El evangelio de la mujer adúltera (7.4.19)
La mujer es nuestra hermana
El domingo anterior escuchamos la parábola del hijo pródigo. El hijo mayor enfurruñado dice despectivamente al padre: “ese hijo tuyo”. Y el padre le responde: “tu hermano ha vuelto a casa”. Hoy el evangelio nos recuerda que la mujer es nuestra hermana; debe ser tratada no como esclava sino como persona cuya dignidad hay que respetar y defender. . Un evangelio que de algún modo está siendo reclamado por las manifestaciones multitudinarias de mujeres y de hombres pidiendo el reconocimiento y la satisfacción de unos derechos fundamentales vinculados a esa dignidad. Veamos las figuras y actitudes en el relato evangélico que pueden ser referencia para que identifiquemos cada uno nuestra posición ante el justo empeño de las mujeres por ser tratadas como personas.
Están en primer lugar “los escribas y fariseos”. No les interesaba liberar o condenar a la mujer, Les importaba sobre todo mantener el poder que les daba una legislación injusta y desacreditar a Jesús que proclamaba la dignidad de los excluidos social y religiosamente. En dichas manifestaciones multitudinarias tomaron parte representantes de distintos partidos políticos. Ahora tienen que demostrar en su gestión que su interés no es mantener el poder glorificando para ello con palabras a la mujer, sino haciendo verdad en la práctica las justas demandas de las mujeres que levantaron la voz en esa manifestación.
Según el relato evangélico, esperando la sentencia de Jesús sobre la mujer sorprendida en adulterio había un público de gente con distintas edades. Jesús los invitó a que dictaran sentencia sobre la mujer, pero ellos “se escabulleron uno a uno comenzando por los más viejos”; a la hora de la verdad todos se sentían culpables Hay un exagerado machismo social cuando al varón se le permiten libertades que a la mujer se las niega o cuando, por el mismo trabajo, el hombre cobra más que la mujer. Incluso en algunos matrimonios cristianos el hombre se considera señor de la casa y la mujer acepta servilmente ser su esclava; uno y otro están fomentado la minusvaloración de la mujer. Y algo similar ocurre dentro de la misma comunidad eclesial donde el clericalismo y la postergación de la mujer son dos patologías afines contra la salud evangélica de la Iglesia.
Quedan al final Jesús y la mujer, Ella lamenta su traspiés y reconoce que nadie del público teóricamente se atreve a condenarla: pero en la práctica los que integran ese público se escabullen, se desentienden y la dejan sola. Viendo con dolor cómo se atropella irreverentemente la dignidad de la mujer porque ha cometido una falta contra la ley, Jesús se queda sin palabras, guarda silencio haciendo garabatos con el dedo sobre la tierra. Y finalmente mira con todo afecto a la mujer: nadie te condena, sé tu misma y sigue adelante viviendo con dignidad.
He tenido una madre y cuatro hermanas. Muy queridas por mi, valoradas y en lo posible defendidas. En esa relación intuyo que la opción y el compromiso por la dignidad y derechos de la mujer no es solo ni tanto resultado de un discurso cerebral sino de un sano impulso afectivo hacia toda mujer como hermana nuestra.Por eso el relato sobre la mujer adúltera puede ser Evangelio para nosotros