautivos,
olió el aire ya parado en el tiempo.
Cómo hubiera besado uno por uno
los cacharros humildes que tocaron sus manos;
hubiera recompuesto, relimpiado
y vuelto transparentes
las arrancadas gafas que los dejaron ciegos.
Tanta presencia aún, tanto dolido bulto
para la vista, el olor y el tacto
hacen vivo el tormento, nueva la llamarada.
Fuera perdura, truena
alzado el paredón, crepita y se remuerde
la conciencia del horno crematorio.

Pero ¿dónde están ellos?,
¿dónde sus limpios huesos?,
¿dónde el olor de holocausto de su carne abrasada?,
¿qué ciega dirección señalaron los vientos
que barrieron gimiendo sus cenizas?


Ellos están aquí. Y no están.
Está el olor. Está el horror... Y están también sus ojos.
Fijos están mirando como entonces
cuando el esbirro los enfrentó a la cámara,
con látigo de flash y fogonazo dijo: “Ábrelos bien, esclavo”.
Y de ahí ahora esta inmóvil colección onírica
de los ojos sin órbitas, abiertos para siempre.


Hay ojos tristes, como ya caídos
hasta el último agujero de la muerte.
Y hay ojos asombrados como soles de espanto.
Ojos abiertos en retadora furia
que acaso sólo pudo estallar un instante
convertido por la fotografía
en adelanto de la furia eterna.
En otros ojos cae la luz en la fatiga
de un astro que va muerto hacia el ocaso.
Pero todos los ojos
ciegan de dignidad a quien los mira
y juntos forman
una constelación acusadora, altiva,
vía de luz para la noche caminante del hombre.
Aún se pregunta el visitante
cómo la obcecación de los verdugos
les pudo perdonar estos ojos
dejar en ellos, en mirada póstuma,
este cielo de soles que en las tinieblas deja
el espacio glacial de quienes pretendieron
exterminar la luz, romper sus huesos, descoyuntar
la ternura del alba.

Queda el horror, quedan también tambiénlos ojos.

(Julio de 2004)

(Obra poética, p. 550).
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