Porque he vivido tanto

Sin mayores comentarios. Va como poema final de mi “Apasionado adiós”. Es el libro en que “me despido”, ahora que aún tengo tarde, tinta, voz / y un cauce de calor azulando mis venas. Por supuesto, el final lo pondrá Dios cuando quiera. (Ahí está el papa Francisco, con mi misma exacta edad, lleno de ánimo, joven como un potro, sorprendiendo a jóvenes y mayores). Siempre y en cualquier edad estamos en manos del Dios de la vida.

Porque he vivido tanto
que llevo el mar conmigo,
las uvas de mi infancia,
la nieve de los Alpes...
Porque he vivido tanto
que ya las nubes o la lluvia mansa
me siguen como un perro. Hasta los montes
son ya de mi familia,
y las tardes de niebla
me estrechan en sus brazos.

Tanto, tanto he vivido que las mismas palabras
se sientan a mi mesa,
comen su pan conmigo, saboreo
los nombres que ellas ponen
a todas las delicias que la vida me sirve.
Tanto he vivido
que tengo la sonrisa de los niños por mía,
me apunto osadamente al vigor de los jóvenes
y hasta levanto en vilo
el peso al más allá de los ancianos
que arrastran sin afán los pies del alma
por una calle abierta y sin retorno.

Porque he vivido tanto que ya nadie
ni nada me es ajeno.
No se me escapa el cielo, hasta los pájaros
han comido en mi mano
y aun los astros me encienden por la noche
luces de afán y algunas gotas dulces de elevada
melancolía.

Mucho he vivido. Espero
llevar al más allá mis manos llenas
de abierta gratitud. Espero
que el Sol venga a mis brazos y los colme
de otra vida aún mejor donde sus filos-rayos
acuchillen la muerte para siempre.


(20 de marzo de 2009)
(De Apasionado adiós, Madrid, Vitruvio, 2007).
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