Un aire irrespirable
La corrupción es antigua como el mundo. Y, en estas tierras, tan cercana que se toca con las manos. Anda por ahí un mapa de la corrupción en España que llena de rojo bravo la piel de toro.
El salmo que sigue ya apareció hace tiempo en este blog. Pero, bueno, también repetimos cada día el Padrenuestro, los salmos y otras oraciones vocales más modestas. La que ofrezco, inspirada en un salmo, puede tener quizá estos días su punto de actualidad.
VEN, DIOS JUSTICIERO
(Salmo 94)
Déjate ver, Señor. ¿Dónde te escondes?
¿Dónde te metes mientras los soberbios
maquinan a sus anchas?
¿Hasta dónde
piensan llegar? ¿O cuando
ha de tener su fin
toda la prepotencia que los mueve?
¿Hasta cuándo verán de triunfo en triunfo
que a poder y maldad todo les vale?
Babean sin decir una palabra
que no sea mentira.
Roban sin compasión, bien rodeados
de solemnes consejos
y mudas secretarias.
No les tiembla la mano
ni ante los atropellos ni ante el crimen.
Están tan en la muerte y la basura
que apestan a cloaca y a cadáver.
Si les sirve a sus fines,
suman la fuerza de sus insolencias
contra toda justicia,
ofenden la razón, toman por niño
o por tonto a tu pueblo.
Pero tú, oh Dios, jamás has sido sordo,
jamás tienes la mente adormecida,
ni tapiada la boca
ni vendados los ojos.
Jamás dejaste sin castigo
a quien persiste en corromper sus manos.
¿Quién se colocará de nuestra parte
para desbaratar a los corruptos?
¿Quién habrá de ponerse a nuestro lado
frente a tantos rufianes de corbata?
Cuando nos parece que vamos a caer,
la fe en ti,
en tu bondad y tu misericordia, nos sostiene.
En ti encontramos, a pesar de todo,
un apoyo firmísimo
para poner bien alta la esperanza,
en ti y en tantos hijos tuyos
que mueve la honradez y la justicia
y respetan tu nombre.
¿Podrán, Señor, contigo todos los malvados,
aunque amañen
la ley a su medida
y aunque se salten cuando los condena
la ley que ellos hicieron?
Señor: sólo sabemos
que nunca has de querer así las cosas.
Nunca
tu corazón de padre
te sufrirá que se machaque al inocente,
nunca que nos quedemos impasibles
ante la iniquidad y la vergüenza.
Porque tú eres nuestro juez y nuestro alcázar.
Tú nos has dado
la dignidad y la palabra
para alzarnos sin miedo,
para encender las luces
y para alzar la voz
y levantar en armas
todas nuestras razones.
Para hacer la justicia.
(Salmos de ayer y hoy, p. 139-41,
Obra poética, p. 355).