25 años del Concilio Provincial Tarraconense de 1995 Un concilio que ilumina el futuro
El Concilio Provincial reflexionó y discutió fraternalmente con el deseo de interpretar la voz del Espíritu que pedía a nuestras Iglesias hacer una adecuada recepción de las enseñanzas del Concilio ecuménico Vaticano II
Contemplando sus documentos y resoluciones, uno se da cuenta de su profunda actualidad. Por este motivo, nos encontramos en plena fase de recepción del Concilio Provincial de 1995
Y esta recepción debe ir originando un verdadero «consensus fidelium», que implica esa concordancia en la fe y en las obras de todo el Pueblo santo de Dios
Hoy se nos ofrece la ocasión no de hacer una nueva Iglesia, pero sí renovar a fondo la que ya tenemos y formamos, y nos ha sido confiada
Y esta recepción debe ir originando un verdadero «consensus fidelium», que implica esa concordancia en la fe y en las obras de todo el Pueblo santo de Dios
Hoy se nos ofrece la ocasión no de hacer una nueva Iglesia, pero sí renovar a fondo la que ya tenemos y formamos, y nos ha sido confiada
El Concilio Provincial Tarraconense de 1995 cumple veinticinco años. Fue un fruto del Espíritu Santo y una gozosa experiencia de comunión eclesial. Los más de doscientos miembros que estaban reunidos en asamblea conciliar celebraron juntos los santos misterios, rogaron al Señor, abrieron sus corazones a la Palabra de Dios y a la voz de los hermanos, reflexionaron y discutieron fraternalmente con el deseo de interpretar la voz del Espíritu que pedía a nuestras Iglesias hacer una adecuada recepción de las enseñanzas del Concilio ecuménico Vaticano II.
El trabajo del Concilio Provincial fue una búsqueda de signos de respuesta a la pregunta hecha al Espíritu. Una pregunta bien válida y actual en nuestro hoy eclesial: «¿Espíritu, qué dices a las Iglesias de la Tarraconense?».
Este era precisamente el título de la Carta Pastoral de nuestros obispos en la epifanía de 1994, cuando convocaban el Concilio Provincial. Nuestras Iglesias habían vivido con gran intensidad el Concilio Vaticano II y se afanaban con esperanza para aplicar sus orientaciones con intensidad renovada y con imaginación creativa, a la luz del Espíritu.
El Concilio de la Tarraconense era consciente de que no podía reducir la pastoral a un problema de simple reorganización y coordinación. Se trataba, en cambio, de reunir el Pueblo santo de Dios en el Espíritu Santo, a fin de hacer de nuestras Iglesias el santuario de la presencia de Dios en medio de los hombres, anticipación de la Iglesia celestial y, al mismo tiempo, devenir fuertes en el testimonio de Jesús, en medio de la gran tribulación, como afirma el libro del Apocalipsis (cf. 7,14).
Contemplando sus documentos y resoluciones, uno se da cuenta de su profunda actualidad. A la luz del Evangelio y de la escucha de la Palabra de Dios, anunciar el Evangelio en nuestra sociedad, con una solicitud especial por los pobres, y en un marco de unidad pastoral de nuestras Iglesias, debe ser la prioridad de la Iglesia de hoy. Por este motivo, nos encontramos en plena fase de recepción del Concilio Provincial de 1995.
Con las debidas condiciones de universalidad de tiempo y de espacio, la recepción debe ir originando un verdadero «consensus fidelium», que implica esa concordancia en la fe y en las obras de todo el Pueblo santo de Dios.
Hay que dar gracias a Dios por la experiencia eclesial que supuso el Concilio Provincial en nuestras Iglesias. De ahí que en nuestro presente eclesial, después de veinticinco años, debemos esperar:
En primer lugar, la recepción progresiva y el cumplimiento, a largo y a corto plazo, de sus resoluciones, siempre a la luz de la Palabra de Dios que debe iluminar todas las situaciones.
Una mayor apertura y diálogo de nuestras Iglesias con la sociedad y con los que no piensan como nosotros. Diálogo y apertura ejercidos con una identidad clara y transparente.
Sentir el dolor de tantas personas que sufren por cualquier causa, pero sobre todo de aquellas personas que no tienen las condiciones indispensables para vivir dignamente. Por este camino los cristianos no podemos estar nunca en huelga.
El fomento de un trabajo interdiocesano más conjunto, que es la garantía para dar una respuesta cohesionada y unitaria de los grandes retos que Cataluña, como unidad pastoral, tiene planteados.
El Concilio Provincial no fue una flor de verano. Ahora, lo que necesitamos es que todos juntos hagamos de sus documentos y resoluciones un torrente de agua que riegue la tierra, que empape nuestras Iglesias sedientas del Evangelio y pueda florecer y dar fruto a lo largo de los años. No hay nada más cristiano que esperar.
Nosotros mismos somos el resultado del sueño esperanzado de Jesús, que todo lo confiaba al Padre. Y mientras corremos nuestra etapa de esta carrera apasionante, a la luz del Concilio Provincial de 1995, hoy se nos ofrece la ocasión no de hacer una nueva Iglesia, pero sí renovar a fondo la que ya tenemos y formamos, y nos ha sido confiada. Una Iglesia acogedora, que aporta sentido y esperanza, que muestra a través de nuestro testimonio hasta dónde llega el amor de Dios.
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