Contra avaricia, largueza (16.12.18)

“En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan:¿qué debemos hacer? El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3,10)

1. Necesitamos tener recursos y crédito social para sobrevivir y crecer como personas. Pero en nuestra cultura más que valorar a la persona por su dignidad, se la valora por el dinero que tiene, lo que puede comprar y lo que consume; a la persona se la mide por la rentabilidad que aporta; si económicamente no es rentable, su existencia carece de interés: el que no gana y no tiene ahorros es material desechable. La fiebre posesiva contagia el ambiente de tal modo que sin apenas darnos cuenta, nos enfundamos en un individualismo feroz.

2. Según el evangelio el valor que verdaderamente nos personaliza y es clave para la convivencia social, es compartir. No ser individualista sino solidario Hay una breve parábola elocuente: el rico hacendado que llenó a rebosar sus graneros con abundante cosecha y despreocupándose de los demás, se echó a dormir tranquilo: “despreocúpate, alma mía., que ya tienes para pasar el invierno”. El evangelio le llama insensato, estúpido, porque ni siquiera piensa que se puede morir de un momento a otro. Pero concluye la parábola: en la conducta de ese hacendado se refleja el engaño del que “acapara para sí mismo y no actúa según Dios” amor que continua y gratuitamente se da.

3. Con frecuencia los cristianos, contagiados por la mentalidad generalizada en esta cultura consumista, ponemos nuestra confianza en el valor de ganar dinero, tener buena posición social y una vida cómoda. Pensamos que “lo mío es mío, puedo hacer con ello lo que quiera” y para tranquilizar nuestra conciencia, de cuando en cuando damos una limosna “Contra avaricia, largueza”, recomendaba el catecismo que aprendí de memoria cuando era niño. Hoy apenas empleamos el término “largueza”, se habla más bien de solidaridad. Pero “largueza” sugiere la conducta de una persona que siempre está saliendo de su tierra y de su propia seguridad, alargando su corazón y tendiendo su mano al otro. La esperanza que celebramos en Adviento significa mantenernos “a la espera”, sin instalarnos en nuestras falsas seguridades sino avanzado en el amor que se da sin esperar nada a cambio
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