La gente que tengo encima y debajo, en esta lista de blogueros de RD, es muy seria. Yo, generalmente, también. Pero hoy se me va a permitir
una pequeña broma. La broma de este
poema otoñal (o invernal), con una sonrisa y la benéfica ficción de sentirse joven. Ay, el humor, esa espiritualísima medicina que Dios nos ha regalado a los humanos...
Y PORQUE A CUENTO VIENE
Y porque a cuento viene, en la cafetería,
me digo “viejo”, y, educada,
la bella camarera se apresura
a llamarme “mayor”.
Yo me río y le digo que me encanta la buena
vejez de las personas y las cosas.
¿De la tercera edad? ¿Por qué no de la quinta,
de la sexta o la décima?
¿La edad de oro? ¡Qué falsa metalurgia
y compasión tan cursi!
¿Por qué no de platino, o de hojalata,
o de diamante fino cuando el tiempo
no ha logrado arrojar por la ventana
mi gusto de vivir?
Soy viejo, y el café que la muchacha
me sirve, y su sonrisa
me entonan y me sientan
como el vigor de un elixir o un beso.
Cuando salgo a la calle,
los hombros se me aúpan, acelero
el garbo de mis pasos,
respiro más feliz, y me he quitado
medio siglo de encima.
(Septiembre de 2009)
(De Apasionado adiós, Madrid, Vitruvio, 2013).