El silencio-escucha del Sábado Santo
El silencio no tiene muy buena prensa. Seguramente porque tampoco ha tenido muy buen entrenamiento. Estamos inmersos en un mundo de múltiples ruidos externos que se nos cuelan, irremediablemente, a nuestro interior. No exagero si digo que hay casas, familias, vidas en las que no se puede vivir sin la radio, el televisor, internet, o todo a la vez, encendido. Tampoco hace falta que miremos lejos, o que miremos a otros. Me puedo fijar en mi casa, mi familia, mi vida.
Pues bien, parte de esta mala prensa se debe a que asociamos silencio con una estricta prohibición de hablar. Lo asociamos a tantas veces que se nos mandó callar: en casa, en la escuela y, no podía ser menos, en la iglesia.
Pero, ¿a cuántos de nosotros se nos habló de hacer silencio para escuchar? Nos podemos fijar en cómo los niños cuando están viendo su serie favorita hacen silencio para escuchar. Un valor superior se hace valer más que otro valor considerado inferior. No se trata, así pues, de callar sino de escuchar.
Lo que pasa es que esta bonita teoría de la escucha no va a bastar y no va a convencer si no va acompañada de que lo que vamos a escuchar merece la pena, que tiene que ver con nosotros, que es importante para mi vida y mi felicidad.
Y ahí está por donde flojea el silencio y la escucha en la Iglesia (seguidores de Cristo) y en la iglesia (templo de reunión de los seguidores de Cristo). No nos acabamos de creer que es importante hacer silencio porque es muy importante hacer escucha de lo importantísimo que Dios quiere decirme para mi vida y mi felicidad.
Dios habla. Dios me habla. Aunque algunos digan demasiado a la ligera que Dios no les dice nada en la oración, Dios nos habló y nos sigue hablando:
En diversas ocasiones y bajo diferentes formas Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas, hasta que en estos días nos ha hablado a nosotros por medio del Hijo (Heb 1,1-2).
Dios nos habla por medio de su Hijo, de Jesús de Nazaret, del Verbo encarnado, de la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura. ¿Quieres escuchar a Dios y que Dios te hable? Tan solo necesitas incorporar a tu oración su Palabra. Coge, abre y lee la Biblia y escucharás a Dios, y Dios te hablará y se llenará tu silencio de su Palabra.
Si hemos participado de la liturgia de Viernes Santo y hemos escuchado la Palabra de Dios, la Pasión de Jesús, y el Sábado Santo me mantengo en esa actitud de silencio-escucha, esa misma noche mi mente y mi corazón rebosarán llenos de alegría y paz porque habré descubierto nuevos sonidos, nuevos colores, nuevos paisajes, una nueva manera de vivir la vida.
Es esa escucha que practicó María desde la Anunciación hasta Pentecostés pasando por la Cruz. Pero ¡atención! No hablamos de una actitud pasiva, silenciosa, conformista, resignada… hablamos de una escucha activa, esperanzada, que denuncia el mal, que nos transforma y que nos hace colaboradores para transformar el mundo.
Quique Fernández