Encuentro con el Cristo y espera activa Vaticano II (3): La palabra de Dios y la liturgia

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La arquitectura del Concilio se desplegó alrededor de la idea de la Iglesia. Después de más de setenta esquemas preparatorios, el trabajo hecho se recoge a través de las cuatro Constituciones conciliares

Sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium (SC), sobre la Iglesia Lumen gentium (LG), sobre la Palabra de Dios Dei Verbum (DV) y sobre la Iglesia en el mundo de hoy Gaudium te spes (GS)

Empezaremos con las Constituciones sobre la Palabra de Dios (el cimiento) y sobre la Liturgia (encuentro con el Cristo y espera activa de su venida)

Estimadas y estimados. Como decíamos la semana pasada, la arquitectura del Concilio se desplegó alrededor de la idea de la Iglesia. Después de más de setenta esquemas preparatorios, el trabajo hecho se recoge a través de las cuatro Constituciones conciliares: Sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium (SC), sobre la Iglesia Lumen gentium (LG), sobre la Palabra de Dios Dei Verbum (DV) y sobre la Iglesia en el mundo de hoy Gaudium te spes (GS). Empezaremos con las Constituciones sobre la Palabra de Dios y sobre la Liturgia:

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En todo el intenso trabajo conciliar se constata que, para dar una visión global y completa de la Iglesia, se hacía necesario establecer donde y como tenía que ser buscado su cimiento. Y el cimiento era, y es, la Palabra de Dios. Tanto en el debate inicial sobre la liturgia, como en el primer debate sobre la Iglesia, esto quedaba muy patente. De aquí que desde la lógica teológica y desde un punto de vista metodológico —aunque no desde un sentido estrictamente cronológico—, la Constitución sobre la Palabra de Dios reviste un carácter de fundamento sobre el cual se eleva todo el edificio doctrinal del Vaticano II. Así, se nos recuerda que el centro de la vida de la Iglesia es el misterio de Dios revelado en Cristo y comunicado por el Santo Espíritu. Se encuentra la fuente de este centro vital en la Escritura y la Tradición, que constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia y custodiado por su Magisterio auténtico. Es así como «la Iglesia, con su doctrina, con su vida y su culto, perpetúa y transmite a cada generación todo aquello que es y todo aquello que cree» (DV 8).

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A partir de este eje fundamental al abrigo del misterio de Cristo, se podrá desplegar la otra orientación, la de la Iglesia hacia afuera, la Iglesia enviada a la misión, la que establece diálogo con el mundo. Repasemos pausadamente esta centralidad vital de la Palabra, hagámoslo estos días vacacionales que vienen y en los cuales se nos ofrecerán momentos más propensos a la tranquilidad.

Pero justo es decir que el trabajo conciliar a pesar de señalar la centralidad de la Palabra, cronológicamente se inició desde la orientación del diálogo interno, tratando de aquella dimensión íntima de la Iglesia que es la divina liturgia que, dentro de la concepción sacramental de la comunidad eclesial, comunidad eucarística, es el corazón, el fondo y la cima de la vida cristiana.

Tratando la liturgia, el Concilio dejaba patente que «la principal manifestación de la Iglesia se encuentra en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, sobre todo en la misma eucaristía, en una única plegaria, en torno a un mismo altar presidido por el obispo rodeado de su presbiterio y de los ministros» (SC 41).

La liturgia es a la vez el encuentro con el Cristo, que actúa en su Iglesia y, también, espera activa de su venida en la gloria. Por eso, el Concilio alienta a los fieles a participar en la acción litúrgica «de una manera consciente, activa y fructuosa» (SC 11) y, especialmente en la eucaristía que ocupa el primer lugar, como fuente y cima, puesto que la finalidad última de la acción de la Iglesia es «la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios» (SC 10). La liturgia, celebrada en la lengua del pueblo, tenía que ayudar en este cometido.

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