"¿Será que quienes atacan Fiducia Supplicans no recuerden la parábola del Padre que acogió a su hijo?" “Bendecid, no maldigáis”

Bendición
Bendición

La Iglesia ha de ser fuente de bendición para todos. No podemos cerrar las bendiciones en una caja y otorgarlas solo a los “puros”, después de un examen sobre la idoneidad de la persona que puede recibir una bendición

La Iglesia, como ha dicho diversas veces el papa Francisco, no tiene aduanas que impidan el paso a aquellos que están en situación “irregular”. La Iglesia tampoco puede ser un castillo inexpugnable reservado únicamente a los “puros” y “perfectos”. La Iglesia no puede ser el gran inquisidor que excluye de su seno y descarta a los “no perfectos”

Este es el consejo que San Pablo daba a los cristianos de Roma que sufrían persecución: “Bendecid a los que os persiguen, bendecid, no maldigáis” (Rm 12:14). Es el mismo consejo que encontramos en la Primera Carta a los Corintios: “Cuando nos insultan, bendecimos” (1C 4:12). Y también la Primera Carta de San Pedro, nos exhorta a no dejarnos llevar por la ley del Talión: “No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición” (1Pe 3:9).

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Teniendo en cuenta que nuestro Dios es Dios de bendición, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede, ha dado a conocer (ante el enfado del sector más conservador de la jerarquía), la Declaración Fiducia supplicans, que expone el sentido pastoral de las bendiciones y abre la puerta a bendecir a parejas del mismo sexo y también a las que viven en lo que algunos llaman situación “irregular”. Los que no viven en una situación “irregular”, deben ser los que viven una situación “regular”.

Y es que el texto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe quiere expresar el abrazo misericordioso de Dios y la maternidad de la Iglesia, que como nos dijo Juan XXIII, es madre y maestra. Como ha dicho el cardenal Prefecto de este Dicasterio, Víctor Manuel Fernández, “Dios nos ama incondicionalmente, sea cual sea nuestra situación y los pecados cometidos”. ¿Será posible que los que atacan esta Declaración no recuerden la parábola del Padre que acogió a su hijo o la de la oveja perdida? Por eso “la Iglesia acoge a todos los que se acercan a Dios con corazón humilde, acompañándolos con aquellos auxilios espirituales que permiten a todos, comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su existencia”.

El cardenal Fernández
El cardenal Fernández

Esta Declaración (recibida con recelo y ataques por el sector más conservador del episcopado), permite redescubrir la riqueza pastoral de las bendiciones. Y es que aquellos que buscan una bendición, buscan que la ternura de Dios cure sus heridas.   

Hace cuatro años, el obispo Francesc Conesa, en aquel tiempo pastor de la Iglesia de Menorca, escribía en la Hoja Diocesana: “Jesús nos dio el mandamiento de bendecir a todos y de hacerlo siempre”. Como decía el actual obispo de Solsona, “Bendecir no quiere decir solo hablar bien de los demás (la palabra latina bene-dicere, significa “decir bien”), sino también apreciarlos, hacerlos el bien y rezar por ellos”. Y el obispo Francesc Conesa decía aún: No dejemos nunca de bendecir, que no dominen en nosotros actitudes de rechazo y de exclusión; que todas las personas sientan que les amamos y respetamos”.

Nadie puede ser excluido de la bendición de Dios

¿No es eso lo que hace el presbítero al final de la Eucaristía? ¿O bien antes de la bendición final de la misa, el sacerdote habría de decir: Los que estén en una situación irregular que salgan del templo? No. Ninguna persona puede ser excluida de la bendición de Dios. Todos, sea cual sea su situación personal, al final de la misa recibe la bendición del Señor: “Que os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Nadie no puede quedar excluido de la bendición de Dios.

Peor eso hoy, como hace miles de años, y así lo recoge el Antiguo Testamente en el libro de los Números, la bendición que Dios derrama sobre su pueblo está dirigida a todo el mundo: “Que el Señor te bendiga y te guarde. Que te haga ver la luz de su mirada y se apiade de ti. Que fije su mirada sobre ti te conceda la paz” (Nm 6:24-26). Una bendición para todos. Sin exclusiones.

Bendiciones
Bendiciones

A lo largo de la Biblia encontramos, de una manera abundante, la bendición de Dios: “Dios bendijo a Noé y a sus hijos” (Gn 9:1); “Isaac llamó a Jacob, lo bendijo” (Gn 28:1). También encontramos cuando Jacob bendijo a los hijos de José (Gn 48) y las bendiciones proféticas de Jacob (Gn 49). Y el Deuteronomio también recoge las bendiciones de Dios: “El Señor te amará, te bendecirá y te multiplicará. Bendecirá el fruto de tus entrañes, el fruto de tus tierras, tu trigo, el vino nuevo y el aceite… ...Recibirás más bendiciones que  todos los pueblos” (Dt 7:13-14). Por lo que respecta al libro de Tobit, encontramos esta bendición: “Que el Señor te llene de la bendición del cielo, a ti, a tu esposa, al padre y a la madre de tu esposa” (Tb 9:6). O cuando Judit, después de matar a Holofernes, es bendecida por Ozías: “Eres bendecida, hija, por el Dios altísimo, más que todas las mujeres de la tierra” (Jdt 13:18). Y el libro del Eclesiástico nos dice: “De obra y de palabra honra a tu padre, a fin que venga encima de ti su bendición” (Ecli 3:8). Y todavía: “El hombre sabio está lleno de bendiciones” (Ecli37:24).

