Como niños

Si no os hiciereis como niños… Yo no voy a entrar en teologías. Ni falta que hace. Pero a mí, como a cualquiera, me siguen sorprendiendo los niños. Y me recuerdan la belleza del reino… de la vida.

Te cruzas con una madre y un niño desconocidos. La madre, como es muy natural, no te dirige la palabra. Ni tú a ella. Pero a veces el niño desconocido, como es bastante natural, te mira de arriba abajo, te dice “hola” y te sonríe… Uno le contesta y le sonríe también. Y, a lo mejor, si uno no es un poco ogro, le añade alguna palabra cariñosa de regalo. Por ahí van los tiros y las luces del siguiente microrrelato.

RELÁMPAGOS



Los viajeros del autobús urbano iban en un silencio oscuro, triste, casi como el nublado que se adensaba en el exterior. Delante del viejo, un niño pequeño se mecía en su cochecito. El viejo le miró desde su asiento sin moverse. Le guiñó un ojo. El niño alzó su cabecita y lo observó atento. El viejo le guiñó el otro ojo. El niño se incorporó y lo miró sin pestañear. Volvió el viejo a marcarle un tercer guiño y el chico le imitó pinzando su ojito izquierdo. No pudo el viejo contener la sonrisa, que el niño le pagó al instante con otra sonrisa abierta. Las sonrisas del viejo y el niño fueron un cruce de relámpagos que rasgaron e iluminaron el silencio del autobús.
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