Obispos como el de Córdova, Oriola-Alacant u Oviedo, han mostrado su recelo (y su oposición) hacia la Declaración Fiducia supplicans, un texto que alguien ha calificado como lamentable, hasta el punto que el obispo José Ignacio Munilla, de Oriola Alacant, ha afirmado que en situaciones convulsas, esta Declaración puede provocar “confusión y ambigüedad”, ya que según él, el texto, Fiducia supplicans es caótico. José Ignacio Munilla ha dicho también que la “Fiducia supplicans” es un error, ya que “abre una práctica contraria a la fe.

No obstaculizar la bendición

Por el contrario, el sector más abierto de la Iglesia, como el obispo José Antonio Satué, de Teruel-Albarracín, ha dicho que la bendición es una semilla del Espíritu que hemos de cuidar, no obstaculizar. Monseñor Jaime Spengler, arzobispo de Porto Alegre y Presidente de la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, ha dicho que “si son personas, merecen nuestro respeto”, en relación a las parejas que pidan esa bendición. El obispo alemán de Passau, Stephan Oster, ha manifestado que “todos sin excepción, necesitan la bendición de Dios”. Y el arzobispo de Puerto Rico, González Nieves, ha dicho que “Fiducia supplicans es un instrumento de amor misericordioso de Dios y de gran riqueza pastoral”. Y aún, el laico Gabriel Mª Otalora, ha afirmado que “si no podemos desear el bien a parejas homosexuales, ¿cómo cumpliremos el mandamiento de bendecir a los que nos persiguen?”.

También los obispos del País Vasco han apoyado esta Declaración de la Doctrina de la Fe. Así, el obispo Joseba Segura, de Bilbao, ha afirmado que “si la gente quiere sentir que está acompañada por Dios, yo creo que sí se ha de bendecir”. Y el P. Ángel García, fundador de Mensajeros de la Paz, ha dicho que los sacerdotes hemos “nacido para bendecir, no para maldecir. También el obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull ha dicho que “sobre la cuestión de la homosexualidad, cabe partir de la dignidad de cada persona. Si uno es homosexual, tiene dignidad, derechos, y ha de haber una aceptación de la sociedad. No ha de haber exclusión”.

Bendiciones homosexuales
Bendiciones homosexuales

Por lo que se refiere a los obispos del País Valenciano, resulta curioso (hasta este momento), que con un silencio extraño, (yo no he sabido ver ninguna declaración a favor o en contra de Fiducia supplicans), ningún pastor del País Valenciano ha dicho nada sobre este texto, a excepción del ataque furibundo que ha hecho el obispo Munilla contra esta Declaración de la Doctrina de la Fe.

Con buen humor, a pesar de los ataques que recibe este texto, el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Victor Manuel Fernández, ha dicho que el hecho que “se bendigan dos personas que están en pareja,se ve que provoca urticaria.   

Muchas veces, estando de portero en Montserrat, mientras atendía las llamadas telefónicas o recibía a las personas que venían a visitar a un monje, me he encontrado con gente que ha subido a la portería del monasterio para que le bendijese unos rosarios, unas medallas o a ellos mismos: “Padre, bendígame”. ¿Yo habría de haber preguntado si aquellas personas estaban en situación “irregular” para poder bendecirlas? Nunca he hecho esta pregunta. Solo hemos rezado juntos y he bendecido los objetos que traían o a ellos mismos, sin exigirles un documento de “buena conducta” o su curriculum vitae. Así lo hace también (y recomienda que lo hagan sus sacerdotes), el obispo de San Isidro y Presidente de la Conferencia Nacional Argentina, Óscar Ojea, cuando ha dicho que “cuando alguien me pide una bendición, nunca le pregunto si está casado por la Iglesia o por su condición sexual”. El obispo Ojea añadía aún: “No privemos de esa capacidad de bendición que tiene la Iglesia y sus ministros, para poder regalar como un don, al santo Pueblo de Dios”.

Si bendecimos casas, coches e incluso a los animales, por la fiesta de San Antonio Abad y si (inmoralmente) hemos llegado a bendecir guerras, cruzadas y tanques, ¿cómo no podemos bendecir a personas?

Francisco
Francisco

La Iglesia, como ha dicho diversas veces el papa Francisco, no tiene aduanas que impidan el paso a aquellos que están en situación “irregular”. La Iglesia tampoco puede ser un castillo inexpugnable reservado únicamente a los “puros” y “perfectos”. La Iglesia no puede ser el gran inquisidor que excluye de su seno y descarta a los “no perfectos”. La Iglesia ha de ser casa, un hospital de campaña con las puertas abiertas para acoger a todos y para abrazar a todos, sobre todo a los más heridos. Sin excluir nunca a nadie. Por eso el evangelista San Lucas nos recuerda aquellas palabras de Jesús cuando decía: “Bendecid a los que os maldigan....sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados” (Lc 6:28,36).

Por eso la Iglesia ha de ser fuente de bendición para todos. No podemos cerrar las bendiciones en una caja y otorgarlas solo a los “puros”, después de un examen sobre la idoneidad de la persona que puede recibir una bendición.

Sería importante que el capítulo 25 de San Mateo, añadiese también unas palabras de Jesús: “¿Diste la bendición  a uno de estos hermanos vuestros que te la pidió o se la negaste?”.    

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